Desde pequeños nos enseñaron que los países existen como entidades casi naturales, con raíces ancestrales, esencias propias e historias tan sólidas como las rocas de sus monumentos nacionales. Nos hablaron de naciones con vocación eterna, pueblos elegidos por la historia y fronteras trazadas por la sangre y el destino. Pero… ¿cuándo exactamente se convirtió una idea en un país? ¿Quién decidió que un dialecto era una lengua nacional? ¿Por qué ciertos mitos fundacionales suenan más a relato de autoayuda que a hechos verificables? ¿Y si muchas de estas historias patrióticas fueron diseñadas más por publicistas que por historiadores? No hablamos de teorías conspiranoicas ni delirios revisionistas, sino de procesos documentados donde un puñado de símbolos, un par de guerras selectivas y una buena dosis de marketing lograron convertir regiones dispares en “naciones indiscutibles”. ¿Te suena eso de “basado en hechos reales”? Pues cuidado: lo de “hechos” es relativo, y lo de “reales” aún más. La historia de tu país —sí, el tuyo también— podría haber sido escrita con la misma libertad creativa que una serie de Netflix.
¡Prepárate para desaprender lo que te contaron sobre las naciones que “siempre estuvieron ahí”!