La zona gris de la historia

Esterilizaciones forzadas eugenésicas

Esterilizaciones forzadas eugenésicas: cuando la democracia mutila

La democracia también esterilizaba por el bien común

Nos contaron que los regímenes democráticos garantizan derechos, protegen la dignidad humana y valoran la libertad individual por encima de todo. Pero, ¿cómo encajan en ese cuento las decenas de miles de personas esterilizadas por el Estado sin su consentimiento en EE.UU., Suecia o Canadá? ¿Qué tipo de libertad se defiende cuando se niega el derecho a tener descendencia por ser pobre, discapacitado o indígena? Bajo el barniz de la ciencia y la eficiencia social, la eugenesia democrática se aplicó con frialdad quirúrgica y respaldo judicial. ¿Y si te dijéramos que aún hoy esa lógica sigue viva, solo que ahora se llama «optimización sanitaria» o «selección genética responsable»? Lo que parecía cosa de nazis, resulta que era ley en países con parlamento y prensa libre. Y eso, quizá, es lo más aterrador de todo.

Lee el artículo y descubre cómo la historia no solo se repite, sino que ni siquiera se ha ido.

Esterilizaciones forzadas eugenésicas. Ilustración satírica de un médico sonriente a punto de esterilizar forzadamente a un hombre atado, con oficiales nazis vigilando.
Esta ilustración, rebosante de colorido irónico, ofrece una amable postal de lo que alguna vez se llamó “mejorar la humanidad” con bisturí en mano y uniforme al fondo. En una escena digna de propaganda alegre, un simpático doctor realiza su noble labor mientras dos custodios del orden racial sonríen desde las sombras de un hospital ejemplar. Nada dice "Esterilizaciones forzadas eugenésicas" como la serena eficiencia de una maquinaria estatal pintada con brocha optimista.

Esterilizaciones forzadas eugenésicas

Bienvenidos a otro capítulo de Ética Bajo Cero, esa serie que recoge momentos gloriosos de la humanidad donde los principios morales fueron convenientemente enviados de vacaciones para dejar paso al pragmatismo más descarnado. Hoy, toca hablar de un asunto que suena a distopía, pero que fue legislación vigente: las esterilizaciones forzadas eugenésicas en democracias occidentales. No, no estamos en una novela de Margaret Atwood ni en un informe desclasificado del Tercer Reich. Estamos en Estados Unidos, Canadá, Suecia… democracias con derecho al voto, separación de poderes y todo el pack institucional. Pero eso sí, con quirófano para “defectuosos” de serie.

Eugenesia para todos (menos para los afectados)

La eficiencia como excusa para mutilar derechos

Durante buena parte del siglo XX, en varios países considerados avanzados, se impuso una idea seductoramente perversa: la sociedad podía y debía mejorarse eliminando, quirúrgicamente si era necesario, a quienes no encajaban en el molde productivo, normativo y blanco. Y se hizo sin esconder la mano, pero sí bajando la voz.

«Tres generaciones de imbéciles son suficientes.»
Con esta joya de sentencia, el juez Oliver Wendell Holmes Jr. selló en 1927 la legitimidad jurídica de la esterilización forzada en Estados Unidos, en el infame caso Buck v. Bell. Carrie Buck, internada por «debilidad mental» (léase: violada, pobre y sin recursos), fue esterilizada para que su “linaje degenerado” no siguiera expandiéndose. Todo muy legal, muy higiénico, muy útil.

Lo que comenzó con eufemismos como “mejora de la raza” o “salud pública”, acabó siendo una cadena industrializada de mutilaciones médicas. El objetivo era claro: borrar del mapa a personas con discapacidad intelectual, epilépticos, alcohólicos, madres solteras, indígenas, afroamericanos y cualquier otro colectivo que resultase un gasto para el Estado o una amenaza para su imaginario de pureza nacional.

Democracias quirúrgicas: la hipocresía con bisturí

No eran monstruos, eran ministros

La idea de que esto fue cosa de locos nazis o dictaduras sudamericanas es tan reconfortante como falsa. La eugenesia se debatía en universidades, se implementaba con informes técnicos y se defendía en parlamentos. Todo muy siglo de las luces, pero con un toque de quirófano.

En Suecia, el Instituto Estatal de Biología Racial (sí, existió) coordinó la esterilización de más de 63.000 personas entre 1935 y 1975. En su mayoría, mujeres pobres y jóvenes consideradas “inadaptadas sociales”. Porque, claro, mejor prevenir que alimentar.

En Alberta, Canadá, se aprobó una ley de esterilización en 1928 que permitía operar sin consentimiento a cualquier persona institucionalizada. Entre los casos documentados, se cuentan numerosos indígenas esterilizados por ser considerados «menos civilizados». Una buena manera de cortar por lo sano el problema del colonialismo: que no nazcan más colonizados.

En todos estos casos, el consentimiento fue una palabra vacía o directamente ausente. La autonomía corporal era un lujo reservado para quienes entraban en la categoría de “ciudadanos útiles”.

Consecuencias inmediatas: la generación silenciada

Una violencia que no hacía ruido

Las víctimas de las esterilizaciones forzadas no salieron en los libros de historia. Tampoco en los telediarios. Muchas de ellas ni siquiera supieron que habían sido esterilizadas hasta años después, cuando intentaron tener hijos y descubrieron que alguien, años atrás, había decidido por ellas. Y por sus futuros que nunca serían.

En Carolina del Norte, EE.UU., una mujer afroamericana de 14 años fue esterilizada sin su conocimiento tras ser llevada a un centro para “corrección de conducta”. Cuando décadas después exigió explicaciones, la respuesta fue una carta: «No encontramos irregularidades en su expediente.»

Esta violencia institucional fue tan profunda que muchos descendientes de las víctimas ni siquiera saben que sus familias fueron mutiladas por el Estado. En algunos casos, las esterilizaciones se camuflaban como apendicitis o revisiones ginecológicas rutinarias. Porque nada como el engaño sanitario para evitar escándalos.

Secuelas persistentes: cuando el pasado no se opera

Silencio, indemnización (si hay suerte) y carpetazo

Aunque algunos países han ofrecido disculpas formales o programas de indemnización, las heridas siguen abiertas. Las víctimas siguen siendo, en muchos casos, personas de bajos recursos, con escasa representación y cuya historia no encaja en el relato épico del progreso democrático.

En 2003, Suecia admitió públicamente la barbarie eugenésica, pero la mayoría de las víctimas ya habían muerto. Las que sobrevivieron recibieron compensaciones que no pagaban ni una prótesis dental. Todo muy simbólico, muy democrático y muy inútil.

En Estados Unidos, el caso Buck v. Bell nunca fue revocado, lo que técnicamente deja la puerta abierta a repetir la historia. Aunque parezca increíble, sigue siendo jurisprudencia válida. El fantasma de la eugenesia no fue exorcizado, solo metido en un cajón de archivo.

Eugenesia 2.0: del bisturí al algoritmo

Nuevas formas de decidir quién merece existir

El problema de las esterilizaciones forzadas no se limitó al pasado. Hoy se repite con otros disfraces: selección genética en embriones, aborto selectivo, barreras de acceso a la reproducción asistida para colectivos marginalizados… Todo muy moderno, muy bioético, muy inclusivo. Pero con las mismas preguntas: ¿quién decide qué vidas merecen nacer? ¿quién define lo “normal”?

En 2020, salió a la luz que mujeres inmigrantes detenidas en centros de ICE (Inmigración y Control de Aduanas de EE.UU.) habían sido esterilizadas sin su consentimiento. Las autoridades, claro, negaron cualquier mala práctica. Y los medios, ocupados con Trump, lo dejaron pasar como si fuera una anécdota.

El principio de autonomía corporal sigue siendo negociable según el pasaporte, el color de piel o la renta. Lo que antes se justificaba con estadísticas sobre “carga social” ahora se disfraza de eficiencia presupuestaria y optimización de recursos sanitarios. Es la misma lógica, pero en PowerPoint.

El progreso como coartada de la barbarie

Cuando mejorar la sociedad significa destruir a parte de ella

La historia de las esterilizaciones forzadas debería estar grabada en mármol en todas las facultades de Derecho, Medicina y Ciencias Sociales. No como ejemplo de lo que “ya no se hace”, sino como advertencia de lo que se sigue pensando. Porque la eugenesia no es un error del pasado: es una tentación del presente. Una que aparece cada vez que se habla de “reducir costes”, “racionalizar servicios” o “mejorar la calidad genética”.

¿Y si te dijéramos que, en 2021, una empresa biotecnológica estadounidense ofrecía pruebas genéticas para predecir la inteligencia embrionaria? No lo llamaban eugenesia. Lo llamaban innovación en salud reproductiva. Porque nada como cambiar el nombre para legalizar la misma porquería de siempre.

Mientras no se repare del todo el daño, mientras no se revise el relato con toda su crudeza, mientras no se reconozca que las democracias también perpetran horrores si se les deja, el bisturí seguirá afilado. Esperando su siguiente turno.

FIN

Resumen por etiquetas

Este apartado conecta las etiquetas seleccionadas con los contenidos clave del artículo, contextualizando su uso.

  • Holocausto: Aunque el Holocausto nazi es el emblema de la eugenesia radical, este artículo expone cómo prácticas similares —aunque institucionalizadas en democracia— ocurrieron en paralelo y sin tanto escándalo. La idea de una “población pura” no fue exclusiva del nazismo, y sus ecos se escuchaban claramente en legislaciones occidentales previas a la Segunda Guerra Mundial.

  • Ciencia y Ética: La eugenesia fue legitimada con lenguaje científico y aval académico. Se presentaba como una mejora social, cuando en realidad era una perversión de la ética médica y una muestra de cómo la ciencia, si se alinea con intereses ideológicos o económicos, puede ser el mejor aliado del horror.

  • Economía y Poder: Reducir “cargas sociales” fue uno de los argumentos más repetidos para justificar estas esterilizaciones. Lo que se vendía como progreso era, en el fondo, una optimización presupuestaria con bisturí. Pura contabilidad deshumanizada.

  • Memoria Histórica: Las esterilizaciones forzadas forman parte de esa historia incómoda que pocas democracias quieren recordar. Los programas se silencian, se minimizan o se convierten en pie de página, dejando a las víctimas sin reparación ni relato.

  • Personas Invisibilizadas: Las víctimas no eran celebridades ni activistas: eran pobres, discapacitados, racializados. Nadie les pidió opinión ni les dio voz. Y todavía hoy, su sufrimiento apenas tiene espacio en el relato histórico oficial.

  • Instituciones de Poder: Parlamentos, tribunales y hospitales fueron los ejecutores de esta barbarie. Todo con sellos, firmas y actas. El aparato institucional no solo fue cómplice: fue autor material del crimen.

  • Omitir responsabilidades históricas: La mayoría de los países implicados apenas han reconocido los hechos. Algunos han pedido disculpas simbólicas; otros, ni eso. Lo cierto es que el relato oficial sigue barriendo debajo de la alfombra este episodio de cirugía ideológica.

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