La zona gris de la historia

Programa de interrogatorios mejorados de la CIA

Tortura legal de la CIA: el infierno tenía membrete oficial

Ilustración satírica de un interrogatorio simulado en una prisión secreta de la CIA, con un agente sonriente aplicando tortura con agua.
Esta ilustración, pensada para acompañar el artículo "Programa de interrogatorios mejorados de la CIA", presenta con una ironía luminosa y caricaturesca los métodos aplicados en nombre de la seguridad nacional. El agente, con una sonrisa de anuncio publicitario, derrama alegremente un balde de agua sobre un prisionero encapuchado, atado frente a una instalación adornada con el emblema de la CIA y la bandera ondeante. Una escena encantadora, si uno ignora la implicación moral. Como si se tratara de un paseo turístico por el lado oscuro de la democracia, esta representación visual encapsula el espíritu del "Programa de interrogatorios mejorados de la CIA" con todo el colorido y la contradicción de una propaganda mal dirigida.

Programa de interrogatorios mejorados de la CIA

Un “error necesario” con respaldo legal

El 11 de septiembre de 2001 no solo derrumbó torres: también hizo añicos cualquier pretensión de superioridad moral que Estados Unidos se había tatuado tras la Segunda Guerra Mundial. Desde ese momento, el país de las libertades se sumergió en una espiral paranoica donde todo valía si se invocaba la palabra mágica: seguridad nacional.

En esta historia digna de nuestra serie Ética Bajo Cero, el pragmatismo no se disfraza: se pasea desnudo, salpicando jurisprudencia, memorandos y eufemismos como “interrogatorios mejorados”. Es decir, tortura. Pero legal. O casi.

“La tortura está mal, salvo que tenga membrete del Departamento de Justicia y venga en PDF”.

Porque sí, lo verdaderamente fascinante del caso no es tanto lo que se hizo (aunque ahogar a alguien simulado 83 veces en un mes da para escalofríos), sino cómo se justificó. Con abogados. Con papel sellado. Con semántica milimétrica. Con los Torture Memos, una colección de horrores envueltos en legalidad que permitirían redefinir la palabra “negar” hasta que signifique “decir que sí, pero con cara de preocupación”.


La retórica del miedo: del patriotismo a Guantánamo

Cuando el enemigo está en todas partes (menos en el Pentágono)

La narrativa oficial repitió hasta el vómito que “nos odian por nuestra libertad”. Que el ataque fue a nuestra forma de vida. Que responder con mano blanda sería invitar a la anarquía global. Que los terroristas no se detienen ante los valores democráticos, así que, por pura coherencia, mejor los aparcamos nosotros también. Y así lo hicieron.

En tiempos de guerra, la Constitución de EE.UU. es un documento de referencia, no una obligación contractual. Como los términos y condiciones que nadie lee, pero todos sufren.

La Administración Bush aprobó vuelos secretos de la CIA, centros de detención clandestinos (los “black sites”) en países que sabían mirar hacia otro lado, y un catálogo de técnicas de tortura tan creativo que haría sonrojar al Marqués de Sade. Dormir 3 horas cada 48. Golpes “moderados”. Privación sensorial. Exposición al frío. Colocación en posiciones que harían parecer cómodo al asiento de Ryanair.


Los Torture Memos: Kafka se fue a Harvard

Cómo se legaliza lo ilegal sin que se note (mucho)

En 2002, el Departamento de Justicia de EE.UU., a través de la Oficina de Asesoría Legal (OLC), entregó un regalo envenenado a la CIA: un documento firmado por John Yoo y Jay Bybee que redefinía “tortura” como “dolor físico equivalente a una falla orgánica o la muerte”. ¿El truco? Si no se llega a ese umbral, pues no es tortura. Es… incomodidad patriótica.

Según esta lógica, si no estás clínicamente muerto, sigues dentro de la ley. Y si lo estás, pues tampoco vas a demandar, ¿verdad?

Este uso del Derecho como bisturí moral no solo legitimó lo que se hacía, sino que blindó penalmente a sus autores. Los memorandos eran tan técnicos, tan detallados, tan jurídicamente abstractos, que parecían escritos no para informar, sino para ocultar entre líneas lo evidente: se estaba instaurando un sistema de tortura sistemática.


¿Funcionó la tortura? Spoiler: no

Pero dio igual. Porque nunca se trató de eso.

Años después, informes del Senado estadounidense y documentos desclasificados concluyeron que los “interrogatorios mejorados” no proporcionaron información significativa que no se hubiese obtenido por otros medios. Peor aún: en muchos casos, las confesiones se obtuvieron bajo coacción y resultaron ser falsas, fabricadas para parar el sufrimiento.

Es lo que pasa cuando le preguntas a alguien si es Bin Laden mientras le sumerges la cabeza en agua helada: al final te dice que sí, que también es Hitler y que mató a Kennedy si eso ayuda a que pares.

Pero nada de eso importaba. El programa no buscaba tanto resultados como venganza. Satisfacción. Narrativa. Que se viera que EE.UU. respondía con fuerza. Que el enemigo tuviera miedo. Y que la opinión pública, sedienta de represalia, sintiera que algo se estaba haciendo.


El legado tóxico de Guantánamo y compañía

Siembra impunidad y recogerás extremismo

Dos décadas después, las consecuencias siguen latiendo bajo la piel del sistema. Guantánamo, esa anomalía jurídica flotando en aguas caribeñas, sigue abierta. Ningún alto cargo fue juzgado por tortura. Y muchos de los implicados han continuado sus carreras sin mancha, incluso ascendiendo en el escalafón político o académico.

Un tipo que legalizó la tortura ahora da clases sobre ética jurídica. En serio. Hay que tener sentido del humor… o nulo sentido del ridículo.

Además, el programa dejó secuelas diplomáticas, morales y estratégicas. Las alianzas internacionales se erosionaron. La legitimidad global de EE.UU. se desplomó. El discurso de “defensores de la libertad” quedó tan agujereado como los informes de inteligencia que justificaron la guerra de Irak.

Y, por si fuera poco, el programa alimentó justo aquello que pretendía frenar: el odio antiestadounidense, la radicalización, la narrativa de que Occidente es hipócrita. El terrorismo no se combate con tortura. Se fertiliza.


¿Una excepción o un patrón?

Estados Unidos, el líder del mundo libre… salvo que le venga mal

Quizás lo más preocupante del caso no es lo que se hizo, sino cómo de fácilmente se aceptó. Cómo los checks and balances del sistema estadounidense hicieron reverencias ante un poder ejecutivo que se envolvía en la bandera. Cómo una democracia consolidada redactó, aprobó, ejecutó y encubrió un programa de tortura con un nivel de impunidad que solo las dictaduras se atreven a verbalizar.

En una dictadura te torturan y lo niegan. En EE.UU., te torturan y lo facturan como técnica avanzada de recopilación de datos.

Porque este no fue un desliz. Fue una operación coreografiada entre agencias, abogados, psicólogos, militares y políticos. Un ejemplo casi académico de cómo se construye una maquinaria de violencia institucional con apariencia de legalidad. Y eso, más que indignación, debería darnos miedo.


Epílogo: no fue un error. Fue una decisión.

De esas que se toman con traje, corbata y café de Starbucks

Lo que ocurrió tras el 11-S no fue una aberración espontánea ni una reacción irracional de pánico. Fue un proyecto con presupuesto, planificación y justificación. Fue una estrategia deliberada de desprecio ético amparada en la ilusión de legalidad. Y lo más inquietante: sigue siendo defendida por muchos como “necesaria”.

Así que la próxima vez que alguien diga que la democracia occidental se basa en derechos humanos inalienables, pregúntale cuántos memorandos hacen falta para redefinir la dignidad humana hasta que quepa en una celda sin juicio en un rincón olvidado del Caribe.

Así no fue la defensa de la libertad. Fue su entierro con honores de Estado.

FIN
Series

Traidores de Primera

Cuando cambiar de bando era una movida brillante

Tecnología y Bala

Avances científicos al servicio del caos

Revoluciones de Salón

Cuando los que gritaban libertad solo querían cambiar de mayordomo

Religión a la Carta

Fe, poder y menú del día

Propaganda con Pasaporte

Cuando la verdad viajaba con visado diplomático

Progresismo con Bayoneta

Cuando la modernidad venía en caballo y con uniforme

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