Bombardeo de Dresde: Cuando la guerra justa se olvidó de la justicia
En la serie Ética Bajo Cero, donde las decisiones históricas se despojan de cualquier barniz moral para dejar al desnudo el frío cálculo del poder, el bombardeo de Dresde ocupa un lugar privilegiado. Porque si hubo un momento en la Segunda Guerra Mundial en que los “buenos” se quitaron la máscara —esa con la sonrisa democrática y los ojos de justicia universal— fue durante las noches del 13 al 15 de febrero de 1945. Para entonces, Hitler estaba más perdido que el guion de “Perdidos”, y Alemania, de rodillas. Y sin embargo, los Aliados decidieron arrasar una ciudad sin apenas relevancia militar. Porque podían. Porque les venía bien. Porque la guerra justa, al parecer, necesitaba su dosis de pirotecnia moral.
Dresde: ¿Objetivo militar o ensayo de exterminio urbano?
La versión oficial cuenta que Dresde albergaba ciertas infraestructuras de transporte y que, como parte del esfuerzo aliado por acelerar el fin de la guerra, se convirtió en un blanco legítimo.
Dresde tenía talleres ferroviarios, fábricas de armamento y era un nodo logístico clave.
Traducción: tenía una estación de tren, un par de naves industriales y mucha porcelana. Vamos, una amenaza existencial a la altura de una taza de desayuno.
La verdad incómoda es que los informes de inteligencia aliados ya señalaban la escasa relevancia militar de la ciudad. Aun así, se lanzó una operación coordinada entre la RAF británica y la USAAF estadounidense para soltar casi 4.000 toneladas de bombas incendiarias y explosivas sobre el casco urbano. El resultado fue una tormenta de fuego que devoró edificios, personas y hasta el oxígeno.
Se trató de una operación para quebrar la moral alemana.
También conocida como: “a ver si quemando civiles conseguimos que Hitler se deprima y se rinda por tristeza”.
El infierno de fuego y la contabilidad de los muertos
Durante los días del bombardeo, Dresde se convirtió en un horno sin puertas. Las temperaturas alcanzaron los 1.500 grados. El asfalto se derritió. Los refugios subterráneos actuaron como hornos crematorios improvisados. Las cifras bailan, pero se estima que unas 25.000 personas murieron abrasadas, asfixiadas o enterradas.
¿Combatientes? Pocos. ¿Civiles? Casi todos. ¿Refugiados? Montones. Porque, sorpresa, Dresde era una ciudad saturada de desplazados que huían del avance soviético.
Fue un ataque quirúrgico.
Sí, claro. Cirugía a base de napalm en el quirófano de la catedral barroca.
Churchill: del cigarro al cinismo sin escalas
Winston Churchill, ese adorable abuelo con voz de whisky y frases para agendas, escribió tras el ataque:
“La destrucción de Dresde plantea serias dudas sobre la conducta de los bombardeos aliados.”
Oh, ¿de verdad, Winston? ¿Después de autorizar la operación con todos los informes sobre la mesa?
«No se puede reconstruir Europa con una reputación de salvajismo».
Pero sí con un bonito currículum de crímenes de guerra pasados por censura.
El hombre que había vendido la guerra como una cruzada moral contra el mal, no dudó en aplicar su propia dosis de amoralidad estratégica cuando el reloj del conflicto ya se acercaba al final.
La doctrina del bombardeo moral: cuando la ética se desactiva a 10.000 pies de altura
El bombardeo de Dresde no fue un accidente, ni un exceso puntual. Fue el resultado de una política deliberada conocida como bombardeo moral. Su lógica era simple y perversa: atacar ciudades enteras para minar la moral del enemigo.
Las poblaciones civiles debían sentir en carne viva el coste de la guerra.
Porque eso de diferenciar entre soldados y niños era cosa de románticos.
Este tipo de estrategia, aplicada antes en Hamburgo y después en Tokio, respondía a una idea profundamente moderna: la eficiencia del terror. No es casualidad que se hablara de “efectos psicológicos” como si fueran KPI de una campaña de marketing sangrienta.
Las secuelas en la memoria colectiva: un silencio conveniente
Dresde quedó reducida a escombros y cenizas. Pero lo más interesante vino después: la construcción del olvido.
Durante décadas, el relato oficial anglosajón esquivó el tema con elegancia de salón victoriano. Si se hablaba de Hiroshima, era para justificar el fin de la guerra. Si se mencionaba Dresde, era con la boca chica, como quien recuerda un desliz adolescente en una fiesta de instituto.
“Hay que contextualizar históricamente los hechos.”
Traducción: si lo hicimos nosotros, no fue tan grave. Si lo hacen otros, es genocidio.
Alemania, por su parte, convirtió el recuerdo de Dresde en un campo de batalla simbólico. Entre los que querían usarlo para equiparar nazismo con aliadismo (spoiler: no cuela) y los que preferían enterrar el tema bajo toneladas de culpa colectiva, el debate quedó secuestrado.
El turismo del horror y la reconstrucción de postal
Hoy, Dresde luce restaurada, limpia y con su famosa Frauenkirche como símbolo de la resiliencia alemana. Pero detrás del yeso y las postales, la herida sigue supurando.
El 13 de febrero se conmemora oficialmente la tragedia, pero entre protestas neonazis, contramanifestaciones antifascistas y discursos huecos de reconciliación, el recuerdo es más campo minado que ritual cívico.
Recordamos para no repetir.
Y sin embargo, ahí están Irak, Siria, Gaza… como si el trauma de Dresde fuera solo un ensayo general.
El precio de una victoria sin moral
Lo que el bombardeo de Dresde dejó claro es que la guerra justa es un oxímoron con muy buena prensa. En nombre del bien, se puede arrasar una ciudad llena de civiles. En nombre de la libertad, se puede justificar lo injustificable. Todo depende de quién escriba los libros de historia… o de quién los bombee desde 10.000 metros de altura.
Y por si alguien se consuela pensando que fue un error aislado, basta repasar los manuales de guerra modernos: los principios de proporcionalidad y distinción entre combatientes y civiles siguen siendo papel mojado cuando el objetivo es “doblegar la moral del enemigo”. Es decir, tú, yo, tu abuela y cualquier cosa que respire en el lado equivocado del mapa.
El enemigo era el nazismo, pero la víctima fue la ética.
¿Y si la próxima vez el enemigo vuelve a tener excusas nobles y las bombas caen sobre otra ciudad “prescindible”? Porque así se empieza. Así se repite. Así no fue.