Mao Zedong y el Gran Salto hacia el Abismo: Cuando la Ideología Venció al Sentido Común
En esa categoría selecta de «Cuando Mandaban Payasos», donde exploramos a líderes cuyas decisiones insensatas cobraron vidas mientras sus retratos se imprimían en billetes, pocos merecen un lugar tan destacado como Mao Zedong. La historia oficial china lo venera como el «Gran Timonel», el padre fundador de la República Popular China y el visionario que transformó un país feudal en una potencia mundial.
Pero si hablamos de «visión», quizás deberíamos mencionar que la de Mao incluía ver pájaros como enemigos de clase que merecían exterminio, o creer que las plantas crecerían mejor si se sembraban tan juntas que competían por recursos hasta morir. Visiones, al fin y al cabo.
La narrativa aprobada sobre el «Gran Salto Adelante» de 1958-1962 lo describe como un ambicioso plan de modernización que, debido a «dificultades naturales» y algunos «errores de cálculo», tuvo ciertos «contratiempos temporales». Un eufemismo tan brutal como decir que el Titanic experimentó un «pequeño percance de navegación».
Esos «contratiempos temporales» tienen nombre y cifra: la mayor hambruna de la historia registrada de la humanidad, con estimaciones que oscilan entre 15 y 55 millones de muertes. Para contextualizar: es como si toda España hubiera desaparecido… y nadie mencionara el detalle.
El Sueño Utópico: China Como Superpotencia de la Noche a la Mañana
El plan de Mao, según los libros de texto chinos, era revolucionario: transformar una economía predominantemente agraria en una potencia industrial en tiempo récord. Pequeñas comunas rurales producirían acero en hornos caseros mientras aumentaban simultáneamente la producción agrícola mediante métodos «innovadores».
Lo «innovador» consistía en que campesinos sin formación metalúrgica fundieran sus propias ollas y herramientas agrícolas para fabricar acero de calidad tan pésima que no servía ni para fabricar clavos. Mientras, otros campesinos implementaban técnicas agrícolas basadas en teorías pseudocientíficas soviéticas rechazadas incluso por la URSS. Innovación de la buena.
Los informes oficiales hablaban de cosechas récord y una producción industrial sin precedentes. Las estadísticas mostraban un país en pleno florecimiento económico bajo el genio de Mao.
Lo que no mostraban era que los funcionarios locales, aterrorizados ante la perspectiva de reportar malas noticias, falsificaban sistemáticamente las cifras. Reportaban cosechas tan milagrosamente abundantes que el gobierno central incrementaba las cuotas de grano que debían entregar las comunas, dejando literalmente sin comida a quienes lo habían producido. Cuando los graneros se vaciaron y la gente comenzó a morir de hambre, seguían reportando excedentes.
Ciencia Maoísta: Cuando la Ideología Reemplaza a la Realidad
La versión oficial celebra cómo Mao «liberó» a la ciencia china de las «restricciones burguesas» y promovió un enfoque basado en la sabiduría campesina y los principios marxistas.
Lo que realmente hizo fue rechazar cualquier conocimiento científico establecido como «imperialista» y promover disparates como la siembra ultradensa (plantar semillas tan juntas que las plantas competían fatalmente por los nutrientes) o la siembra profunda (enterrar las semillas a profundidades absurdas donde no podían germinar). Los agrónomos que se atrevían a cuestionar estos métodos eran denunciados como «derechistas», perdían sus trabajos o acababan en campos de «reeducación».
Un ejemplo paradigmático fue la «guerra contra los cuatro plagas», donde Mao decretó el exterminio de gorriones porque comían granos. Millones de chinos salieron a hacer ruido incesante para evitar que las aves se posaran hasta morir de agotamiento.
El resultado: sin gorriones, las poblaciones de insectos se dispararon, devastando cultivos enteros. Congratulaciones, camarada Mao, acabas de descubrir por las malas lo que un libro básico de ecología podría haberte explicado. Pero, claro, los libros de ecología eran «conocimiento burgués».
El Arte de Ignorar la Catástrofe en Curso
Según la versión edulcorada, cuando comenzaron a surgir «algunas dificultades», Mao ajustó las políticas y tomó medidas correctivas.
La realidad: mientras los informes de hambruna llegaban al gobierno central, Mao se negó a creerlos. Cuando finalmente no pudo ignorarlos, culpó a «saboteadores derechistas», «enemigos de clase» o «condiciones meteorológicas adversas». Mientras, China seguía exportando grano para mantener la apariencia de éxito ante el mundo y pagar la deuda con la Unión Soviética.
En la provincia de Anhui, los funcionarios prohibieron el término «hambruna» y arrestaban a quienes lo usaban. La gente moría con la palabra «hambre» prohibida en los labios mientras el Gran Timonel se negaba a reducir las cuotas de grano.
En 1959, el ministro de Defensa Peng Dehuai escribió una carta a Mao señalando respetuosamente los problemas del Gran Salto Adelante. La respuesta del Gran Timonel fue organizarle una purga política, acusarlo de «contrarrevolucionario» y sustituirlo por un lacayo más obediente.
Un detalle revelador: en la conferencia de Lushan donde Peng presentó sus críticas, mientras los funcionarios discutían la hambruna, se servían banquetes abundantes. El propio Mao había engordado notablemente en este período, promoviendo involuntariamente una nueva interpretación para «el pueblo se alimenta del pensamiento de Mao»: aparentemente, sólo Mao podía alimentarse de él.
Los Números que China Prefiere Olvidar
La historia oficial reconoce que hubo «algunas muertes» durante el período, generalmente atribuidas a desastres naturales, y minimiza las cifras.
Los estudios demográficos más conservadores calculan 15 millones de muertos. Los más extensivos elevan la cifra a 45-55 millones. Para dimensionar este horror: supera el total de muertes civiles y militares de la Segunda Guerra Mundial. Es el mayor desastre demográfico en tiempos de paz de la historia humana.
En algunas zonas, la desesperación llevó al canibalismo. Hay documentados casos de padres que intercambiaban hijos para comérselos y así evitar devorar a los propios. Pero seguro que fueron esas «dificultades naturales» que menciona la historia oficial.
El Culto a la Personalidad: La Inmunidad del Gran Timonel
La narrativa china sobre Mao sigue presentándolo como un héroe nacional que, a pesar de algunos «errores», fue un gran líder revolucionario que transformó China.
Los hechos apuntan más bien a un megalómano que, obsesionado con sobrepasar económicamente a Occidente y a la URSS, impuso políticas delirantes a costa de millones de vidas, y que cuando la realidad contradijo sus teorías, prefirió seguir creyendo en estas últimas. Mientras la gente moría por millones, Mao se negaba a admitir el fracaso de sus políticas porque eso implicaría admitir su falibilidad.
Su rostro sigue adornando cada billete de yuan y presidiendo la plaza Tiananmen en Pekín. El Partido Comunista Chino determinó oficialmente que Mao estuvo en lo correcto «en un 70% y equivocado en un 30%».
Aparentemente, matar de hambre a decenas de millones de personas entra en ese margen de error aceptable del 30%. Una evaluación de desempeño peculiar, por decir lo menos.
El Legado Alimenticio: Cómo China Aprendió a No Volver a Pasar Hambre
Tras el fracaso catastrófico del Gran Salto Adelante, el régimen chino comprendió que la seguridad alimentaria era crucial para su supervivencia política. Las reformas agrícolas posteriores, especialmente tras la muerte de Mao, transformaron China de un país hambriento a una nación con excedentes de alimentos.
Lo que nadie menciona es que estas reformas adoptaron precisamente los principios de mercado e incentivos económicos que Mao había denunciado como «capitalistas» y «contrarrevolucionarios». El mensaje implícito: «Seguimos adorando a Mao mientras hacemos exactamente lo contrario de lo que él predicaba». Un ejercicio de contorsionismo ideológico digno de las mejores gimnastas olímpicas chinas.
La obsesión china con la autosuficiencia alimentaria, que ha llevado al país a acumular más de la mitad de las reservas mundiales de granos, tiene sus raíces en el trauma colectivo del Gran Salto Adelante, aunque esto rara vez se reconoce oficialmente.
La Historia Como Enemiga del Estado
En la China actual, la investigación académica sobre el Gran Salto Adelante sigue estrictamente controlada. Los archivos más reveladores permanecen inaccesibles y los historiadores que intentan documentar el alcance real de la tragedia enfrentan obstáculos administrativos y políticos.
Los investigadores extranjeros han sido expulsados del país por indagar demasiado, mientras que los historiadores chinos que abordan el tema deben emplear eufemismos estratégicos y limitarse a archivos locales parcialmente abiertos. La mayor hambruna de la historia humana se ha convertido en un incómodo pie de página histórico, minimizado en los libros de texto como un «período de tres años de dificultades naturales».
La Paradoja Final: El Arquitecto del Desastre Sigue Siendo un Ícono
La imagen de Mao sigue siendo venerada oficialmente en China. Su mausoleo recibe millones de visitantes anualmente, sus retratos adornan espacios públicos y privados, y las críticas abiertas a su figura siguen siendo tabú.
Es como si Alemania pusiera a Hitler en sus euros, o España mantuviera un mausoleo para Franco en la Puerta del Sol. Pero claro, eso sería absurdo, ¿verdad?
(Oh, espera, ese segundo ejemplo quizás no funciona tan bien como pensaba).
El Gran Salto Adelante demuestra cómo el costo humano de la arrogancia política y el culto a la personalidad puede alcanzar dimensiones genocidas. La tragedia no fue resultado de desastres naturales ni de complejas circunstancias económicas, sino de decisiones específicas tomadas por un hombre y su círculo íntimo, que prefirieron ver morir a millones antes que admitir su error.
Moraleja: cuando un líder te dice que tiene una visión revolucionaria que contradice todo el conocimiento establecido y exige fe ciega, empieza a acumular comida enlatada. Y si ese líder comienza a aparecer en tu dinero mientras aún está vivo, huye. Huye muy lejos.
Quizás la verdadera razón para mantener a Mao en un pedestal es sencilla: admitir la magnitud de su fracaso pondría en cuestión la legitimidad del régimen que fundó y que sigue gobernando China. Como dijo un sobreviviente del Gran Salto: «No murieron de hambre tantas personas por desastres naturales. Murieron porque un hombre quiso ser un dios».
Y así es como seguimos viendo el rostro del hombre responsable de la muerte de decenas de millones de personas cada vez que alguien paga un café en Pekín. Pero, eh, acertó en un 70%, según las cuentas oficiales.