La zona gris de la historia

Israel y Arabia Saudita contra Irán

Israel y Arabia Saudita contra Irán: la alianza secreta que nadie admite

Israel y Arabia Saudita: enemigos públicos, aliados secretos

La historia oficial nos presenta a Israel y Arabia Saudita como enemigos irreconciliables: uno, el único estado judío; el otro, guardián de los lugares sagrados del Islam. Sin embargo, ¿qué pasaría si supieras que desde hace décadas mantienen una sofisticada colaboración encubierta? Mientras públicamente se declaran adversarios, sus servicios de inteligencia comparten información, sus líderes se reúnen en secreto y coordinan estrategias contra Irán. Los documentos filtrados por WikiLeaks revelan que el difunto rey Abdullah instó a EE.UU. a «cortar la cabeza de la serpiente iraní», mientras Israel ha proporcionado tecnología de vigilancia avanzada a Riad. La normalización avanza entre bastidores con vuelos privados regulares entre Tel Aviv y ciudades saudíes, reuniones de alto nivel y aprobaciones tácitas que contradicen completamente la narrativa oficial. ¿Cuánto de lo que crees sobre este conflicto es solo teatro político?

¡Prepárate para descubrir la hipocresía geopolítica más elaborada de Oriente Medio!

Israel y Arabia Saudita se dan la mano en secreto tras un telón, mientras aparentan hostilidad ante una figura que representa a Irán.
Caricatura satírica sobre la alianza encubierta entre Israel y Arabia Saudita contra Irán, pese a su enemistad pública.

Las apariencias engañan: Israel y Arabia Saudita contra el «enemigo común»

Cuando abrimos cualquier manual sobre geopolítica de Oriente Medio, la imagen es clara y sin matices: Israel, la única democracia de la región, rodeada de países árabes hostiles que han jurado su destrucción. Entre ellos, Arabia Saudita, guardián de los lugares más sagrados del Islam, financiador del wahabismo global y defensor acérrimo de la causa palestina. Dos estados aparentemente irreconciliables por motivos religiosos, culturales y políticos.

Pero la realidad, como siempre, es mucho más pragmática y fea que el relato escolar. Mientras ambos países han alimentado durante décadas una retórica de enemistad pública, el temor compartido a un Irán con ambiciones nucleares ha forjado una de las alianzas no declaradas más sólidas y convenientes de la región. Como en toda buena historia de espionaje, lo que importa no es lo que se dice, sino lo que se hace entre las sombras.

La narrativa oficial nos presenta a Israel y Arabia Saudita como polos opuestos de un conflicto irresoluble. El Estado judío, fundado en 1948, sería el eterno enemigo de las naciones árabes, especialmente de aquellas como el reino saudí, que se presenta como defensor del Islam y de la causa palestina. Arabia Saudita, por su parte, ha rechazado históricamente el reconocimiento diplomático de Israel y ha exigido una solución justa para Palestina como condición sine qua non para cualquier acercamiento.

Sin embargo, este relato oficial omite convenientemente que ambos países comparten desde hace más de cuatro décadas un enemigo común que les preocupa mucho más que sus diferencias: la República Islámica de Irán. Un temor que se intensificó después de la Revolución de 1979, cuando el Ayatolá Jomeini convirtió a Irán en un estado teocrático chií con ambiciones regionales expansionistas. De repente, tanto judíos como wahabitas tenían un adversario mucho más amenazante que sus disputas históricas.

El triángulo del odio: una geometría muy conveniente

La relación entre Israel, Arabia Saudita e Irán se ha presentado tradicionalmente como un triángulo de hostilidades bien definido. Irán odia a Israel y lo considera un «tumor canceroso» que debe ser extirpado de la región. Arabia Saudita desprecia a Israel por su ocupación de tierras palestinas y la profanación de los lugares sagrados islámicos. Israel ve tanto a Irán como a Arabia Saudita como amenazas existenciales en una región hostil.

Lo que pocas veces se menciona es cómo este triángulo se ha convertido en un juego de intereses mutuos donde «el enemigo de mi enemigo» define las relaciones reales más que la retórica pública. Tanto Israel como Arabia Saudita consideran a Irán como la verdadera amenaza regional, un factor que ha impulsado una cooperación en seguridad e inteligencia que ninguno de los dos reconoce oficialmente, pero que todos los servicios de inteligencia occidentales dan por hecho. Como diría el refrán árabe: «Mi hermano y yo contra mi primo; mi primo y yo contra el extraño», solo que aquí el «primo» se ha convertido en el aliado secreto contra el «hermano».

Los manuales de historia y las coberturas mediáticas han simplificado este complejo panorama, presentando a Arabia Saudita e Israel como enemigos perpetuos que nunca podrían colaborar debido a sus diferencias irreconciliables. Esta visión ha sido conveniente para ambos regímenes, que pueden mantener una fachada de principios inamovibles mientras negocian en la trastienda.

La realidad es que la política exterior no se rige por principios morales, sino por intereses estratégicos. Y el interés compartido de contener la influencia iraní ha resultado más poderoso que cualquier diferencia ideológica o religiosa. O como lo resumió un funcionario saudí anónimo citado por el Wall Street Journal: «No tenemos problemas con los judíos. No es un problema religioso. Es un problema geopolítico». Una confesión esclarecedora que nunca llegará a los discursos oficiales ni a los libros de texto.

La colaboración silenciosa: espías, generales y ministros que nunca se conocieron

La versión oficial insiste en que Israel y Arabia Saudita no mantienen relaciones diplomáticas. No hay embajadas, no hay intercambios oficiales, no hay reconocimiento formal. Las autoridades saudíes han negado consistentemente cualquier contacto con Israel, mientras que los funcionarios israelíes se han mostrado ambiguos, alimentando especulaciones pero sin confirmar nada concreto.

Lo que no cuentan los comunicados oficiales es que desde los años 90, los servicios de inteligencia de ambos países han mantenido canales de comunicación. Según fuentes como el ex jefe del Mossad, Efraim Halevy, estos contactos se intensificaron significativamente tras la Primavera Árabe y el acuerdo nuclear iraní de 2015. En 2016, una investigación de The Economist reveló que las agencias de inteligencia israelíes y saudíes habían celebrado al menos cinco reuniones de alto nivel desde 2014. No son rumores infundados: son hechos corroborados por múltiples fuentes de inteligencia occidentales y filtrados posteriormente por WikiLeaks.

Los libros de historia cuentan que Arabia Saudita ha apoyado firmemente la causa palestina, siendo uno de los principales promotores de la Iniciativa de Paz Árabe que exige la retirada israelí de todos los territorios ocupados antes de cualquier normalización. Israel, por su parte, ha mantenido que la seguridad nacional es innegociable frente a cualquier concesión territorial.

Sin embargo, lo que estos libros no mencionan es que en 2018, el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, declaró sorprendentemente que «los israelíes tienen derecho a tener su propia tierra», marcando un cambio radical en la posición oficial saudí. Tampoco mencionan que, según informes del New York Times y The Wall Street Journal, Israel ha proporcionado tecnología de vigilancia avanzada a Arabia Saudita, utilizada tanto para seguir a disidentes (incluido Jamal Khashoggi) como para monitorear actividades iraníes. Una colaboración que beneficia a ambas partes pero que ninguna puede reconocer públicamente sin pagar un alto precio político interno.

El fantasma nuclear: cuando el miedo común supera las diferencias

La narrativa convencional presenta el programa nuclear iraní como una amenaza principalmente para Israel, dado el discurso beligerante de los líderes iraníes hacia el Estado judío. Arabia Saudita aparece como un actor secundario, preocupado pero no directamente amenazado.

Esta versión simplista ignora que Arabia Saudita teme tanto o más que Israel un Irán nuclear. No solo por la rivalidad sectaria entre sunitas y chiítas, sino porque un Irán nuclearizado alteraría completamente el equilibrio de poder regional, relegando a Riad a un segundo plano. De hecho, fuentes diplomáticas filtradas por WikiLeaks revelaron que el fallecido rey Abdullah de Arabia Saudita instó repetidamente a Estados Unidos a «cortar la cabeza de la serpiente» (atacar a Irán), mostrando una postura incluso más belicosa que la de Israel en ciertos momentos. Cuando se trata de Irán, los saudíes pueden ser más halcones que el propio Netanyahu, aunque la retórica pública sugiera lo contrario.

La historia oficial nos cuenta que Arabia Saudita se opone a cualquier acción militar contra países musulmanes y que respeta la soberanía del «mundo islámico». Israel, entre tanto, se presenta como la única nación dispuesta a atacar las instalaciones nucleares iraníes para prevenir una amenaza existencial.

Lo que no se dice es que, según múltiples informes de inteligencia, Arabia Saudita habría dado luz verde tácita a Israel para utilizar su espacio aéreo en caso de un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes. El ex ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, insinuó esta colaboración en varias entrevistas, afirmando que «ciertos estados sunitas entienden que el verdadero peligro para ellos no es Israel sino Irán». Un eufemismo apenas velado para describir el pacto no escrito: «atacad vosotros, que nosotros miraremos para otro lado».

Los Acuerdos de Abraham: el gran cambio que no fue tan inesperado

El relato mediático presentó los Acuerdos de Abraham de 2020, que normalizaron las relaciones entre Israel y varios estados árabes (EAU, Bahréin, Sudán y Marruecos), como un giro inesperado y revolucionario en la política regional. Arabia Saudita, según esta narrativa, observaba con cautela pero mantenía su distancia tradicional de Israel.

Lo que ese relato oculta es que estos acuerdos difícilmente se habrían materializado sin la aprobación tácita de Arabia Saudita, que ejerce una influencia determinante sobre países como Bahréin. Según The Washington Post, el príncipe heredero saudí dio su bendición al proceso a cambio de garantías de seguridad estadounidenses contra Irán. Los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin no habrían dado un paso tan audaz sin el consentimiento del «hermano mayor» saudí. Como reveló más tarde un alto funcionario israelí: «Los saudíes nos dijeron: ‘No podemos ser los primeros, pero no seremos los últimos'». Una estrategia calculada que permite a Riad beneficiarse de la normalización regional sin pagar el precio político de ser pionero.

La versión simplificada sugiere que Arabia Saudita se ha mantenido firme en sus principios, exigiendo una solución para la causa palestina antes de cualquier normalización con Israel. Israel, por su parte, habría buscado infructuosamente el reconocimiento del reino saudí.

Pero esta narrativa conveniente ignora que, según The Wall Street Journal, desde 2020 se han producido al menos seis encuentros secretos de alto nivel entre funcionarios israelíes y saudíes, incluida una reunión entre Netanyahu y Mohammed bin Salman en la ciudad saudí de NEOM en noviembre de 2020, nunca reconocida oficialmente por Arabia Saudita pero confirmada por múltiples fuentes diplomáticas. Los vuelos privados entre Tel Aviv y Riad, rastreados por aplicaciones de seguimiento de vuelos comerciales, se han vuelto tan frecuentes que ya apenas generan titulares. La normalización avanza a pasos agigantados tras bambalinas, mientras la retórica oficial mantiene la ficción de la hostilidad.

Conclusión: la hipocresía como política de Estado

La historia oficial del conflicto de Oriente Medio nos presenta un panorama de bandos claros y posiciones inmutables. Israel y Arabia Saudita serían enemigos naturales, separados por diferencias ideológicas, religiosas y políticas insalvables. La realidad, como hemos visto, es mucho más pragmática y menos heroica.

La hipocresía no es un fallo del sistema, sino su funcionamiento normal. Tanto Israel como Arabia Saudita han comprendido que pueden mantener un discurso público de enemistad mientras colaboran en la sombra contra un enemigo común más preocupante. Esta doble moral les permite satisfacer a sus audiencias domésticas mientras persiguen sus intereses geopolíticos. Como escribió el analista Bruce Riedel: «Los saudíes quieren luchar contra Irán hasta el último soldado israelí». Una frase que resume perfectamente esta relación de archienemigos por conveniencia, donde la retórica y la realidad operan en planos completamente separados.

Si las apariencias fueran la realidad, Israel y Arabia Saudita seguirían siendo enemigos irreconciliables. Pero como muestra esta historia de alianzas en las sombras, en geopolítica lo que importa no es lo que se dice, sino lo que se hace. Y lo que Israel y Arabia Saudita hacen, lejos de los focos y los discursos inflamados, es colaborar pragmáticamente contra un enemigo común. Un recordatorio de que en política internacional, los principios suelen ser la primera víctima de los intereses.

Quizás la lección más valiosa de esta historia sea que, cuando los líderes hablan de «líneas rojas insalvables» o «principios innegociables», conviene mirar qué hacen sus agentes de inteligencia por la noche. Porque mientras la retórica divide, el miedo compartido une. Y pocos miedos han resultado tan unificadores como el de un Irán nuclear para dos antiguos enemigos que descubrieron, en la intimidad de sus salas de crisis, que tenían mucho más en común de lo que estaban dispuestos a admitir públicamente.

FIN

Resumen por etiquetas

El artículo sobre la relación encubierta entre Israel y Arabia Saudita contra Irán explora varios conceptos clave que definen este complejo triángulo geopolítico en Oriente Medio. Cada una de estas etiquetas ayuda a contextualizar y profundizar en las diferentes dimensiones del análisis presentado.

Guerra Fría en Oriente Medio (nueva): Este marco histórico emergente define el contexto de rivalidad regional, donde las tensiones entre potencias regionales como Irán, Arabia Saudita e Israel han creado un escenario de conflicto indirecto, alianzas tácticas y guerras por delegación que recuerda a la dinámica de la Guerra Fría global, pero con características propias del contexto de Oriente Medio.

Oriente Medio: El espacio geográfico donde se desarrolla esta intrincada red de alianzas y hostilidades es fundamental para entender las motivaciones históricas, religiosas y estratégicas de los actores involucrados, así como la importancia geopolítica de la región para potencias externas que han influido en esta dinámica.

Economía y Poder: Los intereses económicos, particularmente relacionados con el petróleo y las rutas comerciales, han sido factores determinantes en la configuración de estas relaciones pragmáticas que trascienden las diferencias ideológicas cuando los beneficios mutuos están en juego.

Dictaduras y Autoritarismos: El análisis de los sistemas políticos autoritarios de Arabia Saudita e Irán, así como las tendencias autoritarias en ciertos períodos de Israel, resulta esencial para comprender cómo estos regímenes utilizan el enemigo externo para legitimarse internamente mientras colaboran secretamente con supuestos adversarios.

Aliados Inoportunos: Esta etiqueta refleja perfectamente la naturaleza paradójica de la relación entre Israel y Arabia Saudita, dos estados que oficialmente mantienen una postura de enemistad pero que han encontrado en su temor compartido a Irán una base para la cooperación encubierta.

Instituciones de Poder: Las agencias de inteligencia, los estamentos militares y las estructuras gubernamentales de estos países han sido actores clave en esta relación subterránea, operando más allá del escrutinio público y creando canales paralelos a la diplomacia oficial.

Omitir responsabilidades históricas: El relato oficial de ambos países ha omitido convenientemente su colaboración pragmática, permitiéndoles mantener narrativas de principios innegociables mientras actúan en función de intereses geopolíticos concretos, eludiendo así su responsabilidad ante sus propias poblaciones.

Justificar violencia o guerra: Tanto Israel como Arabia Saudita han utilizado la amenaza iraní para justificar políticas de seguridad agresivas, carreras armamentísticas y acciones militares, construyendo una narrativa de necesidad defensiva que oculta intereses expansionistas y hegemónicos regionales.

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