La zona gris de la historia

Plan Phoenix en Vietnam

Plan Phoenix: eficiencia letal en la guerra de Vietnam

El Plan Phoenix salvó Vietnam con Excel y tortura

Dicen que el Plan Phoenix fue una operación de inteligencia necesaria para derrotar al Vietcong. Que eliminó infiltrados, estabilizó regiones y mejoró la seguridad en Vietnam del Sur. Pero, ¿cómo encaja eso con cuotas mensuales de asesinatos? ¿Con centros de tortura gestionados como franquicias? ¿Con métricas de éxito basadas en el número de “neutralizados”? Este programa no fue un error ni una excepción, sino una muestra nítida de cómo se puede profesionalizar la barbarie y justificarla con un lenguaje de gestión. ¿Y si te dijéramos que esta lógica sigue viva? Que el mundo moderno, con sus algoritmos de seguridad, perfiles de riesgo y vigilancia total, bebe más de Phoenix que de cualquier manual de ética militar. La historia no se repite… se optimiza.

¡Descubre cómo la tecnocracia convirtió el asesinato en un procedimiento estándar!

Ilustración satírica de un soldado estadounidense apuntando a un vietnamita detenido, con fondo de helicóptero y bandera roja con estrella.
Esta ilustración plantea una tierna escena de diplomacia informal al estilo del Plan Phoenix en Vietnam: un soldado sonriente —que por supuesto porta la bandera de la libertad en su uniforme— dialoga a punta de pistola con un campesino local que parece menos entusiasta del intercambio cultural. Al fondo, chozas típicas y una bandera inconfundible garantizan que nadie confunda el escenario con un retiro espiritual. Con colores tan vivos como la imaginación estratégica de sus creadores, esta pieza condensa el espíritu de un programa cuyo concepto de “pacificación” fue, por decirlo suavemente, intensamente práctico.

Plan Phoenix en Vietnam: El arte de matar con burocracia

Si los conflictos del siglo XX se enseñaran como asignaturas universitarias, el Plan Phoenix sería el taller práctico de cómo convertir el asesinato sistemático en un KPI (Key Performance Indicator) más. Este episodio —que encaja con escalofriante perfección en la serie Ética Bajo Cero— es una de las piezas más siniestras del puzzle vietnamita, no por la violencia descarnada que generó, sino por el modo en que esta se transformó en trámite, procedimiento y estadística. Aquí no se trata de una masacre pasional, ni de crímenes de guerra espontáneos, sino de algo mucho más frío: una estructura organizada y defendida con la pasión de un auditor contable.

La guerra contra los fantasmas del Vietcong

Entre 1967 y 1972, EE. UU. se obsesionó con “neutralizar” al enemigo desde dentro. No al ejército norvietnamita, no a los soldados en la selva, sino a ese enemigo difuso e invisible: los simpatizantes del Vietcong. Es decir, campesinos, vecinos incómodos, rivales políticos locales o cualquiera con mala suerte. El Plan Phoenix (o “Phung Hoang”, en su nombre vietnamita) fue la respuesta de la CIA al dilema de cómo librar una guerra cuando los enemigos no llevan uniforme.

«Se trataba de matar al pez secando el estanque», explicaron. Aunque nadie aclaró qué pez, en qué estanque, ni qué tipo de ácido echaron al agua.

La lógica era impecable… si la diseñaba un sociópata con MBA: crear una base de datos con supuestos insurgentes, establecer cuotas mensuales de asesinatos (perdón, “neutralizaciones”), contratar a personal vietnamita para hacer el trabajo sucio, y, por supuesto, convertir el éxito de la operación en cifras que pudieran presentarse en Washington con gráficos y sonrisas.

Eficiencia letal: cómo matar sin despeinarse

El verdadero escándalo del Plan Phoenix no fue el número de víctimas (que supera las 20.000, aunque las cifras exactas aún se disputan), sino su estructura: un sistema de muerte industrial en miniatura.

Se generaron informes diarios, se cruzaban datos, se diseñaban algoritmos rudimentarios para rastrear patrones de comportamiento sospechosos. Y todo eso sin ningún atisbo de garantía judicial, sin juicios, sin defensa posible. La sospecha era condena. Y la condena, una entrada más en el Excel de la muerte.

«Cuando matar deja de ser un crimen y se convierte en una métrica, ya no necesitas monstruos. Basta con funcionarios eficientes.»

Los operativos se apoyaban en listas negras, confesiones bajo tortura y denuncias anónimas —el mejor combo para asegurarse de que el miedo sustituyera a la justicia. El sistema premiaba resultados, no precisión. Si matabas a alguien y decías que era del Vietcong, nadie iba a comprobarlo. De hecho, mejor no comprobarlo, no fuera a estropearse la media mensual de éxitos.

Consecuencias inmediatas: el terror como norma

En muchas zonas rurales de Vietnam del Sur, el miedo al Vietcong fue sustituido rápidamente por el miedo al Plan Phoenix. La población quedó atrapada entre dos fuegos: los comunistas te fusilaban por colaborar con el gobierno, y el gobierno (con ayuda estadounidense) te torturaba por colaborar con los comunistas. Colaborar, por supuesto, era un término elástico.

«En la guerra de Vietnam, la neutralidad no era una opción. O eras espía, o sospechoso de serlo. El tercer estado, el de ‘simple ser humano’, fue declarado ilegal de facto.»

Los centros de detención improvisados proliferaron. Las torturas sistemáticas no eran una desviación del protocolo: eran el protocolo. Electrocuciones, simulacros de ejecución, palizas continuadas. Todo estaba justificado en nombre de la eficiencia y el control. El objetivo era extraer nombres para ampliar la base de datos. Porque en una lógica circular demencial, cuantos más nombres tuvieses, más “eficaz” parecía el sistema.

Legado y cicatrices: del sudeste asiático a Silicon Valley

Aunque el Plan Phoenix terminó oficialmente en 1972, su influencia no murió con él. Fue el ensayo general de prácticas que después se verían en América Latina con las dictaduras apoyadas por EE. UU., en Irak y Afganistán con los operativos de contratistas privados, y en Guantánamo con sus memorables guías de “interrogatorio intensivo”.

«¿Cuántos algoritmos de perfilado que hoy usamos en redes, seguros o banca nacieron entre bambús y napalm? Spoiler: más de los que quieres saber.»

Además, dejó una huella en el imaginario burocrático-militar estadounidense: la idea de que la violencia podía ser tecnificada, despersonalizada, automatizada. Que la guerra ya no necesitaba héroes ni villanos, sino solo gestores con buenas hojas de cálculo.

Una cultura de la impunidad con PowerPoint

Tras la caída de Saigón, el Plan Phoenix fue barrido bajo la alfombra del olvido institucional. Ningún alto cargo estadounidense fue juzgado. Ningún responsable político asumió culpa. Los documentos fueron clasificados, los testimonios desacreditados, y el relato oficial fue redirigido al heroísmo de la infantería o la torpeza del Pentágono, según conviniera.

«Cuando una operación secreta fracasa, la culpa nunca es del plan, sino de que no se ejecutó con suficiente fe. Es decir, que faltaron más muertos.»

Hoy, muchos defensores del Plan lo describen como una “necesidad táctica” dentro del contexto de una guerra asimétrica. Un mal menor. Una política de inteligencia agresiva. Pero difícilmente se puede llamar “inteligencia” a un programa que —según testimonios posteriores del propio Congreso estadounidense— fue responsable de más del 80% de detenciones arbitrarias y ejecuciones extrajudiciales sin valor estratégico alguno.

El problema no fue el horror, sino su lógica

Lo más escalofriante del Plan Phoenix no es que se matara de forma masiva, sino que se hiciera con un método que convertía la muerte en un trámite. La ética no desapareció: fue archivada. Y sustituida por objetivos mensuales, tablas dinámicas y conferencias de prensa.

«Cuando la muerte se planifica con hojas de cálculo y se ejecuta con neutralidad emocional, lo que muere no son solo las víctimas: también el concepto de humanidad.»

El caso Phoenix no es solo un episodio oscuro del siglo XX. Es un espejo —roto, por supuesto— de cómo las democracias modernas pueden maquillar sus crímenes bajo capas de gestión eficiente. Una advertencia de que el pragmatismo, cuando se desentiende de la ética, no solo justifica el horror: lo profesionaliza.

El cinismo como doctrina operativa

El legado del Plan Phoenix continúa. En las guerras dronizadas, en las cárceles secretas, en los black sites de la CIA y en la cultura de “rendición extraordinaria” que legaliza lo que antes se ocultaba. Todo ello alimentado por una lógica heredada de Phoenix: la guerra como sistema de gestión de datos.

Y cuando la violencia se gestiona como un negocio, la moral no solo estorba: se convierte en un coste innecesario.

«Así se escribe la historia: con tinta invisible, firmas en clave y muchas hojas de cálculo. Y si alguien pregunta por la ética, se le remite al departamento de RR. HH. del infierno.»

FIN

Resumen por etiquetas

Guerra de Vietnam
Este episodio forma parte medular del teatro vietnamita, aunque raramente se cuente con detalle. Mientras se nos habla de la Ofensiva del Tet o de la caída de Saigón, el Plan Phoenix queda en el rincón oscuro de la historia, como si su meticulosidad asesina no mereciera entrar en los libros de texto. Fue, sin embargo, uno de los programas más sistemáticos de aniquilación durante la guerra.

Asia Oriental
En este caso, Vietnam se convierte no solo en escenario de guerra, sino en laboratorio ético del horror, donde la geografía sirvió de pretexto para justificar prácticas que jamás se habrían permitido en territorio occidental.

Dictaduras y Autoritarismos
Aunque EE. UU. no sea considerado formalmente un régimen autoritario, el Plan Phoenix adoptó metodologías dignas de dictaduras militares. Eliminación de opositores sin juicio, represión masiva, delaciones premiadas… todo en nombre de la estabilidad.

Tecnología y Guerra
Phoenix fue precursor de la guerra algorítmica: cruces de datos, listados informatizados (para la época), y análisis de patrones de comportamiento. Hoy lo llamamos “inteligencia artificial”; entonces se llamaba “inteligencia táctica”. El resultado es el mismo: matar más, equivocarse igual.

Revoluciones y Conflictos
El programa se inscribe en la lógica de conflicto total entre bloques ideológicos. Pero en vez de enfrentar ejércitos, enfrentó vecinos contra vecinos, comunidades contra sí mismas, y sembró el caos bajo la fachada de control.

Instituciones de Poder
Desde la CIA hasta el Ejército de EE. UU., pasando por agencias de seguridad vietnamitas, todas participaron con entusiasmo y obediencia. Las decisiones no fueron de individuos desbocados, sino de engranajes institucionales en plena sincronía letal.

Personas Invisibilizadas
Las víctimas del Plan Phoenix no tienen nombre, ni tumba, ni monumento. Campesinos, profesores, ancianas, hijos de nadie. Todos “neutralizados” por estadísticas, y olvidados por la historia oficial.

Justificar violencia o guerra
Phoenix fue presentado como una necesidad dentro de la lucha contra el comunismo. No una atrocidad, sino una estrategia. Un mal necesario. ¿El problema? Que una vez aceptado el argumento, cualquier atrocidad puede vestirse de necesidad.

Omitir responsabilidades históricas
Tras la guerra, el Plan fue barrido bajo la alfombra. La narrativa se centró en la derrota, en el heroísmo de algunos soldados o en los traumas del regreso. Pero de los burócratas del horror, nadie quiso hablar.

Series

Traidores de Primera

Cuando cambiar de bando era una movida brillante

Tecnología y Bala

Avances científicos al servicio del caos

Revoluciones de Salón

Cuando los que gritaban libertad solo querían cambiar de mayordomo

Religión a la Carta

Fe, poder y menú del día

Propaganda con Pasaporte

Cuando la verdad viajaba con visado diplomático

Progresismo con Bayoneta

Cuando la modernidad venía en caballo y con uniforme

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