Operación Paperclip: cuando la ética fue triturada para alimentar cohetes
En la serie Ética Bajo Cero, donde el pragmatismo histórico brilla con su luz más cínica, este capítulo podría tener como subtítulo: “¿Juicios por crímenes de guerra? Solo si no sabes construir un misil”. Porque nada grita doble moral como reclutar científicos nazis para impulsar tu programa espacial mientras, de puertas para afuera, te envuelves en la bandera de la libertad y la justicia. Bienvenidos a la Operación Paperclip, el casting más obsceno de talentos con pasado genocida de la historia moderna.
De Nuremberg a la NASA: el túnel directo sin pasar por el banquillo
El relato oficial sostiene que, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos llevó a cabo una purga ética contra los responsables del Tercer Reich. Se celebraron los Juicios de Núremberg, se dictaron sentencias ejemplares y se prometió al mundo que semejante barbarie no quedaría sin castigo.
“Aunque diseñaras cohetes con trabajo esclavo, si apuntaban al comunismo, te recibíamos con alfombra roja y una nueva identidad. ¡Bienvenido al sueño americano, Herr Doktor!”
Pero mientras los focos iluminaban las salas de Núremberg, en la trastienda del Pentágono se cocía otro espectáculo: la Operación Paperclip, que fichó a más de 1.600 científicos nazis para que trabajaran para EE.UU. en sus programas armamentísticos, químicos y aeroespaciales.
Sí, muchos de ellos eran miembros de las SS. Sí, otros habían supervisado directamente el uso de trabajo esclavo en campos de concentración. Y sí, se falsificaron documentos, se blanquearon expedientes y se reescribió la historia personal de cada uno para que pudieran pasar la aduana moral de Washington.
Wernher von Braun: el chico de portada de la amnesia colectiva
Si hay un nombre que simboliza esta estrategia de rehabilitación exprés con fines geoestratégicos, es Wernher von Braun. Director del desarrollo de los misiles V-2 para el Tercer Reich, fabricados en la planta subterránea de Mittelwerk con mano de obra esclava procedente del campo de concentración de Dora-Mittelbau. Miles de personas murieron allí.
“Pero claro, diseñó cohetes que llegaron a la Luna, y eso hace que todo lo anterior… ¿cómo era? Ah, sí: ‘quede en el pasado’. Porque un genocida con traje de la NASA siempre da mejor en las fotos.”
Von Braun no solo no fue juzgado: fue condecorado, aplaudido y convertido en símbolo del progreso tecnológico estadounidense. Su papel en la construcción del Saturn V que llevó al Apolo 11 a la Luna fue celebrado como un hito de la humanidad, sin que apenas se mencionara su pasado nazi. Como si los motores que impulsaron el cohete hubieran sido ensamblados por unicornios demócratas.
De Paperclip a Hollywood: cuando la propaganda camina en gravedad cero
La historia oficial ha tenido décadas para depurar convenientemente la memoria histórica. La Operación Paperclip, cuando es mencionada, se presenta como un mal necesario: una carrera contrarreloj con la URSS en la que había que fichar cerebros antes de que lo hicieran los soviéticos.
“La ética estaba en la sala, pero nadie la invitó a la reunión. Había que ganar la Guerra Fría, y si eso implicaba contratar a unos cuantos criminales de guerra con buen currículum, pues oye, se llama pragmatismo, no nazismo.”
Lo irónico es que muchas de estas historias fueron selladas durante décadas. Archivos clasificados, nombres cambiados, expedientes manipulados. Solo con los años, a medida que los documentos se desclasificaban y los periodistas ponían el foco, se empezó a destapar el escándalo. Pero a esas alturas, la narrativa oficial ya había hecho su trabajo: los científicos nazis eran ahora héroes del progreso. Lo de antes, un “detalle molesto” de sus biografías.
Consecuencias inmediatas: ciencia con olor a formol
La incorporación masiva de científicos nazis no solo aceleró el programa espacial estadounidense. También permitió el desarrollo de armamento químico y biológico, técnicas de guerra psicológica y sistemas de misiles que redefinieron la política exterior de EE.UU. durante la Guerra Fría.
“Del Tercer Reich a la CIA sin escalas. A eso lo llaman movilidad laboral.”
Además, sentó un precedente siniestro: el saber científico puede comprar la impunidad más absoluta, siempre que tenga valor estratégico. Se convirtió en el ejemplo perfecto de cómo la ciencia, en lugar de ser una fuerza neutral o moralmente elevada, puede ser un instrumento del poder más sucio. Y si no, que se lo pregunten a los sobrevivientes de Mittelbau-Dora, a quienes jamás se les pidió perdón ni se les ofreció reparación alguna.
Secuelas persistentes: el legado amnésico de Paperclip
El silencio institucional que rodeó la Operación Paperclip ha tenido consecuencias que aún colean. Por un lado, la construcción de un relato épico de la carrera espacial, que blanqueó convenientemente las biografías de sus protagonistas. Por otro, la ausencia de justicia para las víctimas, olvidadas en los sótanos de la memoria oficial.
“Porque claro, una estatua a von Braun queda bien en la plaza del progreso. Una a sus víctimas… no tanto. Eso no da votos ni contratos con Boeing.”
Pero lo más grave es que se legitimó una lógica peligrosa: la idea de que la moral es negociable si el premio es lo bastante grande. Que la justicia puede esperar si hay una guerra que ganar. Que los crímenes se pueden borrar si el talento es útil. Esa doctrina sigue vigente cada vez que se mira hacia otro lado para no incomodar a los poderosos de turno.
Cuando el pragmatismo se disfraza de ciencia
La historia de la Operación Paperclip no es solo una anécdota del pasado. Es un espejo en el que se refleja la ética utilitarista que rige muchas decisiones actuales. Desde alianzas estratégicas con dictaduras hasta el fichaje de expertos en control de masas o tecnologías invasivas, el principio es el mismo: si sirve a nuestros intereses, el pasado no importa.
“¿Crímenes de guerra? ¿Tortura? ¿Trabajo esclavo? Bah, son pecadillos de juventud. Ahora que trabaja para nosotros, es un visionario.”
Así no fue como nos lo contaron. Porque si lo hubieran hecho, tal vez miraríamos con más escepticismo a esos ídolos del progreso, cuyas biografías empiezan siempre en el momento más conveniente. Y si la historia sirve para algo, es para recordar que el futuro también puede construirse sobre huesos… y que no todo cohete que despega lo hace hacia la dignidad.