La zona gris de la historia

George Armstrong Custer y Little Bighorn

Custer en Little Bighorn: el desastre militar que América convirtió en heroísmo

El Héroe Que América Necesitaba Fabricar

La historia oficial presenta a George Armstrong Custer como un valiente mártir que dio su vida defendiendo la civilización americana en Little Bighorn. Pero, ¿qué pasaría si te dijera que este «héroe nacional» era en realidad un oficial mediocre, graduado último de su promoción, que desobedeció órdenes directas, rechazó refuerzos vitales y dividió sus tropas frente a un enemigo superior? ¿Qué ocurriría si descubrieras que su «épica última resistencia» duró menos de una hora antes de que él y sus 268 hombres fueran aniquilados? La transformación de este desastre militar en un símbolo de heroísmo patriótico revela cómo las naciones reescriben sus fracasos cuando la verdad resulta demasiado incómoda. Y lo más inquietante: seguimos haciéndolo hoy.

¡Descubre la fabricación del mito que convirtió un desastre en heroísmo nacional!

Caricatura: Custer posa heroicamente en una colina, ignorando a cientos de guerreros nativos que lo rodean listos para atacar.
Caricatura satírica que muestra al General Custer en su momento de máxima arrogancia antes de la Batalla de Little Bighorn, posando heroicamente mientras es rodeado por guerreros nativos americanos que él no percibe. La imagen captura la ironía de un "héroe nacional" cuya vanidad e incompetencia militar llevaron a una de las derrotas más famosas de la historia estadounidense, ejemplificando cómo la mitología americana convierte fracasos catastróficos en leyendas heroicas.

El mito americano del cabello largo: George Custer y su desastrosa última batalla

Entre los mitos más arraigados del Salvaje Oeste americano, pocos han resistido tanto el paso del tiempo como el del heroico último sacrificio del Teniente Coronel George Armstrong Custer y sus hombres en la Batalla de Little Bighorn. La historia oficial nos presenta a un valiente oficial que luchó hasta el último aliento defendiendo la civilización y el progreso americano contra los «salvajes» indígenas.

Pero lo que la historia escolar no te cuenta es que Custer era básicamente ese compañero de trabajo que se lleva todo el mérito del proyecto mientras tú haces el trabajo duro. Solo que en vez de robarte una idea para una presentación de PowerPoint, su incompetencia causó la muerte de 268 soldados. Un pequeño matiz.

Durante décadas, las escuelas americanas, Hollywood y los libros de historia han perpetuado la imagen del «heroico Custer», un mártir de la expansión hacia el oeste que dio su vida en nombre del progreso. Sin embargo, un análisis más detallado de su carrera militar y de los eventos que llevaron a la famosa «última resistencia» revela a un hombre cuya arrogancia, ambición desmedida e incompetencia táctica llevaron a una de las derrotas más humillantes del ejército estadounidense.

Del último de la clase en West Point al «Boy General» de la Guerra Civil

George Armstrong Custer se graduó en 1861 de la prestigiosa Academia Militar de West Point. Un logro notable para cualquier joven americano, sin duda.

Lo que omiten mencionar es que Custer se graduó como el último de su promoción. Literalmente, el último. De 34 cadetes, ocupó el puesto 34. Acumuló tantas infracciones disciplinarias que estuvo a punto de ser expulsado varias veces. Si West Point tuviera un premio al «estudiante con más probabilidades de causar un desastre militar», Custer habría ganado por aclamación.

La carrera de Custer despegó durante la Guerra Civil Americana (1861-1865), donde su temerario valor en el campo de batalla le valió ascensos meteóricos. A los 23 años ya era general de brigada, convirtiéndose en el general más joven del ejército de la Unión y ganándose el apodo de «Boy General».

Lo que la historia romántica no suele mencionar es que su rápido ascenso tuvo más que ver con la desesperada necesidad de oficiales de la Unión y sus conexiones políticas que con su brillantez táctica. Custer tenía talento para dos cosas: cargar temerariamente contra el enemigo y, más importante aún, asegurarse de que los periódicos se enteraran de ello. Era el influencer militar del siglo XIX, obsesionado con su imagen pública mucho antes de que existiera Instagram.

Su estilo de liderazgo durante la Guerra Civil ya mostraba las señales de alarma que posteriormente se manifestarían de forma catastrófica en Little Bighorn: impulsividad, desprecio por la planificación detallada y una disposición alarmante a sacrificar a sus hombres por gloria personal.

De la gloria de la Guerra Civil a las Guerras Indias

Tras la Guerra Civil, como muchos oficiales del ejército, Custer se enfrentó a una reducción de rango, pasando de general a teniente coronel. Para un hombre acostumbrado a los titulares y la admiración pública, esto fue un golpe devastador para su ego.

Imagina pasar de ser llamado «General» a tener que conformarte con «Teniente Coronel». Para el narcisismo de Custer, esto equivalía a que te degraden de CEO a encargado del turno de noche en un McDonald’s. Y como todo narcisista herido, Custer necesitaba desesperadamente recuperar su relevancia mediática.

En la década de 1870, Custer se unió a las campañas contra las tribus nativas americanas de las Grandes Llanuras. El ejército estadounidense estaba empeñado en forzar a las tribus a abandonar sus tierras tradicionales y confinarse en reservas, facilitando así la expansión de los colonos blancos y la construcción del ferrocarril transcontinental.

El plan del gobierno era simple: encontrar oro en territorio indio, romper tratados firmados solemnemente, enviar al ejército para «pacificar» a los nativos que se resistieran (léase: masacrarlos), y luego pintar todo el asunto como una noble misión civilizadora. Básicamente, el equivalente del siglo XIX a invadir un país por petróleo mientras hablas de llevarle democracia.

Custer participó en varias campañas contra los indios, incluyendo la controvertida batalla del río Washita en 1868, donde sus tropas atacaron un campamento de cheyennes del sur durante la noche, matando no solo a guerreros sino también a mujeres y niños. Esta acción, presentada en su momento como una victoria decisiva, fue en realidad más cercana a una masacre que a una batalla.

Atacar un campamento dormido, matar indiscriminadamente a mujeres y niños, y luego presentarlo como una gloriosa victoria militar es como presumir de ganar un combate de boxeo contra un oponente sedado. Pero hey, funcionó para su imagen pública, que es lo que realmente le importaba a Custer.

La Expedición a Black Hills: una crisis de imagen pública

En 1874, Custer lideró una expedición a las Black Hills en Dakota del Sur, territorio que pertenecía a los sioux según el Tratado de Fort Laramie de 1868. La misión oficial era establecer un fuerte y explorar el terreno. La misión extraoficial, sin embargo, era confirmar los rumores sobre la existencia de oro en la región.

El gobierno había prometido solemnemente que las Black Hills pertenecerían «para siempre» a los Lakota. «Para siempre» en este caso significó exactamente hasta que se encontró oro. Entonces «para siempre» se redefinió como «hasta que encontremos algo valioso en tu tierra, entonces es nuestra».

Cuando la expedición de Custer confirmó la presencia de oro, se desató una fiebre del oro que atrajo a miles de mineros ilegales al territorio sioux. Esta flagrante violación del tratado llevó a muchos guerreros nativos a abandonar las reservas y unirse a líderes como Toro Sentado y Caballo Loco, que se negaban a ceder más tierras.

Custer, quien ya había escrito un libro sobre sus aventuras y buscaba mantener su estrella mediática brillando, encontró en las Black Hills su oportunidad. No solo confirmaría la presencia de oro (violando un tratado internacional, pero ¿a quién le importaba?), sino que también enviaría entusiastas reportes exagerando la riqueza del lugar. Nada genera más titulares que una buena fiebre del oro, y Custer necesitaba desesperadamente titulares.

Para 1876, la situación había escalado hasta un punto crítico. El gobierno estadounidense dio un ultimátum a todas las tribus de las llanuras para que se presentaran en las reservas antes del 31 de enero. Cuando muchas bandas de sioux y cheyenes ignoraron la orden, el ejército comenzó a planificar una campaña a gran escala.

La campaña de 1876: el desastre se perfila en el horizonte

El plan militar para la campaña de 1876 era ambicioso: tres columnas de tropas convergerían sobre la región del río Yellowstone, donde se creía que estaban acampados los indios «hostiles». El general Alfred Terry comandaba una columna desde el este, el coronel John Gibbon desde el oeste, y el general George Crook desde el sur.

Custer formaba parte de la columna de Terry, al mando del 7º de Caballería. El plan original era que todas las columnas operaran coordinadamente para evitar que los nativos escaparan y forzarlos a regresar a las reservas.

Lo que los generales no previeron es que estaban tratando con Custer, un hombre cuyo ego tenía su propio código postal y cuya relación con las órdenes directas era similar a la de un gato con las indicaciones de su dueño: las escuchaba atentamente y luego hacía exactamente lo que le daba la gana.

El 22 de junio de 1876, la columna de Terry descubrió rastros de un gran campamento indio moviéndose hacia el valle del Little Bighorn. Terry desarrolló un plan: Gibbon y él mismo cerrarían la salida norte del valle, mientras Custer con el 7º de Caballería bloquearía el sur, atrapando así a los nativos entre dos fuerzas.

Terry ordenó específicamente a Custer que esperara hasta el 26 de junio para atacar, asegurando así que todas las fuerzas estuvieran en posición. También le ofreció refuerzos adicionales, incluyendo batallones de infantería y cañones Gatling (primitivas ametralladoras).

Custer rechazó tanto los refuerzos como el tiempo de espera. ¿Cañones Gatling que podrían proporcionar fuego de apoyo crucial? «Nah, nos ralentizarían». ¿Batallones adicionales de infantería? «Pff, solo estorbarían». ¿Esperar a que llegaran las otras columnas para un ataque coordinado? «¡Y compartir la gloria? ¡Ni hablar!». Es como si te ofrecieran un chaleco antibalas antes de un tiroteo y tú respondieras: «No gracias, arruinaría el corte de mi camisa».

25 de junio de 1876: el día que el ego venció a la razón

En la mañana del 25 de junio, los exploradores indios de Custer (arikara y crow, tribus rivales de los sioux) detectaron el campamento en el valle del Little Bighorn. Le advirtieron que era excepcionalmente grande, posiblemente el mayor campamento indio jamás reunido en las llanuras.

Los exploradores nativos prácticamente le suplicaron a Custer que fuera cauto. El jefe crow Bloody Knife le dijo: «Encontraremos suficientes sioux para mantenerlos a todos luchando durante dos o tres días». Otro explorador comentó que habría «suficientes indios para matar a todo el regimiento». La respuesta de Custer fue básicamente: «¡Genial! ¡Más gloria para mí!». Es como si el capitán del Titanic, al ser informado sobre el iceberg, hubiera pedido acelerar para «ver qué pasa».

En vez de esperar los refuerzos o al menos mantener su regimiento unido, Custer hizo exactamente lo contrario de lo que dictaría cualquier manual básico de táctica militar: dividió sus fuerzas ante un enemigo de número desconocido. Separó su regimiento en tres batallones: uno bajo el mando del capitán Frederick Benteen, otro liderado por el mayor Marcus Reno, y el tercero bajo su propio mando.

Dividir tus fuerzas ante un enemigo potencialmente superior es lo primero que te enseñan a NO hacer en la escuela militar. Es el equivalente táctico de encontrarte con un oso en el bosque y decidir cortarte a ti mismo en trozos para hacérselo más fácil.

Custer ordenó a Reno atacar el extremo sur del campamento, mientras él mismo planeaba dar un rodeo para atacar desde el norte, esperando atrapar a los indios entre ambas fuerzas. Mientras tanto, Benteen fue enviado en una misión de reconocimiento hacia el sur.

Lo que Custer no sabía (o ignoró) es que se enfrentaba a la mayor concentración de guerreros nativos americanos jamás reunida: aproximadamente 1.500-2.500 guerreros sioux, cheyenes y arapaho bajo el liderazgo de figuras como Toro Sentado y Caballo Loco.

El desastre de Little Bighorn: cuando la realidad golpea

El mayor Reno, siguiendo órdenes, atacó el extremo sur del campamento pero pronto se encontró abrumado por cientos de guerreros. Tras sufrir fuertes bajas, Reno ordenó una retirada desesperada hacia las colinas cercanas, donde eventualmente se reuniría con las fuerzas de Benteen.

El ataque de Reno fue como lanzar un petardo en un nido de avispas y esperar que solo una o dos salgan a investigar. La respuesta fue inmediata y abrumadora. Sus hombres pasaron de «cargando valientemente» a «huyendo por sus vidas» en cuestión de minutos.

Mientras tanto, Custer y sus aproximadamente 210 hombres se dirigían hacia el norte, aparentemente inconscientes del desastre que se desarrollaba. Lo que ocurrió exactamente con la columna de Custer sigue siendo objeto de debate, ya que no hubo supervivientes para contarlo.

La mejor reconstrucción, basada en testimonios de guerreros nativos que participaron en la batalla y evidencias arqueológicas, sugiere que Custer intentó cruzar el río Little Bighorn para atacar el campamento desde el norte, pero fue rechazado por una feroz resistencia. Sus hombres se retiraron a una colina (hoy conocida como «Custer Hill» o «Last Stand Hill»), donde fueron completamente rodeados.

Lo que sabemos con certeza es que la famosa «última resistencia» duró bastante menos de lo que sugieren las películas de Hollywood. No hubo una heroica defensa de horas. La mayoría de los expertos estiman que desde el primer contacto hasta la aniquilación completa de las fuerzas de Custer pasaron menos de una hora. Fue menos una batalla épica y más un caso severo de «juega a juegos estúpidos, gana premios estúpidos».

Custer y todos sus hombres murieron. Muchos de los cuerpos fueron encontrados en pequeños grupos, sugiriendo una desintegración del mando y un colapso de la cohesión de la unidad. El cuerpo de Custer fue hallado con dos heridas de bala, una en el pecho y otra en la sien.

La construcción de un mártir: cómo un desastre se convirtió en heroísmo

La noticia de la «masacre de Custer» golpeó a la nación justo cuando se celebraba el centenario de la independencia americana. Rápidamente, la derrota fue reformulada como un heroico último sacrificio.

Nada como una buena derrota militar para arruinar la fiesta del 4 de julio. Estados Unidos necesitaba desesperadamente transformar esta humillante debacle en algo que pudieran celebrar, y qué mejor que crear el mito del «heroico último sacrificio». La narrativa pasó instantáneamente de «oficial incompetente lleva a sus hombres a una muerte innecesaria» a «valiente soldado muere defendiendo la civilización contra los salvajes».

La prensa, el gobierno y el público transformaron a Custer de un oficial imprudente a un mártir de la civilización occidental. Su viuda, Elizabeth «Libbie» Custer, dedicó el resto de su larga vida (murió en 1933) a preservar y embellecer la imagen heroica de su esposo, escribiendo tres libros que lo glorificaban y luchando contra cualquier crítica hacia él.

Libbie Custer fue quizás la primera gran «manager de reputación póstuma» de América. Durante más de 50 años, se aseguró de que nadie manchara la reputación de su marido con hechos inconvenientes como su incompetencia táctica o su desmedida ambición. Era como un departamento de relaciones públicas de una sola persona, pero con la ventaja de que su cliente estaba muerto y no podía meter la pata de nuevo.

A principios del siglo XX, la «Última Resistencia de Custer» se había convertido en un tema popular para pinturas, novelas y, eventualmente, películas. La imagen del valiente Custer, con su característico pelo largo y su uniforme de gamuza, luchando hasta el último aliento contra hordas de guerreros nativos, se grabó en la imaginación americana.

Hollywood encontró en Custer un filón: el actor Errol Flynn lo interpretó como un héroe romántico; años después, cuando la moda cambió, Robert Shaw lo interpretó como un megalómano egocéntrico. Ambas versiones hicieron caja porque, al final, lo que importaba no era la precisión histórica sino cuántas entradas vendían.

Lo que desapareció en esta mitificación fue la realidad: Custer fue un oficial mediocre promocionado más allá de sus capacidades por conexiones políticas y habilidad para la autopromoción. Su principal preocupación siempre fue su imagen pública, no el bienestar de sus hombres o el éxito de la misión. Su decisión de atacar sin reconocimiento adecuado, dividir sus fuerzas y desobedecer órdenes directas fue el resultado de la arrogancia y la ambición personal, no de la necesidad táctica.

El legado real de Custer: desobediencia, ego y consecuencias

Si bien la mitología americana ha convertido a Custer en un símbolo del «Viejo Oeste», su legado real es una lección sobre las consecuencias del liderazgo impulsado por el ego en lugar del juicio sólido.

La verdadera lección de Little Bighorn podría resumirse así: no importa cuánto gel uses en tu fabuloso pelo largo, no importa cuántos periodistas te sigan, no importa lo bien que te veas con uniforme de gamuza personalizado: si lideras a tus hombres hacia una trampa mortal por pura vanidad, terminarás como una mancha en la pradera y 268 familias recibirán cartas de condolencia. Y sorprendentemente, ni siquiera eso impedirá que te conviertan en héroe.

Irónicamente, la derrota de Custer tuvo exactamente el efecto contrario al que pretendía la resistencia nativa americana. En lugar de frenar la expansión hacia el oeste, la «masacre» provocó una reacción violenta que aceleró las campañas militares contra los nativos. Apenas cinco años después de Little Bighorn, prácticamente todas las tribus de las llanuras habían sido confinadas en reservas.

Los sioux y cheyennes ganaron la batalla pero perdieron absolutamente todo lo demás. Su victoria en Little Bighorn fue como golpear un avispero con un palo: satisfactorio por un momento, seguido de consecuencias catastróficas. La opinión pública, que ya era hostil hacia los nativos, se volvió implacable. El Congreso aprobó fondos ilimitados para «resolver el problema indio» de una vez por todas.

La falsificación de la historia: cómo construimos nuestros mitos nacionales

La transformación de Custer de un oficial imprudente que causó un desastre militar en un mártir heroico ilustra perfectamente cómo las sociedades reescriben su historia para adaptarla a sus necesidades narrativas.

En cierto modo, América necesitaba un Custer heroico más de lo que necesitaba la verdad. Un oficial incompetente derrotado por una resistencia indígena bien organizada no encajaba con la narrativa del «Destino Manifiesto» y la superioridad moral de la expansión hacia el oeste. Así que se fabricó una versión alternativa: el valiente soldado sacrificado en el altar de la civilización. Es un patrón que se repite: cuando la realidad no se ajusta a nuestro mito nacional preferido, simplemente reescribimos la realidad.

Es revelador que la perspectiva de los vencedores de Little Bighorn —los sioux, cheyenes y arapaho— fuera ampliamente ignorada en las historias oficiales durante más de un siglo. Solo en décadas recientes sus testimonios han comenzado a ser valorados por los historiadores, ofreciendo una visión más completa y matizada de los eventos.

Imagina ganar el mayor enfrentamiento militar contra el ejército estadounidense y que ni siquiera te dejen contar tu versión. Es como si el equipo ganador de la Super Bowl tuviera prohibido dar entrevistas después del partido, mientras los comentaristas solo hablan de lo heroicamente que perdieron los otros.

La lección que persiste: el peligro de los líderes narcisistas

Quizás la lección más relevante del desastre de Little Bighorn es el peligro de permitir que personas impulsadas principalmente por el ego y la ambición personal ocupen posiciones de liderazgo donde las vidas de otros dependen de sus decisiones.

Custer es el arquetipo de líder narcisista que sigue apareciendo a lo largo de la historia: absolutamente seguro de sí mismo, despectivo con los consejos de expertos, obsesionado con su imagen pública, dispuesto a arriesgar a otros por gloria personal, y convencido de que las reglas normales no se aplican a él. Si suena familiar, es porque este tipo de personalidades siguen encontrando su camino hacia posiciones de poder, dejando un rastro de desastres tras ellas.

Little Bighorn no fue tanto una lucha entre civilizaciones o una épica batalla como el resultado predecible de poner a un narcisista con autoridad insuficientemente supervisada al mando de hombres armados. La historia oficial ha preferido la narrativa del choque cultural épico porque es más cómoda que admitir que enviamos a cientos de jóvenes a morir innecesariamente por el ego de un solo hombre.

Y así, amigos míos, es cómo un completo desastre militar causado por la arrogancia, la desobediencia y la incompetencia táctica se transforma, con la magia del patriotismo y una buena campaña de relaciones públicas póstuma, en un «heroico último sacrificio» que inspira películas, libros y hasta un parque nacional. Custer no ganó en Little Bighorn, pero ciertamente ganó en la batalla por la memoria histórica. Al menos hasta que llegamos nosotros a estropearlo todo con hechos inconvenientes.

FIN

Resumen por etiquetas

Guerras Indias en América constituyen el contexto histórico esencial de esta historia, un período marcado por el violento proceso de expansión estadounidense hacia el oeste que implicó el desplazamiento y sometimiento de las poblaciones nativas. La batalla de Little Bighorn representa uno de los momentos clave de este conflicto, siendo paradójicamente una de las pocas victorias decisivas de los pueblos nativos contra el ejército estadounidense, aunque sus consecuencias a largo plazo resultaron devastadoras para ellos.

Norteamérica es el espacio geográfico donde se desarrolla esta historia, específicamente en los territorios de las Grandes Llanuras y las Black Hills que los Estados Unidos estaban incorporando agresivamente a su creciente nación. La región representaba la frontera de expansión del país, un espacio mitificado en el imaginario estadounidense como la tierra del «Destino Manifiesto» donde la civilización supuestamente debía imponerse sobre la «barbarie».

Revoluciones y Conflictos describe perfectamente la naturaleza de las Guerras Indias, un prolongado conflicto armado motivado por la resistencia de las naciones nativas contra la expansión territorial y cultural de los Estados Unidos. Little Bighorn representa un momento crucial en este conflicto, donde las tribus lograron unirse temporalmente para resistir el avance de la colonización, demostrando una capacidad táctica y organizativa que la historia oficial ha tendido a minimizar.

Líderes y Próceres refleja cómo la figura de Custer fue artificialmente elevada a la categoría de héroe nacional, transformando un fracaso militar en un símbolo de sacrificio patriótico. Este proceso de mitificación, en el que participaron activamente su viuda, la prensa y las instituciones oficiales, demuestra cómo se construyen los «próceres» no necesariamente a partir de sus logros reales, sino de la utilidad de su narrativa para reforzar valores nacionales.

Construir héroes funcionales define con precisión la función del relato oficial sobre Custer y Little Bighorn: la fabricación deliberada de un mito heroico que sirviera para justificar la expansión hacia el oeste y demonizar la resistencia indígena. La transformación de un desastre militar provocado por la incompetencia en un «último sacrificio heroico» ilustra cómo las sociedades manipulan la memoria histórica para crear narrativas que refuercen sus proyectos nacionales y oculten sus contradicciones.

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