La zona gris de la historia

Roosevelt y los monopolios americanos

Roosevelt vs monopolios: el mito del presidente que fingió combatirlos

¡Roosevelt, el Gran Defensor del Pueblo Contra los Monopolios!

Franklin D. Roosevelt ha pasado a la historia como el presidente que plantó cara a los poderosos monopolios americanos, salvando a la clase media con su revolucionario New Deal. Pero, ¿realmente fue el azote de Wall Street que nos cuentan? Los registros históricos muestran una realidad incómoda: mientras lanzaba discursos incendiarios contra los «monarcas económicos», mantenía reuniones privadas con ellos, incorporaba a especuladores como Joseph Kennedy para regular Wall Street, y diseñaba políticas que, paradójicamente, fortalecieron a los gigantes empresariales. La concentración monopolística no disminuyó durante su mandato y muchas fortunas familiares crecieron gracias a contratos gubernamentales. La teatralización de un conflicto que nunca amenazó realmente el poder establecido ha construido un mito que sigue distorsionando nuestra comprensión de aquel período.

¡Deja de creer cuentos sobre héroes antimonopolio y descubre quién ganó realmente con el New Deal!

Caricatura de Roosevelt estrechando la mano de un magnate mientras obreros celebran sin notar el gesto.
Ilustración satírica que muestra la contradicción entre el discurso populista de Roosevelt y su cercanía con las élites económicas.

Roosevelt vs. monopolios: el héroe que cenaba con sus villanos

Durante años, la historia oficial ha construido la figura de Franklin Delano Roosevelt como el gran defensor del ciudadano común frente a los «mercaderes de la avaricia» que dominaban Wall Street. El «hombre que salvó el capitalismo de sí mismo» mediante políticas que supuestamente pusieron en jaque a los grandes monopolios americanos. Un relato que encaja perfectamente en nuestra serie de Archienemigos por Conveniencia, esas historias donde la enemistad pública escondía colaboraciones privadas bastante jugosas.

Porque mientras Roosevelt rugía contra los «monarcas económicos» en sus discursos, susurraba estrategias con ellos en elegantes cenas privadas. Un espectáculo digno de Broadway: peleas de día, negocios de noche.

El Roosevelt de los manuales: azote de Wall Street y salvador del pueblo

Si le preguntas a cualquier estudiante americano, te dirá que Roosevelt fue el presidente que enfrentó a las grandes corporaciones mediante regulaciones estrictas, impuestos progresivos y una retórica anticapitalista que incluso le valió el odio de la élite económica. El New Deal, nos han contado, fue un programa revolucionario que puso fin a los excesos del libre mercado desregulado y estableció un nuevo equilibrio de poder.

La narrativa oficial presenta a un FDR audaz que no dudó en desafiar los intereses de los gigantes industriales y financieros para proteger al ciudadano medio. Leyes antimonopolio, la Comisión de Bolsa y Valores (SEC), impuestos a la riqueza… todo un arsenal legislativo supuestamente diseñado para domar al gran capital.

Pero la realidad, como suele ocurrir con los mitos nacionales, es bastante más compleja y contradictoria. Roosevelt jugaba al ajedrez con los monopolios, no a la guerra. Y curiosamente, en ese tablero, los reyes casi nunca quedaban en jaque mate.

El Roosevelt tras bastidores: la coreografía del falso enfrentamiento

Lo que rara vez mencionan los libros escolares es que FDR pertenecía, precisamente, a esa aristocracia económica que supuestamente combatía. Graduado en Harvard, emparentado con la alta sociedad neoyorquina, y con conexiones personales con los principales banqueros de Wall Street, Roosevelt no era precisamente un forastero en los círculos de poder.

Sus medidas regulatorias, analizadas con detenimiento, revelan un patrón curioso: muchas de ellas fueron diseñadas con la colaboración directa de los mismos magnates a quienes supuestamente limitaban. La Securities and Exchange Commission (SEC), por ejemplo, lejos de ser una imposición gubernamental, fue negociada con los principales actores de Wall Street, quienes vieron en ella una oportunidad para legitimar sus prácticas y eliminar competidores más pequeños.

Incluso Joseph Kennedy, padre de JFK y especulador legendario que había hecho fortuna con prácticas cuestionables, fue nombrado primer presidente de la SEC. Como poner a un zorro a vigilar el gallinero, pero con placa oficial y aplausos del público.

Cuando Roosevelt pronunció su famosa frase: «Bienvenido sea su odio» dirigida a los grandes empresarios, estaba protagonizando quizás el mejor ejemplo de teatro político del siglo XX. Muchos de esos mismos «enemigos» públicos mantenían reuniones privadas con él, financiaban sus campañas o colaboraban activamente en la redacción de las leyes que supuestamente los controlaban.

La estrategia del buen policía/mal policía: versión Casa Blanca

El análisis de la correspondencia privada y las memorias de los principales asesores de Roosevelt revela una estrategia mucho más calculada que la simple «lucha contra los monopolios» que nos ha vendido la historia oficial.

La administración Roosevelt necesitaba desesperadamente la colaboración del gran capital para implementar sus programas de recuperación económica. Sin el apoyo de las grandes empresas, ninguna de sus políticas habría tenido viabilidad. Por tanto, desarrolló un sistema de doble discurso extraordinariamente efectivo:

  • Para el público: una retórica feroz contra los «intereses egoístas» y los «monarcas económicos»
  • Para los magnates: garantías de estabilidad, acceso privilegiado y protección frente a la competencia extranjera

Un juego de malabarismo retórico tan efectivo que aún hoy seguimos aplaudiendo al malabarista sin ver las bolas que dejó caer convenientemente fuera del escenario.

Los ganadores reales del New Deal: ¿adivinen quién?

Contrariamente a la narrativa popular, muchas grandes corporaciones prosperaron durante el New Deal. Los programas de obras públicas canalizaron enormes sumas hacia grandes contratistas. La National Recovery Administration (NRA) permitió a los gigantes industriales fijar precios y condiciones que eliminaron a competidores más pequeños.

Los registros financieros muestran que varias fortunas familiares como los Du Pont, los Mellon o los Rockefeller, lejos de verse perjudicadas, encontraron nuevas vías de enriquecimiento durante este período, aprovechando contratos gubernamentales, exenciones fiscales específicas y acceso privilegiado a información de mercado.

La letra pequeña de la revolución rooseveltiana incluía cláusulas de exclusión para quienes ya tenían cubiertas sus necesidades básicas… y sus necesidades de yates privados.

La Banking Act de 1933 (Glass-Steagall), celebrada como una medida radical contra los excesos bancarios, fue en realidad negociada con los principales banqueros, quienes vieron en ella una forma de estabilizar el sistema sin afectar significativamente su control sobre el capital. Los grandes bancos emergieron de la crisis aún más consolidados y con menos competencia.

El pacto no escrito: te regulo, pero no te toco

Mientras la retórica pública mantenía la ilusión de un enfrentamiento épico entre el gobierno y los monopolios, existía un pacto tácito entre ambos: las regulaciones nunca llegarían hasta el punto de amenazar realmente las estructuras de poder económico.

Las leyes antimonopolio de la era Roosevelt rara vez se aplicaron contra las grandes corporaciones establecidas. De hecho, durante su mandato, las acciones antimonopolio más significativas se dirigieron contra sindicatos y pequeñas empresas que desafiaban a los gigantes ya establecidos. La concentración empresarial, lejos de disminuir, aumentó durante el período.

En el juego del monopoly rooseveltiano, curiosamente, las grandes propiedades seguían en las mismas manos al final de la partida. Solo cambiaron algunas reglas sobre cuánto podían cobrar por el alquiler… a veces.

Las memorias y correspondencia de figuras clave del período revelan que Roosevelt mantenía relaciones cordiales con muchos de los mismos magnates que públicamente criticaba. Bernard Baruch, JP Morgan Jr., y varios líderes industriales tenían acceso directo al presidente, mientras este mantenía su imagen pública de luchador contra la plutocracia.

El teatro de la guerra: la Segunda Guerra Mundial como reconciliación oficial

Si quedaba alguna duda sobre la verdadera relación entre Roosevelt y el gran capital, la Segunda Guerra Mundial la disipó completamente. La movilización industrial para el esfuerzo bélico requirió una colaboración sin precedentes entre el gobierno y las grandes corporaciones.

Los contratos de guerra por valor de miles de millones de dólares fueron adjudicados a las mismas empresas que supuestamente habían estado bajo el yugo regulatorio rooseveltiano. General Motors, DuPont, US Steel y otras gigantes vieron cómo sus beneficios se multiplicaban exponencialmente gracias a pedidos gubernamentales garantizados.

La guerra ofreció la oportunidad perfecta para que los supuestos enemigos se abrazaran públicamente. No hay como un enemigo común para olvidar viejas rencillas… especialmente si esas rencillas eran mayormente para la galería.

La documentación desclasificada muestra que muchas de las políticas económicas de guerra fueron diseñadas en colaboración directa con los líderes empresariales, quienes no solo influyeron en las decisiones, sino que a menudo ocuparon posiciones clave en la administración.

El legado mitificado: cómo construimos un héroe anticapitalista que no existió

La construcción del mito de Roosevelt como paladín de los desvalidos frente a los monopolios es uno de los ejemplos más exitosos de reescritura histórica del siglo XX. Décadas de libros de texto, documentales y discursos políticos han reforzado esta narrativa, ignorando deliberadamente las contradicciones y complejidades de su relación real con el poder económico.

Esta mitificación ha servido a múltiples intereses:

  • Para la izquierda moderada, ofrece un modelo de capitalismo reformado sin cuestionar sus fundamentos
  • Para los grandes capitales, proporciona legitimidad histórica a un sistema que nunca fue realmente desafiado
  • Para el establishment político, demuestra que el sistema puede «autocorregirse» sin revoluciones

El mayor éxito de Roosevelt no fue enfrentarse a los monopolios, sino convencer a generaciones enteras de que lo hizo. Un truco de prestidigitación histórica que merece un lugar en Las Vegas.

Lecciones para el presente: cuando los enemigos públicos son socios privados

El caso de Roosevelt y su ambigua relación con los monopolios no es una mera curiosidad histórica. Representa un patrón que se repite constantemente en la política moderna: la teatralización del conflicto entre gobiernos y grandes poderes económicos, mientras ambos colaboran entre bastidores.

Esta dinámica de «enemigos públicos, socios privados» sigue siendo la norma en las democracias contemporáneas. Los discursos encendidos contra las grandes tecnológicas, farmacéuticas o bancos contrastan con políticas que, en el fondo, preservan su poder e influencia.

El guion rooseveltiano —criticar públicamente mientras se negocia privadamente— se ha convertido en el manual de operaciones estándar para políticos de todos los colores. La única diferencia es que algunos son mejores actores que otros.

Conclusión: desmontando el cuento del presidente antimonopolio

El análisis crítico de la era Roosevelt nos invita a cuestionar las narrativas simplistas sobre «buenos y malos» en la historia económica. Ni Roosevelt fue el implacable cazador de monopolios que nos han contado, ni los magnates fueron víctimas indefensas de un gobierno hostil.

La realidad histórica muestra un complejo sistema de negociación, colaboración y teatro público donde ambas partes obtenían beneficios mientras mantenían la ilusión del enfrentamiento. Las regulaciones del New Deal, si bien introdujeron reformas necesarias, nunca amenazaron realmente las estructuras fundamentales del poder económico.

Esta relación de «archienemigos por conveniencia» entre Roosevelt y los monopolios nos recuerda la necesidad de mirar más allá de las narrativas oficiales y buscar las conexiones, intereses y compromisos que realmente definen el ejercicio del poder.

Porque, al final, la historia oficial siempre se escribe con tinta visible para el gran relato heroico… y con tinta invisible para los pactos que lo hicieron posible.

FIN

Resumen por etiquetas

El artículo sobre Roosevelt y los monopolios americanos conecta con múltiples dimensiones críticas de nuestra revisión histórica, desentrañando las contradicciones entre el relato oficial y la realidad documentada de esta compleja relación.

Gran Depresión en Estados Unidos constituye el marco histórico fundamental donde se desarrolla esta historia de aparente enfrentamiento. La crisis económica de 1929 y sus consecuencias crearon el escenario perfecto para que Roosevelt construyera su imagen de reformador radical, mientras negociaba discretamente con los mismos poderes económicos que supuestamente combatía.

Norteamérica es el espacio geopolítico donde se configura este relato de falso antagonismo, centrándose en las dinámicas internas del capitalismo estadounidense y su capacidad para absorber críticas superficiales mientras preserva sus estructuras fundamentales de poder.

Economía y Poder atraviesa todo el análisis, revelando cómo las supuestas reformas antimonopolio del New Deal no alteraron significativamente la concentración de capital, sino que reconfiguraron su legitimidad pública mientras mantenían intactos los intereses de las grandes fortunas.

Educación e Historia Oficial evidencia cómo los libros de texto y la narrativa institucional han construido una versión mitificada de Roosevelt como defensor del ciudadano común, omitiendo sistemáticamente sus estrechas relaciones con magnates y el impacto real de sus políticas.

Líderes y Próceres cuestiona la imagen canonizada de Roosevelt como figura heroica, desvelando las contradicciones entre su retórica populista y sus alianzas privadas con la élite económica que supuestamente combatía.

Instituciones de Poder permite analizar cómo organismos aparentemente creados para regular los monopolios, como la SEC, terminaron siendo cooptados por los mismos intereses que debían vigilar, legitimando prácticas que en realidad beneficiaban a los actores económicos dominantes.

Construir héroes funcionales expone el proceso mediante el cual Roosevelt ha sido elevado a la categoría de defensor del pueblo, creando un mito que sirve para legitimar el sistema mientras oculta las continuidades y acuerdos entre poder político y económico.

Legitimar poder político revela cómo la narrativa del enfrentamiento entre Roosevelt y los monopolios ha servido para reforzar la idea de que el sistema político puede «autocorregirse» sin cuestionar sus fundamentos, justificando así la perpetuación de estructuras de poder que nunca fueron realmente desafiadas.

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