El mito de Nerón como estadista: entre llamas y fantasía
La historia oficial es como un culebrón venezolano con efectos especiales caros pero guion dudoso. Y pocos personajes encarnan mejor este problema que Nerón, último emperador de la dinastía Julio-Claudia. Mientras Roma ardía literalmente, la historiografía posterior se las ha arreglado para presentarnos versiones contradictorias de un gobernante que pertenece, sin duda, a la categoría de mandatarios payasos que han dejado huella en la civilización occidental por razones que quizá no deberíamos celebrar.
Porque vamos a ser honestos: cualquier político actual que declarara a su madre enemiga pública, la asesinara, y luego construyera un palacio dorado mientras su capital se reduce a cenizas, tendría serios problemas para mantener una carrera en relaciones públicas. Pero hey, cuando tienes una estatua de 30 metros y controlas a los escribas, las «fake news» del siglo I no tenían fact-checkers.
Un artista en el poder: el relato edulcorado
Según la versión más suavizada de la historia, Nerón fue un gobernante con sensibilidad artística incomprendida. Un mecenas de las artes, poeta, músico y promotor de los Juegos Neronianos. Los primeros cinco años de su gobierno, bajo la tutela de Séneca y Burro, suelen presentarse como una época dorada de administración eficiente. Incluso se ha intentado rescatar su imagen sugiriendo que sus reformas monetarias y urbanísticas fueron visionarias, y que su persecución por parte de historiadores como Tácito y Suetonio respondía a motivaciones ideológicas.
Claro, porque todo gobernante visionario empieza matando a su madre Agripina (después de varios intentos bastante chapuceros, incluido un barco con trampa que ella sobrevivió nadando), elimina a su esposa Octavia, patea hasta la muerte a su segunda esposa embarazada, y acaba con su mentor Séneca. Si eso es visión de Estado, prefiero un miope en el poder.
El Gran Incendio: ¿fortuito, estratégico o negligente?
El evento que definió la reputación de Nerón ocurrió en el 64 d.C., cuando un fuego devastó 10 de los 14 distritos de Roma durante seis días. La historia tradicional nos dice que fue un accidente, una desgracia ante la cual el emperador organizó refugios y distribuyó alimentos. Algunas fuentes modernas incluso sugieren que Nerón no estaba en Roma cuando comenzó el incendio, desacreditando la leyenda de que «tocó la lira mientras Roma ardía».
Lo que estas versiones olvidan mencionar es que cuando finalmente apareció el emperador, lo hizo recitando su poema sobre la caída de Troya mientras contemplaba las llamas desde una posición privilegiada. No era exactamente el comportamiento esperado de un gestor de crisis. Imaginen a un alcalde moderno haciendo un TikTok poético mientras los bomberos intentan apagar el centro histórico.
La Domus Aurea: reconstrucción para el pueblo o megalomanía imperial
Tras el incendio, Nerón emprendió un ambicioso plan de reconstrucción urbana. La narración más favorable destaca que diseñó calles más anchas, edificios con pórticos resistentes al fuego y normas de seguridad para prevenir futuros desastres. La joya de esta renovación fue la Domus Aurea, presentada como un complejo que combinaba espacios públicos y privados.
Lo que esta versión omite es que la «Casa Dorada» era básicamente la mansión más extravagante jamás construida, que ocupaba entre 100 y 300 acres en el centro de Roma, con un vestíbulo lo suficientemente grande para albergar una estatua de Nerón de 30 metros, lagos artificiales donde luego se construyó el Coliseo, y techos que derramaban pétalos y perfume sobre los invitados. Mientras tanto, miles de romanos desplazados por el incendio buscaban donde vivir. Es como si tras un incendio en Madrid, el presidente expropiara la Castellana para construirse un palacio con piscina olímpica y un retrato propio del tamaño del Bernabéu.
La persecución de los cristianos: política religiosa o chivo expiatorio
La historiografía tradicional menciona casi de pasada que tras el incendio, Nerón necesitaba un culpable y señaló a los cristianos, una secta minoritaria y sospechosa para los estándares romanos. Este episodio suele presentarse como una nota a pie de página en los libros de texto, un simple reflejo de la intolerancia religiosa de la época.
Lo que no suelen contarte es el nivel de sadismo desplegado. Tácito describe cómo Nerón usó a los cristianos como antorchas humanas para iluminar sus jardines durante fiestas nocturnas, los vistió con pieles de animales para que fueran despedazados por perros, o los crucificó para entretenimiento público. No era simple «intolerancia religiosa» sino un espectáculo propagandístico para desviar la atención de los rumores sobre su propia responsabilidad en el incendio.
La política exterior: ¿diplomacia o desastre?
En los manuales de historia, las campañas militares de Nerón en Armenia y la guerra contra los partos aparecen como intentos estratégicos de asegurar las fronteras orientales. Su tratado con Partia en el 63 d.C. se presenta ocasionalmente como un logro diplomático.
La realidad fue que Nerón nombró generales y luego interfirió constantemente en sus decisiones desde la comodidad de su palacio. La «gran victoria» en Armenia fue seguida de una negociación que muchos romanos consideraron humillante, donde el general Corbulón tuvo que arrodillarse ante la imagen de Nerón mientras el príncipe armenio recibía su corona. Todo el asunto fue más un espectáculo teatral que una política exterior consistente. Mientras tanto, la rebelión de Boudicca en Britania casi hizo perder la provincia por negligencia administrativa.
El colapso económico: la otra cara del mecenazgo cultural
La versión simplificada nos habla de un emperador que gastó generosamente en juegos, festivales y proyectos culturales para beneficio del pueblo romano. Sus reformas monetarias se describen como intentos de estabilizar la economía.
Lo que se omite convenientemente es que Nerón devaluó la moneda romana reduciendo su contenido de plata del 100% al 90%, el primer paso en una espiral inflacionaria que continuaría durante siglos. Sus «generosos» gastos en espectáculos (incluyendo su propia participación como actor y auriga) y construcciones monumentales vaciaron el tesoro hasta tal punto que tuvo que recurrir a confiscaciones arbitrarias de propiedades de senadores y ciudadanos ricos, muchos ejecutados bajo cargos fabricados para justificar la apropiación de sus bienes.
El final caótico: más allá del suicidio romántico
La narración tradicional sobre la caída de Nerón suele presentar su suicidio como un acto casi romántico: abandonado por todos, pronunciando «¡Qué artista muere conmigo!» mientras se clava una daga en la garganta para evitar una muerte más humillante.
La versión menos glamurosa es que Nerón pasó sus últimos días en pánico, incapaz de decidir si huir, suplicar clemencia o suicidarse. Cuando finalmente se decidió por esta última opción, necesitó la ayuda de su secretario para enterrarse el puñal porque le faltaba valor. El Senado no esperó a confirmar su muerte para declararlo enemigo público y ordenar que sus estatuas fueran derribadas. No era exactamente el final digno de un presunto estadista visionario incomprendido.
El legado reconstruido: de villano a víctima de la propaganda
En tiempos recientes, ha surgido una corriente revisionista que intenta rehabilitar la figura de Nerón, sugiriendo que fue víctima de una campaña de desprestigio orquestada por historiadores aristocráticos y la posterior tradición cristiana. Se destacan sus políticas populistas y su supuesta visión artística.
Este revisionismo convenientemente ignora el hecho de que incluso las fuentes contemporáneas a Nerón, antes de que los cristianos tuvieran cualquier influencia en la historiografía romana, ya lo retrataban como un gobernante errático. El filósofo Epicteto, que vivió durante su reinado, lo usa como ejemplo de tirano en sus enseñanzas. Y las múltiples rebeliones en los últimos años de su gobierno, incluida la de su antiguo mentor Séneca, difícilmente pueden atribuirse solo a propaganda posterior.
La memoria distorsionada: de emperador teatral a estadista reinventado
La transformación de Nerón en la memoria histórica es quizás uno de los casos más fascinantes de cómo las narrativas oficiales pueden distorsionar el pasado según las necesidades del presente. Cada época ha moldeado a su Nerón particular: desde el Anticristo medieval hasta el esteta incomprendido de cierta historiografía moderna.
Pero detrás de todas estas reconstrucciones sigue estando un gobernante que estableció un estándar de narcisismo político difícil de superar. Un hombre cuya preocupación principal era su imagen y sus deseos personales, mientras Roma literalmente se quemaba. Un emperador que prefirió construir un palacio colosal antes que viviendas para los damnificados por un desastre. Si eso no es la definición perfecta para la categoría «Cuando Mandaban Payasos», entonces probablemente necesitemos revisar nuestros criterios para la incompetencia gubernamental.
La lección incómoda: el poder del relato oficial
La historia de Nerón nos enseña no solo sobre un emperador controvertido, sino sobre cómo funciona la construcción de narrativas históricas. A pesar de evidencias contundentes de su desastrosa gestión, cada generación ha encontrado formas de reinterpretarlo según sus propias necesidades políticas y culturales.
Y aquí está la lección que deberíamos llevarnos: cuando un gobernante controla no solo el presente sino también la narrativa sobre el pasado, puede quemar Roma y aún así acabar con una estatua. Nerón lo entendió perfectamente cuando mandó construir su coloso de 30 metros. Sabía que el tamaño sí importa, al menos cuando se trata de reescribir la historia.
La versión oficial nos habla de incomprensión, de un artista en el poder, de reformas visionarias incomprendidas por su tiempo. La realidad, según todas las evidencias disponibles, apunta más bien a un caso extremo de narcisismo político con consecuencias catastróficas. Nerón no fue un estadista con aficiones artísticas, sino un artista mediocre con poder absoluto. Y ahí radica precisamente el problema.