Nos enseñaron que los imperios se enfrentaban en guerras épicas por principios sagrados: libertad, soberanía, religión. Que eran enemigos irreconciliables, condenados a batallar por sus diferencias esenciales. Así se nos vendió la enemistad entre Roma y Cartago, entre Estados Unidos y la URSS, entre Francia e Inglaterra. Pero ¿y si esa narrativa heroica y binaria fuera más frágil que un tratado firmado en tiempos de paz? ¿Y si las confrontaciones públicas ocultaran acuerdos privados? ¿Y si bajo las bombas se escondieran negocios mutuos, intercambios de tecnología, matrimonios estratégicos o reparto encubierto de territorios? ¿Por qué tantas “enemistades históricas” terminan en alianzas convenientes justo después de haberse acusado mutuamente de genocidio? ¿Por qué hay más diplomáticos en las guerras que soldados en los desfiles? En esta categoría, exploraremos cómo el odio declarado entre potencias servía a menudo como fachada de una colaboración vergonzosamente rentable. Prepárate para descubrir que los enemigos jurados quizá solo se tiraban piedras para no levantar sospechas mientras contaban juntos los beneficios.
¡Deja de tragar propaganda como si fuera historia y entra a leer!