La narrativa oficial es clara: hay países que, durante los grandes conflictos globales, optaron por la noble vía de la neutralidad. Ni con unos ni con otros. Observadores discretos, guardianes de la paz. Eso es lo que te contaron, ¿no? Pero… ¿cómo se explica entonces el flujo constante de recursos, inteligencia y favores diplomáticos entre bastidores? ¿Qué hacían esos supuestos “neutrales” firmando acuerdos secretos, lavando oro robado o ofreciendo refugio a criminales de guerra? ¿Es realmente neutral quien se beneficia activamente del conflicto sin mancharse las manos en el frente? Quizá tu idea de «neutralidad» tenga más que ver con una etiqueta conveniente que con una realidad ética. Tal vez ese país modélico que siempre mencionan en los documentales no solo no fue imparcial, sino que jugó un papel crucial, solo que en la sombra. Y si esto es así, ¿qué más de lo que creías firme como el granito está en realidad sostenido por una papelería entera de post-its mal pegados? Bienvenido al rincón de la historia donde la equidistancia es una trampa y la moral, una moneda de cambio.
¡Entra y descubre quién jugaba a dos bandas mientras tú pensabas que no jugaba!