La zona gris de la historia

La masacre de Wounded Knee

Wounded Knee: la masacre premiada con medallas

Wounded Knee: fin de las guerras indias, comienzo del blanqueo histórico

Según la historia oficial, la masacre de Wounded Knee fue un trágico pero inevitable desenlace de las tensiones entre el ejército estadounidense y los pueblos indígenas. Un “enfrentamiento” para evitar una revuelta. ¿Pero qué revuelta se combate con cañones contra mujeres y niños? ¿Por qué se concedieron 20 Medallas de Honor por disparar a un campamento desarmado? ¿Cómo se convierte una ejecución masiva en un pie de página decorado con patriotismo? Lo que ocurrió en 1890 no fue un accidente ni una confusión táctica, sino la culminación premeditada de una política de exterminio físico y cultural. El relato oficial no solo minimiza el horror, sino que lo recicla en narrativa heroica. Y eso es lo que lo hace tan peligroso: la historia se convierte en anestesia, y el crimen, en rutina. ¿Qué otras masacres hemos archivado como errores “inevitables”?

No te tragues la versión de los vencedores. Lee para desenterrarla.

Ilustración de la masacre de Wounded Knee, soldados armados celebran sobre cadáveres indígenas.
La ilustración refleja el espíritu "civilizador" de una época en la que el progreso venía acompañado de pólvora y patrioterismo sonriente. Con colores tan vivos como la sangre derramada, el contraste satírico entre la alegría de los soldados y la tragedia de los cuerpos indígenas convierte la masacre de Wounded Knee en una suerte de carnaval macabro. Las banderas ondean, las armas brillan y la iglesia de fondo promete redención… para los que ya no respiran. Una interpretación vibrante y grotesca del abrazo entre genocidio y gloria nacional.

La masacre de Wounded Knee

Cuando la “amenaza” era un cadáver frío

El 29 de diciembre de 1890, en un rincón helado de Dakota del Sur llamado Wounded Knee Creek, el ejército de los Estados Unidos ejecutó lo que la historia oficial alguna vez describió como un “enfrentamiento armado” con los sioux lakota. Suena a tiroteo en el OK Corral, ¿verdad? Pero no: fue una masacre. Un pelotón armado con cañones Hotchkiss abrió fuego sobre un campamento indígena mayoritariamente desarmado. Murieron alrededor de 300 personas. Mujeres. Niños. Ancianos. Y por si el festival del horror no estaba lo suficientemente decorado, 20 soldados fueron premiados con la Medalla de Honor, como si hubieran ganado una guerra y no perpetrado una ejecución masiva.

“Hubo un ‘enfrentamiento’ en Wounded Knee”.
Traducción institucional: el ejército, con armamento de última generación, arrasó un campamento de indígenas que rendían culto espiritual, matando incluso a bebés envueltos.
Pero no pasa nada, que luego pusieron una placa.

El “pragmatismo” cuando ya no había guerra

La narrativa clásica ha intentado justificar la masacre como el último capítulo inevitable en el enfrentamiento entre el progreso y la resistencia nativa. Pero el detalle incómodo es este: para 1890, la supuesta “amenaza india” ya era un espejismo nostálgico. Los pueblos originarios habían sido confinados a reservas, sus líderes asesinados o sometidos, y sus culturas erosionadas por una maquinaria estatal que combinaba Biblia, escuela y rifle.

“Había que evitar un nuevo levantamiento nativo”.
Y para eso lo mejor era disparar sobre mujeres en huida, niños desarmados y chamanes que rezaban. No sea que las plegarias se conviertan en revoluciones.

Consecuencias inmediatas: un país más homogéneo, más hipócrita

El efecto inmediato fue una profundización del control federal sobre las reservas, ahora no solo como espacio físico sino como laboratorio de reeducación forzosa. Las escuelas indias proliferaron con lemas como “Mata al indio, salva al hombre”, donde los niños eran arrancados de sus familias, rapados, bautizados, obligados a hablar inglés y a olvidar sus raíces. Todo con el cariño pedagógico del etnocidio cultural.

“Estados Unidos integró a los nativos mediante la educación y la civilización”.
Claro, igualito que te integran cuando te secuestran de niño, te prohiben hablar tu idioma, te castigan si rezas a tus dioses y te enseñan que tu abuelo era un salvaje. Pura inclusión modelo Harvard.

Las medallas del horror: premiar lo impremiable

Veinte soldados recibieron la Medalla de Honor. Veinte. Por disparar a civiles. Por “valentía” en una operación que ni siquiera los informes del Congreso pudieron justificar completamente sin entrar en contradicción. A día de hoy, organizaciones nativas continúan exigiendo la revocación de esas condecoraciones. No como acto simbólico, sino como gesto mínimo de decencia histórica. Spoiler: nadie escucha.

“Las medallas se otorgaron según las normas de la época”.
O sea que las normas de la época eran: si no es blanco y habla raro, dispara primero y ya se escribirá la historia después.

Wounded Knee como síntoma: matar primero, narrar después

Lo más revelador no es la masacre en sí, que ya es bastante. Es cómo fue absorbida, narrada y blanqueada por el aparato oficial: textos escolares, películas del oeste, manuales de historia. Wounded Knee fue traducido en la memoria colectiva como un trágico pero necesario ajuste de cuentas. Un episodio que sellaba el final de las guerras indias con ese cierre cómodo de “ya está todo hecho, ahora a construir el país”.

“La masacre cerró un capítulo oscuro”.
Y acto seguido se pasó la página tan rápido que el lector ni lo vio. Y si alguien preguntaba, se respondía con: “Eso es cosa del pasado. Ya somos todos americanos”.
Qué bonito es el borrado étnico cuando viene con banda sonora de John Ford.

Secuelas persistentes: racismo estructural y memoria amputada

Lo ocurrido en Wounded Knee no es solo un pasado mal resuelto, es un presente mal disimulado. Las comunidades lakota y otros pueblos nativos siguen enfrentándose a tasas desproporcionadas de pobreza, alcoholismo, encarcelamiento, suicidio y violencia policial. Sus tierras siguen siendo saqueadas, sus demandas ignoradas y sus memorias manipuladas.

“Los pueblos originarios han sido integrados plenamente a la nación”.
Tanto como lo está una planta de adorno: bonita en la esquina, regada de vez en cuando, ignorada sistemáticamente. Y si molesta, se poda.

La historia oficial: manual de hipocresía institucionalizada

¿Quién decide cómo se cuenta una masacre? ¿Quién redacta los libros, produce los documentales, pone las placas? Pues quien ganó. Y como ganó con cañones y propaganda, también ganó el derecho a bautizar el genocidio como “episodio”. Porque “masacre” suena mal y “errores del pasado” suena a algo que se puede barrer bajo la alfombra.

“La historia debe unir, no dividir”.
Exacto: unir a los vencedores en la gloria y a los vencidos en el olvido. Porque el problema no es recordar el horror, sino quién puede permitirse olvidarlo sin que le afecte.

Wounded Knee hoy: memoria incómoda, necesaria y combatida

En 1973, un grupo de activistas del American Indian Movement ocupó de nuevo Wounded Knee, esta vez para reclamar justicia, visibilidad y memoria. El gobierno respondió con cerco militar, tiroteos y juicios. Porque nada le irrita más al poder que los fantasmas que no se quedan quietos en su rincón del museo.

“Wounded Knee debe ser un lugar de reconciliación”.
Reconciliación sin justicia, sin disculpas, sin reparación y con medallas aún colgando en los pechos equivocados. Qué tierna esa idea de perdonar sin que nadie haya pedido perdón.


Así No Fue. No fue un “último combate”. No fue un “enfrentamiento”. No fue “necesario”. Fue una masacre condecorada, una limpieza cultural certificada por el Estado y una lección incómoda sobre cómo el pragmatismo imperial puede permitirse el lujo de ignorar incluso sus propias excusas militares. Porque matar por interés aún se disfraza mejor que matar por odio. Y porque lo ético, en este caso, ni siquiera pasó por la puerta del cuartel.

¿Te ha gustado el espectáculo? No olvides aplaudir. Las medallas siguen puestas.

FIN

Resumen por etiquetas

Este artículo aborda una serie de fenómenos históricos, sociales y narrativos que son esenciales para entender la persistencia del racismo estructural, la manipulación institucional de la memoria y la violencia simbólica que sigue ejerciendo el relato oficial sobre los pueblos sometidos.

  • Revolución Industrial en Inglaterra: Aunque pueda parecer lejana, esta etiqueta marca el marco histórico contemporáneo al episodio de Wounded Knee. Mientras en Londres se tejían las nuevas redes del capitalismo global, en EE. UU. se despejaban a tiros las tierras necesarias para alimentar su versión doméstica del progreso.

  • Colonialismo y Descolonización: La masacre es un capítulo tardío pero clarísimo del colonialismo interno estadounidense. No hacía falta cruzar océanos para saquear, ocupar y “civilizar”; bastaba con disparar dentro del propio país.

  • Memoria Histórica: El silencio, la tergiversación y las medallas son estrategias de una memoria amañada. La historia de Wounded Knee ha sido sistemáticamente minimizada en el relato oficial, y aún hoy cuesta encontrarla sin barniz patriótico.

  • Pueblos Colonizados: Los sioux lakota eran mucho más que víctimas. Eran una nación invadida, arrinconada y sistemáticamente destruida. Su historia es la historia de la colonización en primera persona.

  • Personas Invisibilizadas: Mujeres, niños, ancianos… La narrativa bélica los borró bajo el rótulo de “enemigos”. El artículo rescata sus nombres del anonimato funcional que impone la historia del vencedor.

  • Blanquear herencia colonial: Wounded Knee es el ejemplo perfecto de cómo una masacre puede transformarse en “hecho desafortunado” mediante una buena capa de eufemismos, placas y premios.

  • Justificar violencia o guerra: Aquí no hubo guerra real, pero sí narrativa militar. Se usó el lenguaje del conflicto armado para justificar una operación punitiva innecesaria desde cualquier óptica.

  • Omitir responsabilidades históricas: Que aún hoy se mantengan las medallas, que el Congreso nunca las haya revocado, que el sistema educativo apenas mencione la masacre… Todo eso es omisión institucionalizada.

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