Esterilizaciones forzadas eugenésicas
Bienvenidos a otro capítulo de Ética Bajo Cero, esa serie que recoge momentos gloriosos de la humanidad donde los principios morales fueron convenientemente enviados de vacaciones para dejar paso al pragmatismo más descarnado. Hoy, toca hablar de un asunto que suena a distopía, pero que fue legislación vigente: las esterilizaciones forzadas eugenésicas en democracias occidentales. No, no estamos en una novela de Margaret Atwood ni en un informe desclasificado del Tercer Reich. Estamos en Estados Unidos, Canadá, Suecia… democracias con derecho al voto, separación de poderes y todo el pack institucional. Pero eso sí, con quirófano para “defectuosos” de serie.
Eugenesia para todos (menos para los afectados)
La eficiencia como excusa para mutilar derechos
Durante buena parte del siglo XX, en varios países considerados avanzados, se impuso una idea seductoramente perversa: la sociedad podía y debía mejorarse eliminando, quirúrgicamente si era necesario, a quienes no encajaban en el molde productivo, normativo y blanco. Y se hizo sin esconder la mano, pero sí bajando la voz.
«Tres generaciones de imbéciles son suficientes.»
Con esta joya de sentencia, el juez Oliver Wendell Holmes Jr. selló en 1927 la legitimidad jurídica de la esterilización forzada en Estados Unidos, en el infame caso Buck v. Bell. Carrie Buck, internada por «debilidad mental» (léase: violada, pobre y sin recursos), fue esterilizada para que su “linaje degenerado” no siguiera expandiéndose. Todo muy legal, muy higiénico, muy útil.
Lo que comenzó con eufemismos como “mejora de la raza” o “salud pública”, acabó siendo una cadena industrializada de mutilaciones médicas. El objetivo era claro: borrar del mapa a personas con discapacidad intelectual, epilépticos, alcohólicos, madres solteras, indígenas, afroamericanos y cualquier otro colectivo que resultase un gasto para el Estado o una amenaza para su imaginario de pureza nacional.
Democracias quirúrgicas: la hipocresía con bisturí
No eran monstruos, eran ministros
La idea de que esto fue cosa de locos nazis o dictaduras sudamericanas es tan reconfortante como falsa. La eugenesia se debatía en universidades, se implementaba con informes técnicos y se defendía en parlamentos. Todo muy siglo de las luces, pero con un toque de quirófano.
En Suecia, el Instituto Estatal de Biología Racial (sí, existió) coordinó la esterilización de más de 63.000 personas entre 1935 y 1975. En su mayoría, mujeres pobres y jóvenes consideradas “inadaptadas sociales”. Porque, claro, mejor prevenir que alimentar.
En Alberta, Canadá, se aprobó una ley de esterilización en 1928 que permitía operar sin consentimiento a cualquier persona institucionalizada. Entre los casos documentados, se cuentan numerosos indígenas esterilizados por ser considerados «menos civilizados». Una buena manera de cortar por lo sano el problema del colonialismo: que no nazcan más colonizados.
En todos estos casos, el consentimiento fue una palabra vacía o directamente ausente. La autonomía corporal era un lujo reservado para quienes entraban en la categoría de “ciudadanos útiles”.
Consecuencias inmediatas: la generación silenciada
Una violencia que no hacía ruido
Las víctimas de las esterilizaciones forzadas no salieron en los libros de historia. Tampoco en los telediarios. Muchas de ellas ni siquiera supieron que habían sido esterilizadas hasta años después, cuando intentaron tener hijos y descubrieron que alguien, años atrás, había decidido por ellas. Y por sus futuros que nunca serían.
En Carolina del Norte, EE.UU., una mujer afroamericana de 14 años fue esterilizada sin su conocimiento tras ser llevada a un centro para “corrección de conducta”. Cuando décadas después exigió explicaciones, la respuesta fue una carta: «No encontramos irregularidades en su expediente.»
Esta violencia institucional fue tan profunda que muchos descendientes de las víctimas ni siquiera saben que sus familias fueron mutiladas por el Estado. En algunos casos, las esterilizaciones se camuflaban como apendicitis o revisiones ginecológicas rutinarias. Porque nada como el engaño sanitario para evitar escándalos.
Secuelas persistentes: cuando el pasado no se opera
Silencio, indemnización (si hay suerte) y carpetazo
Aunque algunos países han ofrecido disculpas formales o programas de indemnización, las heridas siguen abiertas. Las víctimas siguen siendo, en muchos casos, personas de bajos recursos, con escasa representación y cuya historia no encaja en el relato épico del progreso democrático.
En 2003, Suecia admitió públicamente la barbarie eugenésica, pero la mayoría de las víctimas ya habían muerto. Las que sobrevivieron recibieron compensaciones que no pagaban ni una prótesis dental. Todo muy simbólico, muy democrático y muy inútil.
En Estados Unidos, el caso Buck v. Bell nunca fue revocado, lo que técnicamente deja la puerta abierta a repetir la historia. Aunque parezca increíble, sigue siendo jurisprudencia válida. El fantasma de la eugenesia no fue exorcizado, solo metido en un cajón de archivo.
Eugenesia 2.0: del bisturí al algoritmo
Nuevas formas de decidir quién merece existir
El problema de las esterilizaciones forzadas no se limitó al pasado. Hoy se repite con otros disfraces: selección genética en embriones, aborto selectivo, barreras de acceso a la reproducción asistida para colectivos marginalizados… Todo muy moderno, muy bioético, muy inclusivo. Pero con las mismas preguntas: ¿quién decide qué vidas merecen nacer? ¿quién define lo “normal”?
En 2020, salió a la luz que mujeres inmigrantes detenidas en centros de ICE (Inmigración y Control de Aduanas de EE.UU.) habían sido esterilizadas sin su consentimiento. Las autoridades, claro, negaron cualquier mala práctica. Y los medios, ocupados con Trump, lo dejaron pasar como si fuera una anécdota.
El principio de autonomía corporal sigue siendo negociable según el pasaporte, el color de piel o la renta. Lo que antes se justificaba con estadísticas sobre “carga social” ahora se disfraza de eficiencia presupuestaria y optimización de recursos sanitarios. Es la misma lógica, pero en PowerPoint.
El progreso como coartada de la barbarie
Cuando mejorar la sociedad significa destruir a parte de ella
La historia de las esterilizaciones forzadas debería estar grabada en mármol en todas las facultades de Derecho, Medicina y Ciencias Sociales. No como ejemplo de lo que “ya no se hace”, sino como advertencia de lo que se sigue pensando. Porque la eugenesia no es un error del pasado: es una tentación del presente. Una que aparece cada vez que se habla de “reducir costes”, “racionalizar servicios” o “mejorar la calidad genética”.
¿Y si te dijéramos que, en 2021, una empresa biotecnológica estadounidense ofrecía pruebas genéticas para predecir la inteligencia embrionaria? No lo llamaban eugenesia. Lo llamaban innovación en salud reproductiva. Porque nada como cambiar el nombre para legalizar la misma porquería de siempre.
Mientras no se repare del todo el daño, mientras no se revise el relato con toda su crudeza, mientras no se reconozca que las democracias también perpetran horrores si se les deja, el bisturí seguirá afilado. Esperando su siguiente turno.