El “Milagro Económico” de Pinochet: Éxito con cadáveres debajo de la alfombra
Este artículo forma parte de la serie Historia por Encargo, donde exploramos cómo los gobiernos escriben cuentos de hadas… aunque los ogros sigan gobernando.
El relato del milagro: Chile, laboratorio económico con estrellita en la frente
Durante décadas, se ha vendido la historia de que Chile fue salvado por la varita mágica del neoliberalismo. La narrativa oficial de la dictadura de Augusto Pinochet —y de buena parte de sus herederos ideológicos— cuenta que su golpe de Estado en 1973 no solo libró al país del comunismo, sino que además inauguró una edad dorada de modernización económica. Se implantaron las recetas de los famosos “Chicago Boys”, se privatizó hasta el alma, se desreguló lo desregulable, y se dejó al “mercado libre” como dios rector del destino nacional.
“Gracias a las reformas de Pinochet, Chile dejó atrás el estancamiento socialista y se convirtió en el tigre económico de América Latina”, decían los panfletos, las cátedras de economía de medio planeta y hasta los PowerPoints de alguna embajada.
Claro, todo muy bonito… si uno se toma la molestia de ignorar los datos incómodos, los muertos y los empobrecidos. Porque si hay algo que caracterizó al milagro chileno fue su capacidad para prosperar sobre una montaña de desigualdad, represión y manipulación estadística.
La cirugía sin anestesia: neoliberalismo a lo Mengele
Entre 1975 y 1981, el régimen pinochetista llevó a cabo un experimento económico radical: apertura comercial sin red, privatización masiva de empresas públicas, eliminación de subsidios y una contracción brutal del gasto social. Para entonces, el Estado dejó de ser el actor principal en la economía para convertirse en un notario con Alzheimer: firmaba todo, pero no se enteraba de nada.
“El modelo chileno es ejemplar”, decía Milton Friedman, padrino espiritual de la masacre presupuestaria, mientras ignoraba el pequeño detalle de que se estaba aplicando en una dictadura sin libertad sindical, sin oposición legal y con tortura institucionalizada.
Los resultados fueron inmediatos… y no precisamente celestiales. La pobreza pasó del 20% al 40% en menos de una década. El desempleo superó el 30% tras la crisis de 1982, y la desigualdad escaló hasta niveles pornográficos. Eso sí: el PIB crecía bonito, en líneas rectas ascendentes que hacían sonreír a los inversores extranjeros. Porque cuando la gráfica sube, da igual si hay gente debajo asfixiándose.
Medios, mitos y maquillaje: cómo se vende un cuento de éxito con cadáveres frescos
Si algo entendió bien el pinochetismo fue que no basta con aplicar políticas brutales; hay que contarlas como si fueran cuentos de hadas. El régimen controlaba férreamente los medios de comunicación, utilizaba encuestas amañadas y estadísticas seleccionadas con bisturí, y se rodeaba de expertos internacionales deseosos de un caso de estudio para sus papers.
“Chile es un ejemplo de estabilidad macroeconómica”, decían los informes del FMI, con una ceguera selectiva que hacía palidecer a Stevie Wonder.
En la televisión chilena, la pobreza no existía, o se presentaba como un problema “heredado del pasado”, no como una consecuencia directa de la terapia de shock. Mientras tanto, las universidades privadas proliferaban —pero el acceso real a la educación seguía dependiendo del bolsillo de los padres, no del talento de los alumnos—. El relato de éxito fue tan cuidadosamente construido que incluso algunos sectores progresistas empezaron a comprarlo… por fascículos.
Democracia con herencia tóxica: cuando el cuento sigue después del monstruo
Y aquí viene el verdadero truco del mago: el relato del milagro económico sobrevivió a su propio autor. Cuando en 1990 Chile volvió a la democracia, muchos esperaban que el modelo neoliberal sería revisado, corregido o al menos explicado con honestidad. Pero no. Lo que se hizo fue administrar el legado de la dictadura con sonrisa democrática.
“No podemos tirar por la borda lo que ha funcionado”, decían los tecnócratas de la Concertación, en un ejercicio olímpico de cinismo político.
La Constitución de Pinochet se mantuvo intacta durante décadas. Las pensiones privatizadas siguieron funcionando (léase: fallando). Y el sistema educativo seguía segmentando por clase social con la eficiencia de una máquina suiza. El modelo fue maquillado, sí. Pero el fondo no se tocó. Porque decir que el milagro fue un fraude implicaba reconocer que se había colaborado con la estafa.
2019: el milagro estalla en la cara
Entonces, llegó 2019. El aumento del billete del metro fue la chispa, pero lo que explotó fue la mentira acumulada durante 40 años. El estallido social puso en evidencia que el modelo chileno no era un éxito exportable, sino una olla a presión con manual de autoengaño.
“No son 30 pesos, son 30 años”, gritaban las calles de Santiago. Treinta años de precariedad disfrazada de eficiencia, de crecimiento que no llegaba al bolsillo común, de reformas que solo reformaban la paciencia del pueblo.
El mito del milagro económico quedó desnudo, como el emperador aquel del cuento. Pero todavía hoy hay quien insiste en que “con Pinochet se vivía mejor”. Porque el relato oficial tiene la capacidad de reciclarse, mutar y seguir engañando. Especialmente cuando se le da espacio en tertulias televisivas y editoriales de periódicos con nostalgia de mano dura.
Conclusión: Si esto fue un milagro, Dios necesita clases de economía y ética
Chile no vivió un milagro económico. Vivió una dictadura que utilizó la economía como arma de control y propaganda. Un régimen que instauró el neoliberalismo con la misma sutileza con la que se lanza un piano desde un octavo piso. El verdadero milagro es que esta narrativa aún tenga creyentes.
Así que la próxima vez que alguien te diga que “Pinochet salvó la economía chilena”, pregúntale cuántas veces hay que arrasar un país para que suba el PIB. Y si te responde en dólares, ya sabes con qué tipo de devoto estás hablando.
¿Te interesa conocer cómo se construyen las mentiras históricas con PowerPoint, bayonetas y editoriales vendidas? Entonces sigue en la serie Historia por Encargo, donde desmontamos la historia… con manual de instrucciones.