Un traidor es, por definición, alguien que rompe la confianza de su patria, vende a su gente y merece la infamia eterna. O al menos eso nos han enseñado, ¿no? Que cambiar de bando es siempre cobarde, que rendirse al enemigo es moralmente repugnante y que los traidores van al último círculo del infierno, directo, sin escalas. Pero… ¿y si no fuera así? ¿Y si muchos de esos “traidores” entendieron antes que nadie que la lealtad ciega puede ser un suicidio colectivo? ¿Cuántas veces hemos glorificado la resistencia irracional mientras ridiculizamos decisiones estratégicas cargadas de lógica? ¿Y si la historia los ha pintado como villanos porque ganaron los que más gritaban y no los que más pensaban? No es solo que haya grises: es que tal vez hemos tragado con la épica de la traición como si fuera una telenovela con uniformes. No fueron cobardes: fueron brillantes. Y, en más de un caso, sobrevivieron para contarlo mientras los “fieles” caían como fichas. A lo mejor no cambiaron de bando… sino de perspectiva.
¡Reescribe tu concepto de lealtad ahora!