El Canal de Panamá y la United Fruit
La independencia que no fue tal: bienvenida al club de los países por catálogo
En el altar de la historia oficial, la independencia de Panamá es uno de esos milagros diplomáticos que, según los libros de texto, ocurrió por voluntad de un pueblo que se hartó del centralismo colombiano y decidió, espontáneamente, tomar las riendas de su destino. Un canto a la autodeterminación. Una epopeya tropical con final feliz. Y de paso, una vía marítima que cambió el comercio mundial.
Pero si en El Capital Tiene Memoria te contamos esta historia, ya sabes por dónde van los tiros: si suena a cuento, huele a dólar. Porque esta independencia no fue un parto, fue una cesárea financiada desde Wall Street. Y el bisturí lo manejaba la United Fruit Company.
Un canal estratégico con precio de oferta: dos millones y medio de razones
A principios del siglo XX, Estados Unidos tenía un pequeño problema: conectar sus dos costas era un infierno logístico. La solución ideal era un canal en Centroamérica. Francia lo había intentado en Panamá y fracasado estrepitosamente. Así que, ni corto ni perezoso, Washington decidió encargarse del asunto. Pero había un obstáculo: Panamá era todavía una provincia de Colombia.
¿Negociar? ¿Pagarle a Colombia un precio justo? Qué aburrido.
«Colombia pidió 25 millones de dólares por el derecho de construir el canal. Estados Unidos ofreció 10. Colombia dijo que no. Entonces, Panamá dijo que era hora de independizarse. Qué coincidencia.»
En cuestión de días, un movimiento separatista surgió en Panamá como si llevase años gestándose (spoiler: no), y Estados Unidos reconoció la nueva república tres días después de su proclamación. Algo así como comprarte un coche de segunda mano, pero que ya esté a tu nombre en el registro incluso antes de pagar.
La revolución menos revolucionaria de la historia
Que no se diga que no fue una independencia… lo que pasa es que fue una independencia coreografiada con partitura de banquero. Mientras los panameños celebraban en las calles, un abogado estadounidense llamado William Nelson Cromwell (representante de los intereses del magnate J.P. Morgan y del proyecto del canal) ya había diseñado los estatutos de la nueva nación.
Y por si te parece demasiado conspiranoico:
«El 3 de noviembre de 1903, cuando Panamá se ‘independizó’, había buques de guerra estadounidenses bloqueando cualquier intento de Colombia de intervenir. El canal no se construyó en Panamá. Panamá se construyó en torno al canal.»
Una independencia en la que los barcos no eran panameños, las decisiones no eran panameñas y el futuro, tampoco.
Roosevelt y el big stick: diplomacia con mango largo
El presidente Theodore Roosevelt no se cortó ni un pelo en dejar claro que la intervención fue premeditada. No por libertad, ni por democracia, sino porque la geografía necesitaba una ayudita.
“Tomé Panamá”, diría años después con esa mezcla de prepotencia y sinceridad brutal que da el poder sin consecuencias.
Y claro, como todo esto de intervenir en países ajenos no quedaba del todo bien, se cubrió con la doctrina del “destino manifiesto”, ese elegante eufemismo para decir “porque nos da la gana”.
Mientras tanto, el recién nacido país firmaba un tratado con Estados Unidos que le entregaba una franja de tierra de lado a lado del istmo, a perpetuidad, por una miseria. Si eso no es neocolonialismo con envoltorio de ayuda internacional, ya nos dirás tú qué lo es.
United Fruit Company: el otro canal, el de la banana
No podemos hablar del canal sin hablar de la United Fruit Company, también conocida como “Mamita Yunai” en Centroamérica, o como el Ministerio de Colonias sin ministerio. Esta empresa controlaba vastas plantaciones en la región, y su influencia iba de lo agrícola a lo político con una facilidad pasmosa.
Su interés en el canal era clarísimo: necesitaba rutas rápidas y seguras para exportar sus productos, y también gobiernos amigables que no cuestionaran sus prácticas laborales, ni sus exenciones fiscales, ni su latifundismo con uniforme de eficiencia.
«La United Fruit no necesitaba ejército. Ya tenía al de Estados Unidos.»
Y no es broma. Intervenciones como la de Honduras o Guatemala tuvieron más que ver con proteger los intereses bananeros que con la estabilidad regional.
Secuelas que no caben en la caja del souvenir
El canal fue administrado por Estados Unidos durante casi todo el siglo XX. Panamá no tuvo control soberano sobre él hasta 1999. Y aún hoy, con el canal en manos panameñas, la estructura de poder económico que lo rodea sigue favoreciendo a grandes corporaciones e intereses transnacionales más que a la ciudadanía panameña.
Los movimientos sociales que exigieron soberanía fueron tratados como alborotadores, incluso cuando sus protestas eran tan básicas como: “queremos que nuestra bandera ondee en nuestro territorio”.
«En 1964, estudiantes panameños fueron asesinados por querer izar su bandera en la zona del canal. A veces, el nacionalismo también tiene peaje de sangre.»
Además, la construcción del canal y su ampliación posterior generaron desplazamientos forzados, deterioro ecológico, y una relación de dependencia estructural respecto a un comercio global del que Panamá es más portera que jugadora.
Lo que nos vendieron: una democracia tropical en miniatura
La versión oficial sigue colándose en libros de texto y documentales que celebran la astucia panameña o la visión estratégica de Roosevelt. La palabra “imperialismo” brilla por su ausencia, y la United Fruit es mencionada, si acaso, como una anécdota exótica.
Pero si algo aprendimos del siglo XX es que los países no nacen: se diseñan.
Y Panamá es un caso de laboratorio de lo que significa una nación construida para servir intereses ajenos desde su primer suspiro. Porque si no tienes soberanía sobre tu territorio, ni sobre tus recursos, ni sobre tus decisiones… ¿de qué sirve tener un himno?