Proyecto MK-Ultra: la CIA, el ácido y el pragmatismo sin anestesia
En la sección Ética Bajo Cero, solemos encontrarnos con joyas de la historia que hacen que uno se pregunte si alguien en algún despacho con moqueta tuvo en algún momento una noción mínimamente funcional de lo que significa ética. Pero con el Proyecto MK-Ultra, no estamos hablando de una negligencia puntual, de un “uy, se nos fue la mano”. No. Aquí hablamos de la ingeniería institucional del sadismo, patrocinada por el mismísimo gobierno de los Estados Unidos.
El inicio: paranoia, guerra fría y química recreativa (no tan recreativa)
Estados Unidos, años 50. El enemigo ya no lleva uniforme, sino ideología. La URSS hace sonar sus tambores de propaganda mientras los yanquis entran en pánico: ¿y si los soviéticos ya dominan el control mental? Y como respuesta lógica ante tal posibilidad, la CIA decide que lo mejor es experimentar con drogas psicodélicas, hipnosis, privación sensorial, electroshock y tortura psicológica. Por si acaso.
“Entre 1953 y 1973, la CIA dirigió el Proyecto MK-Ultra, un programa clandestino que incluía la administración de LSD y otras sustancias a ciudadanos —en su mayoría vulnerables— sin su consentimiento, como parte de experimentos de control mental.”
Que si lo pruebas con presos, no se quejan. Que si lo haces en hospitales psiquiátricos, te ahorras papeleo. Que si destruyes los documentos antes de que pregunten… mágicamente no ha pasado nada.
La ética, ese capricho burgués
El Proyecto MK-Ultra fue, básicamente, la legalización interna de lo que en cualquier otro contexto se consideraría crimen de guerra. Pero como se trataba de “seguridad nacional”, la vara de medir fue otra: si sirve para ganar la Guerra Fría, vale. Consentimiento informado, ¿para qué? ¿Respeto a la dignidad humana? Eso es para hippies. Aquí lo importante era obtener resultados… o al menos justificar presupuestos.
“En un hospital canadiense, el psiquiatra Ewen Cameron aplicó terapias que incluían electroshock a niveles extremos y repetición de mensajes grabados a pacientes sedados durante semanas. Muchos salieron de allí con la personalidad hecha puré.”
Y lo mejor es que Cameron no actuaba por libre: sus investigaciones estaban financiadas por la CIA. Porque claro, si vas a jugar al Frankenstein psiquiátrico, mejor hacerlo con pasta del contribuyente.
Las víctimas colaterales que nadie recuerda (porque les borraron la memoria)
En esta historia no hay James Bond, ni gadgets molones. Hay víctimas reales, muchas. Personas a las que se les inoculó una paranoia que no habían pedido, o directamente se les destruyó la psique en nombre de la geopolítica. Familias que jamás volvieron a ver igual a su ser querido. Pacientes psiquiátricos cuya única “enfermedad” fue estar en el sitio equivocado, en el momento exacto en que la CIA necesitaba ratas humanas.
“Uno de los sujetos fue un agente de la propia CIA, Frank Olson, a quien le dieron LSD sin avisar durante una reunión. Una semana después, cayó por la ventana de un hotel en Manhattan. Oficialmente, suicidio. Oficiosamente, ya si eso lo hablamos cuando pasen 50 años.”
Y así, entre documentos destruidos, pagos encubiertos y nombres borrados de los registros, el MK-Ultra se fue diluyendo… pero no desapareciendo del todo.
Secuelas que ni el ácido disuelve
El impacto del MK-Ultra no murió con la clausura oficial del programa en 1973. Sus consecuencias siguen vivitas y coleando en múltiples frentes. Desde la total desconfianza hacia las agencias de inteligencia, hasta el crecimiento del negacionismo institucional (“si hicieron esto, ¿qué más han hecho?”), pasando por la construcción de un imaginario colectivo donde la frontera entre lo conspiranoico y lo plausible es más fina que un tripi.
“Muchos teóricos de la conspiración citan el MK-Ultra como prueba de que el gobierno manipula a la población. Lo trágico es que, por una vez, tienen razón.”
Y no sólo eso. El MK-Ultra sembró las bases para otras perlas como Guantánamo, Abu Ghraib o los experimentos con drones sobre poblaciones civiles. Porque una vez que el pragmatismo se normaliza como ideología de Estado, ya no hay vuelta atrás: el fin justifica cualquier medio.
El pragmatismo institucional como doctrina
Aquí no hablamos de un caso aislado. El MK-Ultra no fue una “aberración” ni un “error administrativo”. Fue una política pública, una decisión estratégica, sostenida durante 20 años. No hay forma más honesta de decirlo: el pragmatismo fue la regla, no la excepción. Se construyó una burocracia del abuso, con informes, rúbricas y presupuestos. Todo bien organizadito para torturar con orden y concierto.
“El director de la CIA, Richard Helms, ordenó destruir la mayoría de los archivos del MK-Ultra en 1973, justo cuando el Congreso empezaba a hacer preguntas. Una jugada digna de Houdini, si Houdini hubiera trabajado para la inteligencia estadounidense.”
¿Y el Congreso? ¿Y los medios? ¿Y los jueces? Bueno… todos miraron hacia otro lado. Porque en plena Guerra Fría, cuestionar a la CIA era casi tan antipatriótico como abrazar a Lenin en la calle.
¿Y ahora qué? Bienvenidos al legado
En pleno siglo XXI, los ecos del MK-Ultra no sólo siguen resonando, sino que han sido absorbidos con entusiasmo por las nuevas tecnologías. El data mining, los algoritmos de recomendación, la manipulación informativa a través de redes sociales… todo muy moderno, sí, pero con el mismo aroma: controlar la mente, moldear el pensamiento, anular la voluntad. Sólo que ahora no hace falta LSD: basta con un scroll y una notificación.
“Del ácido al algoritmo, del electroshock a la adicción digital, la lógica es la misma: si puedes modelar el comportamiento humano, no necesitas convencerlo. Solo necesitas dirigirlo.”
Y si alguien cree que todo esto fue “cosa del pasado”, que se lo pregunte a Facebook, a Cambridge Analytica, o a cualquier app de las que instalas sin leer los términos y condiciones. El MK-Ultra no desapareció: se actualizó. Cambió el traje de espía por el logo de una tech. Pero su alma sigue siendo la misma: hacer de la conciencia humana un laboratorio.
Así que no, no fue una película paranoica de los 70. No fue una conspiración marginal con gorros de papel de aluminio. Fue política oficial del Gobierno de Estados Unidos. Y sí: Así No Fue. Fue mucho peor.