La Partición de la India
Cuando la línea se trazó con lápiz… y chequera
Bienvenidos al blog El Capital Tiene Memoria, donde las guerras de independencia no son tan independientes y las revoluciones, más que populares, son financieramente muy bien respaldadas. Hoy toca revisar una de las mayores tragedias del siglo XX, vendida al mundo como “el inevitable parto doloroso de dos naciones hermanas”… mientras en los despachos de Londres se abría el champán y se cerraban contratos. ¿Qué fue realmente La Partición de la India? Un desgarro sangriento que dejó casi dos millones de muertos, catorce millones de desplazados y una frontera que aún hoy supura odio. Pero eso sí: la Bolsa no se resintió.
El relato oficial: libertad, Gandhi, y un pequeño malentendido fronterizo
“Después de siglos de dominio británico, la India logró su independencia en 1947. Aunque la liberación fue un triunfo histórico, las tensiones religiosas entre hindúes y musulmanes derivaron en la partición del territorio en dos Estados: la India y Pakistán. A pesar de los esfuerzos de líderes como Gandhi y Nehru, la violencia fue inevitable. El Reino Unido, en su papel de árbitro neutral, organizó una salida apresurada para evitar más conflictos. A partir de ahí, cada nación siguió su camino.”
Sí, claro. Porque cuando el imperio más puntilloso con la contabilidad colonial decide irse, lo hace de prisa y corriendo, como si hubiera olvidado cerrar el gas. Qué casualidad que el caos se organizara justo donde había recursos estratégicos, infraestructuras clave y bolsas de resistencia anticolonial demasiado organizadas para su gusto.
El oro no reza, pero financia
Si algo ha demostrado la historia imperial británica es que cuando huele a dinero, se le aparece la Virgen… de los beneficios. La narrativa del odio interreligioso espontáneo ha ocultado convenientemente que muchos grupos religiosos violentos fueron regados con generosas aportaciones desde cuentas con acento de Oxford.
Los informes internos del British Foreign Office ya en 1945 advertían del “riesgo económico de una India unificada y neutral en la Guerra Fría”, y sugerían fomentar “la pluralidad política como salvaguarda económica”. Traducción: divide y ganarás. Y mientras tanto, la empresa textil British India Corporation y la Anglo-Iranian Oil Company (hoy BP) celebraban juntas estratégicas para reubicar activos “del lado seguro de la frontera”. Por si la paz les pillaba con los pantalones bajados.
El mapa del saqueo: ¿religión o recursos?
¿Y por qué esa línea, exactamente? ¿Por qué Pakistán no incluye Hyderabad, con mayoría musulmana, y la India se queda Cachemira, de mayoría musulmana también? Vaya, qué misterio.
La Comisión de Radcliffe, encargada de trazar la frontera, hizo su trabajo en cinco semanas y sin pisar el terreno. Para evitar “influencias indebidas”, decían. Pero eso no impidió que los trazos coincidieran sospechosamente con rutas ferroviarias clave, corredores industriales y yacimientos minerales. ¿Casualidad? Como el Brexit, pero sin referéndum ni memes.
El Punjab, dividido a machetazo limpio, era el granero de la región y tenía una red de riego y ferrocarriles que los británicos no querían dejar a merced de un Estado neutral. Así que a dividirlo. ¿Religión? Sí, claro. Después del petróleo y antes de los textiles.
¿Y Gandhi?
Gandhi se opuso a la partición, claro. Con ayunos, cartas y discursos. Muy ético todo. Pero ni los ayunos detienen oleoductos ni las cartas frenan capitales.
La narrativa hagiográfica lo presenta como mártir de la unidad, cuando su visión utópica era una amenaza real para quienes preferían dos clientes débiles a un socio fuerte. El asesinato de Gandhi a manos de un radical hindú (apoyado por círculos nacionalistas con vínculos financieros bastante sospechosos) acabó con la única voz que no obedecía ni a Londres ni a Karachi.
Las élites locales: patriotas de nómina
Mientras las masas se mataban en nombre del dios de turno, las élites de ambos lados preparaban sus cuentas corrientes para el día después. Jinnah y Nehru sabían que un Estado dividido ofrecía más margen de maniobra política (y económica). Ambos fueron cortejados por lobbies británicos con la misma intensidad con la que se les vendían “compromisos constitucionales”.
Un informe de 1946 del Viceroy Lord Wavell detallaba los “contactos estratégicos con líderes musulmanes y hinduistas para facilitar una transición pacífica que asegure la continuidad de contratos comerciales”. Es decir, tú te llevas tu religión, yo mis privilegios, y todos contentos… menos los millones que huyeron con lo puesto o no huyeron en absoluto.
Consecuencias inmediatas: sangre, sudor y desinformación
Cerca de 15 millones de personas cruzaron fronteras improvisadas con miedo y sin saber a dónde iban. Se calcula que un millón y medio murieron, aunque los números reales podrían ser mucho mayores.
La prensa británica, curiosamente, trató la masacre como una “consecuencia inevitable del fanatismo local”. Ni una palabra sobre las armas repartidas por intermediarios financiados desde Londres. Ni sobre los trenes “de la muerte” que cruzaban la frontera vacíos de vida y llenos de cadáveres.
Las cicatrices no son solo demográficas. El trauma cultural, la pérdida de patrimonios familiares, la ruptura de tejidos sociales y económicos… todo quedó como daño colateral. Pero las acciones de las petroleras no bajaron un céntimo. De hecho, subieron.
El legado tóxico: fronteras con minas, memoria con censura
Hoy, más de 75 años después, la herida sigue abierta. Cachemira es un polvorín, las tensiones religiosas se han institucionalizado y ambos países son potencias nucleares con gobiernos que usan el pasado para justificar cualquier presente.
Y mientras tanto, el relato escolar sigue hablando de libertad, inevitabilidad y autodeterminación. Como si el imperialismo hubiese sido un mal necesario y la división, una terapia de grupo. “Lo mejor para todos”, dijeron. Como un divorcio con custodia compartida… de odio.
Epílogo sin redención
La Partición de la India no fue una consecuencia de un conflicto ancestral. Fue una decisión económica encubierta de religiosidad. Fue una operación financiera disfrazada de reconciliación. Y lo peor es que funcionó.
Porque si algo sabe hacer bien el capitalismo colonial es convertir la muerte ajena en dividendos propios. Y que encima parezca que fue por tu bien.