Revolución Cultural China: cómo Mao firmó el desastre… y luego pidió que lo encuadraran
Bienvenidos a otra entrega de Historia por Encargo
¿Qué pasa cuando un régimen no necesita que otros cuenten la historia mal, porque puede hacerlo él mismo, desde el poder, con toda la maquinaria propagandística del Estado a su disposición? Pues pasa que lo que fue una década de destrucción sistemática, violencia institucionalizada y delirio colectivo se transforma, por arte de comité central, en un periodo de renovación ideológica que «fortaleció los valores del pueblo chino». A eso, queridos lectores, se le llama ingeniería narrativa de precisión quirúrgica.
Y nuestro protagonista de hoy, la Revolución Cultural china, fue todo menos cultural y muy poco revolucionaria. Salvo que contemos como “revolución” darle poder a adolescentes con brazaletes rojos y hacer que apalearan a sus profesores por no saber de memoria el Libro Rojo. Un detallito menor para la versión oficial.
La Revolución Cultural: el relato oficial con esteroides ideológicos
Según el relato todavía hoy difundido por el Partido Comunista Chino, la Revolución Cultural (1966-1976) fue una “profunda movilización política” promovida por Mao Zedong para depurar los elementos burgueses y revisionistas del seno del partido, consolidar el socialismo y despertar el fervor revolucionario en las masas.
«Fue un movimiento necesario para corregir los errores del Partido y del Estado. Un ejercicio de purificación ideológica que permitió reafirmar los principios del socialismo con características chinas.»
Claro. Y el Apocalipsis fue un curso de meditación intensiva.
Lo que de verdad pasó: represión, humillación pública y cadáveres sin estadística
Entre los verdaderos logros de esta «depuración ideológica» destacan:
– La destrucción de miles de templos, reliquias y libros que constituían siglos de patrimonio cultural.
– El suicidio forzado de intelectuales, científicos y profesores tras ser humillados públicamente por los Guardias Rojos (sí, adolescentes enloquecidos por la doctrina de Mao con permiso para agredir).
– La purga de altos cargos del Partido que eran acusados sin pruebas de traición al maoísmo: Liu Shaoqi, Deng Xiaoping, y miles de cuadros medios cayeron en desgracia.
– Millones de personas fueron desplazadas, internadas en campos de reeducación o ejecutadas directamente. Las estimaciones oscilan entre 1,5 y 3 millones de muertes, aunque Pekín, en su afán minimalista, prefiere hablar de «algunos miles».
Todo eso, por supuesto, sin contar el daño psicológico colectivo, el colapso educativo y la parálisis económica de una década.
¿Quién se llevó la culpa? La historia según los que mandan hoy
Cuando Mao murió en 1976, a nadie le convenía desmontar la figura del Gran Timonel. Pero algo había que hacer con el lodazal en el que el país había estado sumido.
Solución brillante: inventar unos malos dentro de los buenos.
“La Banda de los Cuatro, liderada por Jiang Qing (esposa de Mao), manipuló el proceso revolucionario para sus intereses personales. El Partido fue víctima de sus acciones.”
Maravilloso. Mao, ese señor que dio la orden, redactó las consignas y envió al país al caos, resulta ser una víctima más de sus allegados. Así, como si Hitler se hubiese librado de Núremberg por echarle la culpa a Goebbels.
Reescribir sin borrar: el arte de la reinterpretación oficial
Desde los años 80, China ha caminado por la cuerda floja de no negar del todo el pasado maoísta, pero evitar que se repita literalmente. El truco ha sido mantener a Mao como padre fundador incuestionable, mientras se atribuyen “errores de ejecución” a sus subordinados.
– Las cifras oficiales de muertos no existen. La investigación independiente está prohibida.
– Los libros de texto describen el periodo como “tumultuoso” pero necesario.
– Las películas y series chinas evitan por completo mencionar episodios de violencia masiva.
– Las familias que perdieron miembros en purgas o humillaciones no tienen derecho a reparación o reconocimiento.
Es decir, se reconoce que algo no salió bien, pero nadie puede preguntar qué, cómo ni por qué. Ni se puede señalar al responsable. Porque el responsable aún sonríe desde los billetes de 100 yuanes.
Las secuelas invisibles: trauma colectivo y censura de por vida
Lo más perverso de la Revolución Cultural no es solo lo que pasó, sino lo que quedó: un país educado para no hacer preguntas, un sistema educativo que enseña a obedecer más que a pensar, y una élite política que aprendió que, si controlas el relato, puedes controlar la memoria.
– A día de hoy, mencionar la Revolución Cultural en redes sociales chinas puede suponer la suspensión de la cuenta.
– En universidades, los estudiantes apenas oyen hablar del tema. Cuando lo hacen, es de forma “constructiva y patriótica”.
– Los disidentes que intentaron reabrir el debate (como el historiador Yu Ying-shih) fueron marginados o forzados al exilio.
Todo esto forma parte de un modelo más amplio: el de la amnesia vigilada. Una sociedad entera condicionada para no recordar lo que sabe que pasó, pero que no puede decir en voz alta.
Mao Zedong: de verdugo a venerado
Mientras tanto, Mao sigue omnipresente en China. Su retrato cuelga en la Plaza de Tiananmén, su tumba se visita como si fuera un lugar sagrado y sus citas adornan discursos políticos.
Porque desmitificar a Mao sería desmontar el mito fundacional del régimen. Y eso no es negociable.
– El mismo partido que admite que “hubo errores” en la Revolución Cultural, prohíbe cualquier película o libro que lo muestre como lo que fue: una orgía de represión paranoica.
– Las encuestas oficiales muestran un “alto grado de valoración” hacia Mao, porque las otras opciones son el silencio… o la cárcel.
Así que sí: Mao impulsó la mayor represión política y cultural en tiempos de paz de la historia moderna, pero en el imaginario oficial fue solo un líder algo confiado que delegó mal. Aplausos y billete de 100.
Conclusión: historia a la carta, con menú maoísta
La Revolución Cultural china no fue un error. Fue un proyecto. Un proyecto de represión total envuelto en celofán ideológico, que permitió eliminar enemigos, blindar el poder y adiestrar a la población para aceptar la barbarie como patriotismo.
Y lo más grave: que hoy, esa versión aún se enseña, se repite y se defiende. Porque reescribir la historia no siempre significa mentir… a veces basta con decir menos y repetir mucho.
¿Resultado? Una sociedad que recuerda lo justo y calla lo necesario. Porque en China, olvidar también es un deber patriótico.
¿Quieres que te diga cuántos capítulos más de la historia han sido «reescritos» para encajar en la agenda del poder? La lista no cabe en un solo blog. Pero mientras tanto, no olvides que si lo que lees suena demasiado épico, demasiado redondo o demasiado justo… probablemente, así no fue.