La Contra Nicaragüense
Serie: El Capital Tiene Memoria
Porque si algo tiene la memoria del capital es que no olvida una buena inversión, sobre todo cuando viene envuelta en retórica libertadora y pólvora financiada por multimillonarios. Esta es la historia —o más bien, el recibo— de la guerra sucia que la administración Reagan disfrazó de lucha democrática mientras la financiaba con cheques de narcotraficantes, oligarcas antisocialistas y patriotas de yate privado. Nicaragua, tierra de volcanes, poesía y conspiraciones contables.
¿Quién era la Contra nicaragüense? Spoiler: no eran los buenos
La versión oficial, empaquetada en VHS con bandera de barras y estrellas, nos vendió a la Contra como un grupo de valientes exiliados que luchaban por restaurar la democracia frente a la dictadura sandinista. Eran, según esta narrativa, los Robin Hood del trópico, financiados por el tío Sam, que solo quería ayudar a los pobres campesinos a liberarse de las garras del comunismo.
La Contra eran patriotas, campesinos nicaragüenses deseosos de liberar su país del yugo marxista.
—Ronald Reagan, edición deluxe de “mentiras que colaron”
El problema es que estos “patriotas” tenían más entrenamiento de la CIA que biografía agrícola, más munición que moral y más vínculos con el narcotráfico que una temporada entera de Narcos. La mayoría eran antiguos miembros de la Guardia Nacional del dictador Anastasio Somoza, reciclados como héroes a sueldo. Vamos, reciclaje militar pero sin contenedor amarillo.
Financiación creativa: cuando el Congreso dijo no, la cocaína dijo sí
En 1984, el Congreso de Estados Unidos, por una de esas extrañas combinaciones de conciencia y presión pública, aprobó la Enmienda Boland, que prohibía explícitamente financiar a la Contra. ¿Y qué hizo Reagan y su club de “vamos a salvar el mundo aunque no nos lo pidan”? Pues crear una economía paralela que haría sonrojar a cualquier cartel.
Ya que no podemos usar fondos públicos, ¿por qué no vendemos armas a Irán (sí, ese Irán) y usamos el dinero para financiar la guerra en Nicaragua? Y de paso, que los cárteles colombianos metan su parte. Total, es por la libertad.
—Manual apócrifo del buen demócrata
Lo llamaron Iran-Contra, pero lo podían haber bautizado Breaking Democracy. Entre 1985 y 1987, la Casa Blanca aprobó de forma encubierta la venta de armas a Irán (enemigo oficial) para conseguir fondos que, triangulados con donaciones privadas de millonarios anticomunistas como Joseph Coors o el infame traficante de armas Adnan Khashoggi, terminaban en las cuentas de la Contra. Y eso sin contar las rutas de la droga que los Contras protegían o facilitaban directamente, a cambio de cash y polvo blanco. Reagan, el libertador de Centroamérica… y promotor honorario del mercado de cocaína en Los Ángeles.
El capital tiene memoria (y hasta plan de pensiones)
Las secuelas de esta “intervención filantrópica” son todo menos anecdóticas. Para empezar, estableció una doctrina de privatización de la guerra donde los principios son prescindibles pero las donaciones no. Una guerra ya no necesita Congreso, solo necesita contactos, un poco de retórica anticomunista y mucho dinero sin escrúpulos. Una ONG con bazucas.
Es fascinante cómo la democracia se defiende mejor cuando nadie la vota.
—Cualquier oligarca gringo viendo CNN en 1986
Además, Nicaragua quedó destrozada: 30.000 muertos, infraestructuras arrasadas y un país dividido durante décadas. Mientras tanto, los “mecenas” de la Contra vieron cómo sus empresas se llenaban de contratos, favores políticos y un blindaje moral que ni la Biblia cuestionaba. Porque cuando financias guerras, pero lo haces desde un think tank, no eres criminal: eres filántropo estratégico.
Lo privado es político… y letal
Uno de los efectos más siniestros del caso Iran-Contra fue legitimar una forma de operar que se ha convertido en norma. Afganistán, Siria, Ucrania… el guion se repite con matices: si el Congreso no firma, que lo firme la Fundación para la Democracia de tu elección. Si no hay presupuesto público, siempre hay un PAC dispuesto a poner el cheque.
Los ricos ya no solo compran elecciones; ahora compran guerras. Y sin necesidad de bajarse del helicóptero.
—Informe del sentido común perdido
Esto es, precisamente, lo que nos recuerda que el capital tiene memoria: los intereses económicos que financiaron la Contra siguen activos, reciclados, algunos con nuevos nombres o causas, pero con el mismo patrón. La idea de que el Estado es prescindible si el dinero privado puede imponer su voluntad. Y si se disfraza de cruzada democrática, aún mejor.
La posverdad se firmó con pólvora y talonario
Todo este episodio no es solo un escándalo de corrupción o una violación del derecho internacional. Es la constatación de que el relato oficial es tan maleable como el dólar en una lavadora de activos. La Contra nicaragüense fue vendida al mundo como un movimiento popular de resistencia. Lo que había detrás era una coalición de nostálgicos del somozismo, lobbies de ultraderecha, agencias de inteligencia creativas y narcos con visión de futuro.
En los libros de texto nunca salió que la libertad también se puede esnifar.
—Profesor imaginario de historia real
Y, sin embargo, la narrativa resistió. Reagan sigue siendo para muchos un paladín de la democracia. La intervención en Nicaragua se recuerda (cuando se recuerda) como un acto de defensa hemisférica. Y los verdaderos intereses económicos que diseñaron la guerra se diluyen en una niebla de patriotismo prefabricado. Bienvenidos a la memoria selectiva patrocinada por capital privado.
Epílogo: ¿Y si el comunismo no era el problema?
Irónicamente, lo que más asustaba a los financiadores de la Contra no era que Nicaragua se convirtiera en una sucursal soviética (cosa que ni siquiera los propios soviéticos querían), sino que mostrara que otro modelo económico era posible fuera de su control. Eso sí que daba miedo. Porque si un país empobrecido decidía no depender del FMI, de las multinacionales o del dólar… ¿qué ejemplo estaría dando a los demás?
La libertad de mercado consiste en que tú puedes elegir tu dictador… mientras esté en nuestra lista de aprobados.
—Wall Street, versión siglo XX
La Contra no defendía la democracia. Defendía un modelo de negocio. Y como todo buen negocio, requería inversión, logística y una narrativa creíble. Lo demás —vidas, países, principios— era material de oficina. Gasto necesario.
¿Te suena lejano? No lo es. La próxima vez que veas una revolución “espontánea” en la tele, una milicia “ciudadana” o un gobierno “enemigo de la libertad”, pregúntate primero quién está pagando las pancartas. Porque si algo hemos aprendido con la Contra nicaragüense es que la democracia, cuando entra en la hoja de cálculo, se convierte en una franquicia más.
¿Y la verdad? La verdad se enterró con recibo y número de cuenta.