La zona gris de la historia

Mao y Chiang Kai-shek frente a Japón

Mao y Chiang Kai-shek: la falsa alianza que la historia maquilló

La Heroica Unión de China Contra el Invasor Japonés

La narrativa oficial nos presenta la alianza entre Mao Zedong y Chiang Kai-shek durante la invasión japonesa (1937-1945) como un momento de unidad nacional donde dos rivales aparcaron sus diferencias por el bien de China. ¿Pero qué pasaba realmente tras bambalinas? Mientras Chiang perdía a sus mejores tropas en batallas frontales contra Japón, Mao dedicaba apenas un 20% de sus esfuerzos a combatir a los japoneses, priorizando la expansión comunista. El supuesto «Segundo Frente Unido» estaba tan unido que en 1941, en plena ocupación japonesa, tropas nacionalistas masacraron a 3.000 soldados comunistas en el Incidente de Nueva Cuarta Armada. Con Chiang desplegando más soldados para bloquear zonas comunistas que para luchar contra Japón, y Mao aprovechando la invasión para fortalecerse (llegando incluso a agradecer posteriormente a Japón por la «oportunidad»), quizás deberíamos preguntarnos: ¿existió realmente esta alianza más allá del papel y la propaganda posterior?

¡Descubre la historia que no te contaron sobre la «fraternidad» chino-china durante la guerra!

Caricatura de un revolucionario y un militar dándose la mano con desconfianza en un campo de batalla de Asia oriental.
Ilustración satírica de dos enemigos ideológicos que cooperan con recelo frente a una invasión extranjera en los años 30.

Cuando los enemigos mortales se dan la mano: Mao y Chiang Kai-shek contra Japón

La historia de la alianza entre Mao Zedong y Chiang Kai-shek durante la invasión japonesa a China es uno de esos capítulos que parece extraído de una novela política de espionaje, pero que pertenece a nuestra categoría de Archienemigos por Conveniencia. Un relato perfecto de cómo dos figuras que se odiaban a muerte decidieron firmar un pacto cuando les convenía, sin dejar nunca de apuntarse con la pistola por debajo de la mesa.

Pero claro, cuando los libros de historia nos cuentan esta alianza, suelen hacerlo con la sutileza de un telediario: «Y entonces los chinos se unieron contra el enemigo común japonés». Como si de pronto los comunistas y nacionalistas hubieran descubierto el amor fraternal mientras veían juntos el atardecer. La realidad, como siempre, fue bastante más retorcida y mucho menos romántica.

El telón de fondo: una guerra civil interrumpida

La narrativa oficial suele presentar la Segunda Guerra Sino-Japonesa (1937-1945) como un paréntesis en el que los chinos aparcaron sus diferencias para enfrentarse al invasor nipón. Una historia épica de unidad nacional frente a la agresión extranjera.

Lo que esta versión edulcorada olvida mencionar es que cuando Japón invadió China en 1937, Mao y Chiang llevaban ya una década intentando exterminarse mutuamente. De hecho, Chiang Kai-shek estaba en plena campaña de «exterminio» contra los comunistas cuando los japoneses decidieron que era un buen momento para invadir. Vaya timing, oye.

El Kuomintang (KMT) de Chiang había establecido un gobierno nacionalista en Nankín y consideraba a los comunistas de Mao como la principal amenaza para China. Entre 1930 y 1934, Chiang lanzó cinco campañas de «cerco y aniquilación» contra las bases comunistas, obligando eventualmente a Mao y sus seguidores a emprender la famosa Larga Marcha hacia el norte.

Para que nos entendamos: Chiang odiaba tanto a los comunistas que, en 1936, fue secuestrado por uno de sus propios generales (Zhang Xueliang) en el Incidente de Xi’an, con el único propósito de obligarle a dejar de perseguir comunistas y concentrarse en los japoneses. Es decir, necesitaron literalmente secuestrar al líder de China para que dejara de cazar rojos y se fijara en que su país estaba siendo invadido. No es exactamente la imagen de un estadista con las prioridades claras que suele vendernos la historia.

El «Segundo Frente Unido»: una alianza con asteriscos

La versión oficial celebra el Segundo Frente Unido como un momento de unidad patriótica donde comunistas y nacionalistas unieron fuerzas contra el invasor japonés. El acuerdo, formalizado tras el Incidente de Xi’an en diciembre de 1936, supuestamente creó un frente común contra Japón.

Lo que esta versión no cuenta es que este «frente unido» tenía más grietas que un jarrón en una tienda de elefantes. El acuerdo entre Mao y Chiang fue, como diría cualquier abogado mediocre, «un acuerdo no vinculante de intenciones mutuas que depende de la interpretación contextual de las partes». Traducción: cada uno hizo lo que le dio la gana mientras miraba de reojo qué hacía el otro.

De hecho, el «Segundo Frente Unido» apenas existía sobre el papel. Mao mantuvo su Ejército Rojo (rebautizado como Octavo Ejército de Ruta y Nuevo Cuarto Ejército) bajo control comunista independiente, rechazando la integración completa con las fuerzas del KMT. Mientras tanto, Chiang nunca dejó de considerar a los comunistas como un problema a resolver después de Japón.

El acuerdo tenía cláusulas tan sólidas como «los comunistas dejarán de intentar derrocar al gobierno» y «el KMT dejará de intentar exterminar a los comunistas». Básicamente, era como si Al Capone y Eliot Ness hubieran firmado un pacto de no agresión mientras se guiñaban el ojo mutuamente. «Yo no te disparo, tú no me disparas… por ahora».

Las batallas que cada uno quería luchar

La historiografía tradicional suele destacar el heroísmo del pueblo chino en la resistencia contra Japón, presentando un frente relativamente unificado. Los libros de texto chinos (tanto en la China continental como en Taiwán) han manipulado esta narrativa según les convenía.

Lo que esta versión políticamente conveniente no menciona es que el KMT y el PCCh tenían estrategias militares radicalmente diferentes y, a menudo, contraproducentes. Mientras Chiang concentraba sus mejores tropas en «bloquear» a los comunistas en el norte (sí, en plena invasión japonesa), Mao aplicaba lo que llamó «70% expansión, 20% lucha contra Japón, 10% defensa contra el KMT». Con esas matemáticas tan equilibradas, no es de extrañar que la guerra durara ocho años.

Los nacionalistas de Chiang, con un ejército convencional, llevaron el peso de las grandes batallas contra los japoneses, como la defensa de Shanghái y la batalla de Wuhan. Mientras tanto, los comunistas se centraron en la guerra de guerrillas en zonas rurales del norte, expandiendo su influencia entre el campesinado.

Pero cuidado con los números: mientras Chiang perdía cientos de miles de soldados en batallas abiertas (y algunas desastrosas decisiones estratégicas como la ruptura de los diques del Río Amarillo que inundó y mató a cientos de miles de civiles chinos), Mao aprovechaba para reclutar campesinos, establecer bases y, de paso, prepararse para la inevitable reanudación de la guerra civil. Como diríamos hoy: Chiang hacía el trabajo sucio mientras Mao hacía networking rural.

El Incidente de Nueva Cuarta Armada: cuando las máscaras cayeron

La versión superficial nos cuenta que la alianza entre nacionalistas y comunistas tuvo «tensiones» pero se mantuvo hasta la derrota de Japón en 1945. Un eufemismo histórico de manual.

Lo que no suelen contarte es que en enero de 1941, en plena guerra contra Japón, las tropas del KMT atacaron y masacraron a unidades del Nuevo Cuarto Ejército comunista cuando estas intentaban cruzar el río Yangtze. Este «incidente» dejó unos 3.000 muertos comunistas y puso fin efectivo a cualquier pretensión de unidad. A partir de ahí, la «alianza» fue tan real como la amistad entre un gato y un ratón atrapados en la misma jaula con una serpiente.

Tras este suceso, el PCCh denunció el tratado y, aunque nominalmente ambos bandos seguían luchando contra Japón, en la práctica estaban más concentrados en posicionarse para la reanudación de la guerra civil. Chiang bloqueó los suministros a las zonas comunistas, mientras Mao expandía su control en el norte de China.

Para hacernos una idea del nivel de «colaboración»: en 1943, mientras Japón dominaba gran parte de China, el Kuomintang tenía desplegadas más tropas bloqueando las áreas comunistas que combatiendo activamente a los japoneses. Prioridades, se llama.

La batalla por la narrativa histórica

Después de 1949, con la victoria comunista en la guerra civil y la retirada de Chiang a Taiwán, comenzó otra guerra: la de la propaganda histórica. Cada bando manipuló la narrativa de la guerra contra Japón para legitimar su régimen.

En la China continental, la propaganda maoísta minimizó sistemáticamente el papel del KMT, presentando al Partido Comunista como el verdadero líder de la resistencia antijaponesa. Películas, libros de texto y museos mostraban a los comunistas como héroes y a los nacionalistas como corruptos o colaboracionistas. Mao, que había dedicado un honesto 20% de su esfuerzo a combatir a Japón según sus propias directivas internas, se convirtió de repente en el gran estratega antinipón.

Por su parte, Taiwán bajo el régimen del KMT construyó su narrativa presentando a Chiang como el verdadero líder de la resistencia, mientras que los comunistas eran oportunistas que apenas combatieron.

El colmo del revisionismo llegó con la apertura de relaciones entre la China comunista y Japón en los años 70, cuando Mao comentó relajadamente al primer ministro japonés Kakuei Tanaka: «Si no hubiera sido por la invasión japonesa, no habríamos tenido éxito. Deberíamos agradecérselo a Japón». Básicamente, Mao admitiendo con una sonrisa que la invasión que mató a millones de sus compatriotas fue en realidad una bendición para su revolución. No es exactamente el tipo de cita que aparece en los libros de texto chinos.

El legado de una alianza que nunca fue

La narrativa moderna intenta presentar el Segundo Frente Unido como un ejemplo de cómo China puede unirse ante amenazas externas, a pesar de las diferencias internas. Una lección histórica conveniente para un país obsesionado con la unidad y la estabilidad.

Pero la realidad es que esta alianza nunca existió realmente más allá del papel. Fue un matrimonio de conveniencia donde ambos cónyuges estaban afilando el cuchillo bajo la almohada. Lo único que unía a Mao y Chiang era la certeza de que, en cuanto Japón se marchara, volverían a intentar matarse mutuamente. Y en eso, por fin, ambos fueron sinceros.

El pacto entre Mao y Chiang no fue producto de un súbito brote de patriotismo, sino un cálculo frío de supervivencia política. Ninguno podía permitirse luchar simultáneamente contra Japón y su rival interno, así que acordaron una tregua temporal, siempre con la mirada puesta en la confrontación final que ambos sabían inevitable.

La alianza entre comunistas y nacionalistas chinos es el perfecto ejemplo de esas amistades de conveniencia que solo existen porque hay un matón más grande en el patio. No fue una epopeya de unidad nacional, sino una pausa estratégica en una guerra civil, decorada posteriormente con patriotismo retroactivo. Un capítulo de pragmatismo que ambos bandos trataron de borrar o reescribir tan pronto tuvieron ocasión.

La reescritura continúa: el revisionismo histórico moderno

En las últimas décadas, el gobierno chino ha modificado su narrativa sobre la guerra sino-japonesa. Si bien durante la época de Mao se minimizaba el papel del KMT, desde los años 80 hay un reconocimiento limitado de la contribución nacionalista, aunque siempre subordinada al «liderazgo del Partido Comunista».

Lo que esta actualización narrativa oculta es que responde más a cálculos políticos contemporáneos que a un genuino interés por la verdad histórica. Cuando China comenzó a cortejar a Taiwán con la política de «Un país, dos sistemas», de repente el papel de Chiang en la guerra mejoró ligeramente en los libros de historia continental. Qué casualidad que la rehabilitación parcial de Chiang coincidiera exactamente con el interés de Beijing por la reunificación pacífica. La historia, como siempre, al servicio de la política actual.

Mientras tanto, en Taiwán, el fin del régimen autocrático del KMT y la democratización llevaron a una revisión más crítica del papel de Chiang Kai-shek, reconociendo tanto sus errores como la contribución comunista a la guerra.

Pero no nos engañemos: esta «objetividad» taiwanesa tiene tanto que ver con la verdad histórica como un concurso de Miss Universo con la astrofísica. El hecho de que el KMT ya no controle el gobierno taiwanés ha permitido que los partidos políticos rivales desmitifiquen la figura de Chiang. La desmitificación histórica en Taiwán está tan motivada por la política interna como la mitificación lo está en China continental.

Conclusión: una alianza que solo existió en la propaganda

La historia de Mao y Chiang durante la guerra contra Japón no es una epopeya de unidad nacional, sino un estudio de caso sobre cómo dos enemigos mortales pueden fingir colaboración mientras preparan su próximo enfrentamiento.

Y sin embargo, décadas de propaganda por ambas partes han creado la ilusión de que hubo un momento de sublime patriotismo cuando chinos de todas las ideologías se unieron contra el invasor. La realidad fue mucho más prosaica: dos facciones que se odiaban accedieron a no matarse durante un tiempo porque había un tercero intentando matarlos a ambos. Tan pronto como el tercero se fue, volvieron encantados a su actividad favorita: la guerra civil.

Lo más fascinante de esta historia no es la alianza en sí, sino cómo ha sido manipulada, reescrita y mitificada por ambos bandos según les convenía, creando narrativas contradictorias que tienen poco que ver con lo que realmente ocurrió. Una manipulación que continúa hoy, adaptándose a los nuevos objetivos políticos tanto de Beijing como de Taipei.

En el fondo, la historia de Mao y Chiang contra Japón ilustra perfectamente el aforismo de que «la historia la escriben los vencedores» —con la peculiaridad de que, en este caso, ambos bandos se consideraron vencedores en sus respectivos territorios, creando realidades históricas paralelas que siguen dividiendo a China hasta hoy. Y así, lo que debería haber sido una lección sobre la estupidez de las guerras civiles frente a amenazas externas, se convirtió en munición para perpetuar exactamente esas divisiones.

La próxima vez que alguien te cuente la épica historia de cómo China se unió contra Japón, recuerda: así no fue.

FIN

Resumen por etiquetas

El artículo sobre la alianza entre Mao y Chiang Kai-shek durante la invasión japonesa a China explora múltiples capas de manipulación histórica y pragmatismo político, como queda reflejado en las siguientes etiquetas:

Segunda Guerra Mundial en Europa constituye el marco histórico global en el que se desarrolla esta compleja relación, aunque el conflicto sino-japonés comenzó antes y tuvo características propias. La guerra contra Japón se integró en el conflicto mundial, determinando alianzas e influencias internacionales que afectaron tanto a comunistas como a nacionalistas chinos.

Asia Oriental es el escenario geográfico principal donde se desarrolla este conflicto, con China dividida internamente mientras luchaba contra la invasión japonesa. Esta región experimentó uno de los capítulos más sangrientos de la Segunda Guerra Mundial, con dinámicas propias que trascendían el conflicto europeo.

Revoluciones y Conflictos refleja la naturaleza dual de la situación china: una revolución comunista interrumpida por una invasión extranjera, para luego reanudarse con mayor fuerza. El artículo muestra cómo la invasión japonesa, paradójicamente, creó condiciones favorables para la eventual victoria comunista.

Educación e Historia Oficial evidencia cómo tanto la China continental como Taiwán construyeron narrativas educativas contradictorias sobre el mismo periodo, manipulando la historia para legitimar sus respectivos regímenes y crear identidades nacionales divergentes.

Líderes y Próceres se enfoca en cómo Mao Zedong y Chiang Kai-shek han sido mitificados por sus respectivos sistemas políticos, ocultando sus cálculos pragmáticos y decisiones cuestionables bajo capas de heroísmo patriótico fabricado.

Aliados Inoportunos captura la esencia del artículo: una alianza forzada por circunstancias extremas entre dos facciones que se detestaban mutuamente, ejemplificando perfectamente la categoría del blog para asociaciones políticas incómodas y contradictorias.

Construir héroes funcionales expone cómo ambos regímenes transformaron retrospectivamente a sus líderes en patriotas abnegados, cuando la realidad muestra que tanto Mao como Chiang subordinaron la lucha contra Japón a sus ambiciones políticas y cálculos estratégicos de largo plazo.

Omitir responsabilidades históricas refleja cómo las narrativas oficiales de ambos bandos ocultan las acciones cuestionables durante la guerra, como el bloqueo nacionalista a zonas comunistas o la estrategia de Mao de priorizar la expansión sobre la resistencia antijaponesa.

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