La masacre de Wounded Knee
Cuando la “amenaza” era un cadáver frío
El 29 de diciembre de 1890, en un rincón helado de Dakota del Sur llamado Wounded Knee Creek, el ejército de los Estados Unidos ejecutó lo que la historia oficial alguna vez describió como un “enfrentamiento armado” con los sioux lakota. Suena a tiroteo en el OK Corral, ¿verdad? Pero no: fue una masacre. Un pelotón armado con cañones Hotchkiss abrió fuego sobre un campamento indígena mayoritariamente desarmado. Murieron alrededor de 300 personas. Mujeres. Niños. Ancianos. Y por si el festival del horror no estaba lo suficientemente decorado, 20 soldados fueron premiados con la Medalla de Honor, como si hubieran ganado una guerra y no perpetrado una ejecución masiva.
“Hubo un ‘enfrentamiento’ en Wounded Knee”.
Traducción institucional: el ejército, con armamento de última generación, arrasó un campamento de indígenas que rendían culto espiritual, matando incluso a bebés envueltos.
Pero no pasa nada, que luego pusieron una placa.
El “pragmatismo” cuando ya no había guerra
La narrativa clásica ha intentado justificar la masacre como el último capítulo inevitable en el enfrentamiento entre el progreso y la resistencia nativa. Pero el detalle incómodo es este: para 1890, la supuesta “amenaza india” ya era un espejismo nostálgico. Los pueblos originarios habían sido confinados a reservas, sus líderes asesinados o sometidos, y sus culturas erosionadas por una maquinaria estatal que combinaba Biblia, escuela y rifle.
“Había que evitar un nuevo levantamiento nativo”.
Y para eso lo mejor era disparar sobre mujeres en huida, niños desarmados y chamanes que rezaban. No sea que las plegarias se conviertan en revoluciones.
Consecuencias inmediatas: un país más homogéneo, más hipócrita
El efecto inmediato fue una profundización del control federal sobre las reservas, ahora no solo como espacio físico sino como laboratorio de reeducación forzosa. Las escuelas indias proliferaron con lemas como “Mata al indio, salva al hombre”, donde los niños eran arrancados de sus familias, rapados, bautizados, obligados a hablar inglés y a olvidar sus raíces. Todo con el cariño pedagógico del etnocidio cultural.
“Estados Unidos integró a los nativos mediante la educación y la civilización”.
Claro, igualito que te integran cuando te secuestran de niño, te prohiben hablar tu idioma, te castigan si rezas a tus dioses y te enseñan que tu abuelo era un salvaje. Pura inclusión modelo Harvard.
Las medallas del horror: premiar lo impremiable
Veinte soldados recibieron la Medalla de Honor. Veinte. Por disparar a civiles. Por “valentía” en una operación que ni siquiera los informes del Congreso pudieron justificar completamente sin entrar en contradicción. A día de hoy, organizaciones nativas continúan exigiendo la revocación de esas condecoraciones. No como acto simbólico, sino como gesto mínimo de decencia histórica. Spoiler: nadie escucha.
“Las medallas se otorgaron según las normas de la época”.
O sea que las normas de la época eran: si no es blanco y habla raro, dispara primero y ya se escribirá la historia después.
Wounded Knee como síntoma: matar primero, narrar después
Lo más revelador no es la masacre en sí, que ya es bastante. Es cómo fue absorbida, narrada y blanqueada por el aparato oficial: textos escolares, películas del oeste, manuales de historia. Wounded Knee fue traducido en la memoria colectiva como un trágico pero necesario ajuste de cuentas. Un episodio que sellaba el final de las guerras indias con ese cierre cómodo de “ya está todo hecho, ahora a construir el país”.
“La masacre cerró un capítulo oscuro”.
Y acto seguido se pasó la página tan rápido que el lector ni lo vio. Y si alguien preguntaba, se respondía con: “Eso es cosa del pasado. Ya somos todos americanos”.
Qué bonito es el borrado étnico cuando viene con banda sonora de John Ford.
Secuelas persistentes: racismo estructural y memoria amputada
Lo ocurrido en Wounded Knee no es solo un pasado mal resuelto, es un presente mal disimulado. Las comunidades lakota y otros pueblos nativos siguen enfrentándose a tasas desproporcionadas de pobreza, alcoholismo, encarcelamiento, suicidio y violencia policial. Sus tierras siguen siendo saqueadas, sus demandas ignoradas y sus memorias manipuladas.
“Los pueblos originarios han sido integrados plenamente a la nación”.
Tanto como lo está una planta de adorno: bonita en la esquina, regada de vez en cuando, ignorada sistemáticamente. Y si molesta, se poda.
La historia oficial: manual de hipocresía institucionalizada
¿Quién decide cómo se cuenta una masacre? ¿Quién redacta los libros, produce los documentales, pone las placas? Pues quien ganó. Y como ganó con cañones y propaganda, también ganó el derecho a bautizar el genocidio como “episodio”. Porque “masacre” suena mal y “errores del pasado” suena a algo que se puede barrer bajo la alfombra.
“La historia debe unir, no dividir”.
Exacto: unir a los vencedores en la gloria y a los vencidos en el olvido. Porque el problema no es recordar el horror, sino quién puede permitirse olvidarlo sin que le afecte.
Wounded Knee hoy: memoria incómoda, necesaria y combatida
En 1973, un grupo de activistas del American Indian Movement ocupó de nuevo Wounded Knee, esta vez para reclamar justicia, visibilidad y memoria. El gobierno respondió con cerco militar, tiroteos y juicios. Porque nada le irrita más al poder que los fantasmas que no se quedan quietos en su rincón del museo.
“Wounded Knee debe ser un lugar de reconciliación”.
Reconciliación sin justicia, sin disculpas, sin reparación y con medallas aún colgando en los pechos equivocados. Qué tierna esa idea de perdonar sin que nadie haya pedido perdón.
Así No Fue. No fue un “último combate”. No fue un “enfrentamiento”. No fue “necesario”. Fue una masacre condecorada, una limpieza cultural certificada por el Estado y una lección incómoda sobre cómo el pragmatismo imperial puede permitirse el lujo de ignorar incluso sus propias excusas militares. Porque matar por interés aún se disfraza mejor que matar por odio. Y porque lo ético, en este caso, ni siquiera pasó por la puerta del cuartel.
¿Te ha gustado el espectáculo? No olvides aplaudir. Las medallas siguen puestas.