La zona gris de la historia

La Guerra de Vietnam como defensa de la libertad

Vietnam: la guerra por la "libertad" que EE.UU. fabricó y perdió

La Guerra de Vietnam: América defendiendo la libertad frente al comunismo

La historia oficial nos presenta la Guerra de Vietnam como una noble cruzada estadounidense para proteger la democracia de la amenaza comunista. Pero, ¿qué ocurriría si supieras que el incidente del Golfo de Tonkin, detonante de la escalada militar, fue parcialmente fabricado? ¿O que Vietnam del Sur, ese «aliado democrático», era en realidad una dictadura respaldada por EE.UU.? Mientras los libros de texto mencionan My Lai como un incidente aislado, documentos desclasificados revelan patrones sistemáticos de atrocidades. El Agente Naranja, presentado como simple «defoliante táctico», sigue causando malformaciones medio siglo después. Y aunque Hollywood celebra que «podrían haber ganado con las manos desatadas», la realidad es que la superpotencia desplegó todo su arsenal y aun así sufrió su primera gran derrota militar. Una historia manipulada que esconde verdades incómodas sobre imperialismo, propaganda y la fabricación del consentimiento.

¡Descubre la verdad que tus profesores nunca se atrevieron a contarte!
Ilustración de bandera de EE.UU. con helicóptero de Vietnam en el centro y la palabra "FREEDOM" en la parte inferior.
Caricatura simbólica que contrasta la narrativa de libertad con la iconografía militar de la Guerra de Vietnam y la bandera de EE.UU.

La historia oficial de Vietnam: heroísmo, libertad y otras mentiras con aroma a napalm

En algún momento de nuestra vida escolar, todos hemos consumido la versión empaquetada y lista para llevar de la Guerra de Vietnam. Esa en la que Estados Unidos, como un sheriff espacial de moral impoluta, acudía al rescate de un pueblo oprimido por el malvado comunismo expansionista. Una narrativa tan limpia como falsa que encontramos en Así se Manipuló, esa categoría donde desempolvamos los cuentos que nos contaron como historia.

Pero vamos a ser claros: Si la Guerra de Vietnam hubiera sido una película, ni siquiera Hollywood se habría atrevido a venderla como «basada en hechos reales». Le habrían puesto un cartelito de «cualquier parecido con la realidad es pura fantasía», para ahorrarse demandas por difamación… a la propia realidad.

El guion oficial: América contra el virus rojo

La narrativa estadounidense sobre Vietnam es un ejemplo magistral de cómo construir una ficción patriótica. Según los libros de texto americanos, manuales militares y discursos presidenciales desde Kennedy hasta Nixon, Estados Unidos intervino en Vietnam para:

  1. Defender la democracia y la libertad
  2. Contener la expansión del comunismo
  3. Cumplir con sus compromisos con aliados
  4. Prevenir el «efecto dominó» que arrastraría a toda Asia al comunismo

Esta limpia justificación moral sirvió durante décadas como catecismo oficial, repetido hasta la saciedad en escuelas, universidades y medios de comunicación.

El problema es que olvidaron mencionar pequeños detalles como que Vietnam del Sur no era exactamente una democracia, sino una dictadura respaldada por EE.UU. Que el «compromiso con los aliados» consistía en sustituir a Francia como potencia colonialista. O que la teoría del «efecto dominó» era tan sólida como un castillo de naipes en un huracán. Pero bueno, ¿para qué arruinar una buena historia con hechos, verdad?

La estrategia de los corazones y mentes (o cómo te cuento esta masacre)

La administración Johnson acuñó aquella famosa frase de «ganar los corazones y las mentes» del pueblo vietnamita. Una expresión hermosa que pretendía transmitir el noble propósito de la intervención.

En los manuales escolares americanos, el conflicto se presenta habitualmente como una cruzada moral. Y es cierto que hubo figuras ejemplares como algunos médicos militares o soldados que protegieron a civiles. Estas historias individuales de heroísmo son las que predominan en el relato oficial.

Aunque quizás hubiera sido más honesto hablar de «calcinar los corazones y las mentes», teniendo en cuenta que EE.UU. arrojó más bombas sobre Vietnam que todas las bombas lanzadas en la Segunda Guerra Mundial combinadas. O que el Agente Naranja, ese herbicida «inofensivo», sigue causando malformaciones en los recién nacidos vietnamitas más de medio siglo después. Detalles sin importancia que no merecen espacio en un libro de texto, aparentemente.

El incidente del Golfo de Tonkin: o cómo fabricar un casus belli

El 2 de agosto de 1964, el destructor USS Maddox fue atacado por torpederos norvietnamitas en el Golfo de Tonkin. Dos días después, el 4 de agosto, supuestamente se produjo un segundo ataque. El presidente Johnson utilizó estos incidentes para conseguir la Resolución del Golfo de Tonkin, que le dio carta blanca para escalar la guerra sin una declaración formal.

Este relato aparece en casi todos los libros de historia como el detonante legítimo de la escalada militar americana.

Lo que olvidaron mencionar durante décadas es que el segundo ataque nunca existió. Como confirmaron documentos desclasificados años después, fue un error de lectura de radar en medio de condiciones climáticas adversas. El secretario de Defensa Robert McNamara lo sabía, Johnson lo sabía, pero, oye, ¿por qué desperdiciar una crisis fabricada? Ya en 1995, el propio McNamara reconocería: «Estábamos equivocados, terriblemente equivocados». Una pequeña errata que solo costó 58.000 vidas estadounidenses y más de 3 millones de vietnamitas. Errores administrativos, podríamos decir.

El enemigo invisible: la narrativa del Vietcong terrorista

Los medios y la narrativa oficial retrataron consistentemente al Vietcong como terroristas salvajes que utilizaban tácticas despiadadas. Las imágenes de trampas con estacas envenenadas y túneles laberínticos poblaron el imaginario estadounidense, creando una deshumanización sistemática del enemigo.

Lo cierto es que el Vietcong empleaba tácticas de guerrilla porque era la única forma viable de enfrentarse a la potencia militar más grande del mundo.

Curiosamente, la narrativa oficial considera «terrorismo» cuando un campesino vietnamita pone trampas para defender su aldea, pero llama «estrategia militar necesaria» a arrasar con napalm pueblos enteros o contaminar deliberadamente el suministro de agua. Es como si el tamaño de tu presupuesto militar determinara si eres un estratega o un terrorista. Qué cosas.

My Lai: la excepción que confirma la regla (según el Pentágono)

El 16 de marzo de 1968, soldados estadounidenses masacraron entre 347 y 504 civiles desarmados en la aldea de My Lai. Las víctimas eran principalmente ancianos, mujeres y niños. Inicialmente, el ejército intentó encubrir la masacre, pero finalmente salió a la luz gracias al periodista Seymour Hersh.

En la historiografía oficial, My Lai se presenta como una aberración, una excepción trágica perpetrada por «algunas manzanas podridas».

Lo que esta versión convenientemente omite es que My Lai no fue un incidente aislado. La Operación Phoenix, por ejemplo, ejecutó a más de 20.000 civiles sospechosos de simpatizar con el Vietcong. Las «zonas de fuego libre» permitían disparar a cualquier vietnamita que se moviera. Y luego estaba el recuento de bajas: si llevaba uniforme era un soldado enemigo, si no lo llevaba era un «Vietcong de civil», y si tenía menos de 12 años era un «Vietcong en potencia». Contabilidad creativa aplicada a cadáveres.

Los veteranos: de héroes a olvidados y de vuelta a héroes

Durante años, la narrativa oficial no supo qué hacer con los veteranos de Vietnam. A diferencia de la «Greatest Generation» de la Segunda Guerra Mundial, los veteranos de Vietnam regresaron a un país dividido, sin desfiles triunfales.

Décadas después, la cultura popular revisionista empezó a retratarlos como héroes incomprendidos en películas como «Rambo», «Platoon» o «Nacido el 4 de julio».

Lo que esta tardía glorificación oculta es que muchos veteranos volvieron con trastorno de estrés postraumático, adicción a drogas y sin apoyo gubernamental. Miles acabaron sin hogar. Pero, claro, es más fácil hacer una película lacrimógena sobre un soldado incomprendido que cuestionar por qué se les envió a una guerra absurda o por qué se les abandonó después. La épica vende más entradas que la crítica sistémica.

Los documentos del Pentágono: cuando la verdad se filtró

En 1971, The New York Times comenzó a publicar los Papeles del Pentágono, documentos filtrados por Daniel Ellsberg que revelaban que el gobierno había mentido sistemáticamente sobre la guerra. Estos documentos mostraban que la administración Johnson había ampliado secretamente la guerra mientras aseguraba públicamente lo contrario.

Esta filtración se enseña hoy como un triunfo del periodismo y la transparencia.

Lo que raramente se menciona es que, a pesar de estas revelaciones, la guerra continuó durante cuatro años más. O que Nixon intentó procesar a los periodistas por traición. O que la conversación nacional nunca abordó realmente las implicaciones morales de lo revelado, sino que se centró en quién había filtrado los documentos. Es como si encontraras pruebas de que tu pareja te engaña, y te enfadaras más con quien te mostró las fotos que con el infiel.

El legado químico: el Agente Naranja como «defoliante táctico»

Entre 1961 y 1971, Estados Unidos roció más de 20 millones de galones de herbicidas sobre Vietnam, Laos y Camboya como parte de la Operación Ranch Hand. El más notorio, el Agente Naranja, contenía dioxina, un compuesto altamente tóxico.

En los manuales militares y textos oficiales, esto se describía eufemísticamente como «defoliación táctica» para eliminar la cobertura de la selva.

Lo que no explicaban con tanto detalle es que el Agente Naranja ha causado cáncer, defectos de nacimiento y enfermedades crónicas a millones de vietnamitas y a miles de veteranos estadounidenses. Hasta 2021, Estados Unidos había gastado cientos de millones en compensaciones para sus veteranos afectados, pero prácticamente nada para las víctimas vietnamitas. Al parecer, el ADN estadounidense merece compensación, pero el vietnamita no tanto.

El final revisado: no perdimos, nos retiramos estratégicamente

Quizás el mayor mito de todos es cómo se presenta el final de la guerra. En muchos libros de texto y documentales patrióticos, Estados Unidos no «perdió» en Vietnam, sino que se retiró debido a la presión política interna.

Esta narrativa preserva el mito de la invencibilidad militar estadounidense, sugiriendo que podrían haber ganado si el público hubiera apoyado la guerra.

La realidad, por supuesto, es que Vietnam representa la primera derrota militar clara en la historia de Estados Unidos. Una superpotencia con tecnología espacial fue derrotada por un país agrícola. Pero admitir esto requeriría cuestionar todo el complejo militar-industrial y la política exterior americana. Mucho más fácil culpar a los hippies y a Jane Fonda, que aparentemente tenían más poder que el Pentágono.

El revisionismo cinematográfico: Hollywood al rescate

Hollywood ha jugado un papel crucial en reescribir la narrativa de Vietnam. Películas como «Rambo II» sugieren que los soldados estadounidenses «tenían las manos atadas» por los políticos y que podrían haber ganado si les hubieran «dejado ganar».

Estas películas reforzaron la idea de que la derrota no fue militar sino política, preservando el orgullo nacional.

Una vez más, la realidad es bastante menos gloriosa. El ejército más poderoso del mundo utilizó toda su capacidad destructiva. Lanzaron 7.8 millones de toneladas de bombas, utilizaron napalm, armas químicas y tácticas de tierra quemada. Y aun así perdieron. No fue porque tuvieran «las manos atadas», sino porque estaban luchando una guerra imposible de ganar militarmente. Pero vayan ustedes a hacer una película taquillera con ese mensaje.

Vietnam en las aulas: cómo se enseña el fracaso

En las escuelas estadounidenses, la Guerra de Vietnam suele presentarse de forma aséptica. Se mencionan fechas, nombres de presidentes y alguna que otra controversia, pero sin profundizar en las implicaciones morales o políticas.

Los libros escolares típicamente enmarcan la guerra como un «error de cálculo» o un «conflicto complejo», evitando términos como «crímenes de guerra» o «invasión».

Es fascinante cómo se puede estudiar un conflicto que duró 20 años, mató a millones de personas y transformó la política mundial en apenas dos páginas de un libro de texto. Como si fuera un capítulo incómodo de la historia familiar que mencionamos rápidamente durante la cena de Navidad para pasar al siguiente tema. «Sí, el tío Sam tuvo una fase imperialista en los 60, pero mira qué rico está el pavo».

El trauma que se negó a sanar

Quizás el aspecto más revelador de la manipulación histórica es cómo, cinco décadas después, Estados Unidos sigue sin confrontar realmente el significado de Vietnam. El país ha librado guerras posteriores en Irak y Afganistán que han repetido muchos de los mismos errores.

Cada nueva intervención militar viene acompañada de la misma retórica idealista sobre libertad y democracia, como si Vietnam nunca hubiera ocurrido.

Es lo que ocurre cuando no procesas adecuadamente tu trauma: lo repites. La «Guerra contra el Terror» es Vietnam con mejor marketing y peor geografía. Mismas justificaciones falsas, mismos métodos cuestionables, mismo resultado previsible. Si Vietnam fue una tragedia, Irak y Afganistán son una parodia. Pero al menos en las escuelas seguimos enseñando que somos los buenos de la película, y eso es lo que importa, ¿verdad?

El verdadero legado: la mentira institucionalizada

El verdadero legado de Vietnam no es militar ni geopolítico, sino cultural: fue el momento en que gran parte de la población estadounidense comprendió que su gobierno podía mentirles sistemáticamente durante años.

Esta crisis de confianza cambió fundamentalmente la relación entre el pueblo estadounidense y sus instituciones.

La frase «si mueves los labios, estás mintiendo» aplicada a los políticos nació en la era de Vietnam. Antes de Vietnam, la mayoría de estadounidenses confiaba en su gobierno. Después, la desconfianza se convirtió en el estado predeterminado. Irónicamente, esta lección —la más importante de todas— es la que menos se enseña en las aulas. Porque confrontarla significaría admitir que quizás, solo quizás, las «grandiosas democracias» también fabrican consentimiento mediante propaganda. Y eso sería demasiado incómodo para un libro de texto.

Conclusión: la versión que no se cuenta

La historia de Vietnam que se enseña en las escuelas, se celebra en los memoriales y se romantiza en el cine es una versión sanitizada, conveniente y profundamente deshonesta de lo que realmente ocurrió. No fue una noble cruzada por la libertad que se torció por circunstancias desafortunadas. Fue una intervención neocolonial basada en mentiras, ejecutada con una brutalidad desproporcionada y que terminó en una derrota humillante.

La manera en que Estados Unidos ha manipulado esta narrativa dice mucho sobre cómo las naciones poderosas reescriben sus fracasos. Vietnam no es solo un estudio de caso sobre imperialismo, sino también sobre el control de la historia.

Y mientras tanto, Vietnam sigue allí, no como el símbolo abstracto de un debate geopolítico estadounidense, sino como un país real con personas reales que todavía nacen con malformaciones por el Agente Naranja, que todavía desactivan bombas sin explotar en sus campos y que han tenido que reconstruir un país devastado. Pero esa Vietnam real rara vez aparece en nuestras conversaciones, porque no encaja en ninguna de nuestras narrativas convenientes. Y así, la mayor víctima de esta guerra sigue siendo la verdad, mucho después de que los últimos disparos hayan cesado.

FIN

Resumen por etiquetas

La Guerra de Vietnam representa uno de los ejemplos más claros de cómo la historia se reescribe para justificar lo injustificable y ocultar lo evidente. A través de diferentes perspectivas, podemos entender la complejidad de este conflicto manipulado.

Guerra Fría en Europa contextualiza el conflicto vietnamita dentro del tablero de ajedrez global donde las superpotencias movían sus fichas sin importar el coste humano. Vietnam no fue más que un peón sacrificable en la estrategia de contención estadounidense, mientras la retórica de la «defensa de la libertad» ocultaba que se trataba simplemente de otra batalla por la hegemonía mundial.

Asia Oriental fue el escenario donde se desarrolló esta tragedia, un territorio que la narrativa occidental siempre ha mostrado como un telón de fondo exótico más que como un protagonista con voz propia. Los millones de vietnamitas, laosianos y camboyanos afectados quedaron reducidos a estadísticas en los informes del Pentágono, sus vidas y cultura borradas bajo el peso de una narración que solo contemplaba el punto de vista americano.

Norteamérica construyó un relato interno donde la derrota militar se transformó en una «retirada estratégica», y donde las protestas antibélicas, no las tácticas de guerrilla vietnamitas, fueron responsabilizadas del fracaso. Esta reescritura permitió mantener intacto el mito de la superioridad militar estadounidense a pesar de la evidente derrota.

Educación e Historia Oficial ha perpetuado durante generaciones una versión aséptica del conflicto en los libros de texto americanos, donde las atrocidades se minimizan y los motivos imperialistas se transforman en nobles intenciones. El sistema educativo ha sido cómplice en la fabricación de un consenso histórico que evita cuestionar las bases morales de la intervención.

Revoluciones y Conflictos nos muestra cómo la lucha vietnamita por la autodeterminación fue tergiversada como una simple extensión del comunismo soviético, negando la complejidad de un movimiento de liberación nacional con profundas raíces históricas y sociales. Esta simplificación maniquea permitió justificar intervenciones que, de otro modo, serían difíciles de vender a la opinión pública.

Tecnología y Guerra ejemplifica cómo el poderío tecnológico americano, desde bombarderos B-52 hasta el Agente Naranja, fue presentado como prueba de superioridad moral más que como lo que realmente era: una asimetría brutal que causó sufrimiento indiscriminado. La propaganda transformó armas químicas en «herbicidas tácticos» y bombardeos masivos en «pacificaciones estratégicas».

Pueblos Colonizados revela la continuidad entre el colonialismo francés y la intervención americana, una perspectiva sistemáticamente eliminada del relato oficial. Vietnam pasó de una opresión a otra, mientras la narrativa occidental insistía en presentarse como liberadora de un pueblo que nunca pidió ser «salvado» de esta manera.

Justificar violencia o guerra demuestra cómo se construyó toda una maquinaria propagandística para hacer aceptable lo inaceptable: la muerte de millones de civiles, el uso de armas químicas y la destrucción sistemática de un país entero. Las mentiras sobre el Golfo de Tonkin o las manipulaciones sobre la «amenaza comunista» fueron herramientas para obtener el consentimiento público para una guerra inmoral.

Omitir responsabilidades históricas es quizás el aspecto más perverso de esta manipulación, donde las consecuencias del Agente Naranja, las bombas sin detonar y los traumas transgeneracionales son borrados de la memoria colectiva occidental. Esta amnesia selectiva permite que Estados Unidos siga presentándose como un defensor de la libertad global, mientras evita rendir cuentas por las atrocidades cometidas en su nombre.

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