Desde pequeños se nos ha enseñado que la religión es un asunto sagrado, personal, y exclusivamente espiritual. Nos contaron que las creencias se basan en la fe, que las instituciones religiosas buscan el bien común, y que todo lo demás es una cuestión de interpretación. Pero, ¿y si esas historias edulcoradas fueran más una estrategia de marketing que un reflejo de la realidad? ¿Qué pasa si esa fe «espontánea» fue moldeada por siglos de manipulación institucional? ¿Y si muchas de esas cruzadas, inquisiciones, conversiones masivas o símbolos universales no fueron más que brillantes jugadas de poder, disfrazadas de mandato divino? Porque, ¿realmente crees que el calendario litúrgico, las festividades, o incluso la moral dominante no han sido utilizados como herramientas políticas? ¿O que los dogmas no han sido reescritos como guiones de campaña? Si cuando alguien se atreve a cuestionarlo, se le tacha de hereje, es probablemente porque está peligrosamente cerca de algo incómodamente cierto. Lo que se nos vendió como fe, quizás fue menú del día. Uno que otros se encargaron de cocinar… y tú te lo comiste con patatas sagradas.
¡Atrévete a masticar lo que de verdad tragaste!